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Obituario
Un caballero de la libertad
Mario fue un hombre de novela, en su vida, en su obra y en sus ideas. Uno de los muchos escritores y artistas de la Historia de las Españas que ha velado sus armas en el patio de la política

Mario Vargas Llosa admiraba los libros de caballerías tanto como las grandes novelas. Fue un hombre de novela, en su vida, en su obra y en sus ideas. Uno de los muchos escritores y artistas de la Historia de las Españas que ha velado sus armas en el patio de la política. En su caso, por patriotismo y convencimiento; no por afán de poder. Por eso acabó como don Quijote en su incursión electoral, pero siguió viviendo según la orden de caballería de los amantes de la libertad. Siempre digno, siempre señor. Como don Quijote, Mario Vargas Llosa fue caballero andante de la libertad en un tiempo en que muchos de sus compañeros de oficio fueron defensores, o incluso esbirros, de los totalitarios. Y aún así Mario se ganó el respeto de todos, en España y en el mundo.
Fue escritor universal cuando ya la mayoría de los escritores en español habían dejado de serlo. Y este español del Perú, como lo llamó Camilo José Cela al darle la bienvenida a la Real Academia, fue también vecino de Madrid. Del barrio de Palacio, como de joven había vivido en el barrio de Retiro. Madrid, España, la Hispanidad, Europa, y toda América se daban la mano en su obra, en su actividad política, y en su figura pública de caballero eterno, simpático, heroico e invencible. Fue pionero en hacer frente al totalitarismo en Hispanoamérica, justo antes de que llegara la ola del socialismo bolivariano, y del populismo.
Nunca calló ante la injusticia. Nunca miró para otro lado. No se limitaba a recoger premios, como demostró con el golpe de Estado de Cataluña en 2017 o cuando denunció la revolución cubana, la de Santo Domingo o de su propio Perú. Siempre que coincidí con Mario pude comprobar como la caballerosidad era su modo de vida. Era delicado pero firme, siempre atento a los modales y con unas formas exquisitas que no evitaron que dijera siempre lo que pensaba, por muchos problemas que pudieran causarle.
Recuerdo las últimas veces que estuvimos juntos, como el día que presentamos la Cátedra del Español y la Hispanidad de las Universidades de la región, o cuando recogí el Premio a la Libertad concedido por la Fundación Internacional para la Libertad de la que era presidente. Yo sabía que estaba con un prodigio, pero él nunca se daba la importancia que de verdad merecía. Fue un conversador brillante, una figura universal que siempre sintió que Madrid era su casa y nos regaló la suerte de tenerle cerca, mientras iba escribiendo algunas de las mejores obras de la literatura universal. De los caballeros andantes nos quedan sus hazañas, su brillante figura, su palabra encantadora, su lucha por todo lo bueno y justo que hay en este mundo, su saber perder y saber ganar. También, Mario, de ti nos quedamos un poco huérfanos y eternamente agradecidos.
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