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Carlos Reygadas: El macho mexicano era él

El director mexicano ofrece en la sección oficial de Venecia en la notable «Nuestro tiempo», que protagonizan él mismo y su familia, la crisis de una pareja

Carlos Reygadas: El macho mexicano era él
Carlos Reygadas: El macho mexicano era éllarazon

El director mexicano ofrece en la sección oficial de Venecia en la notable «Nuestro tiempo», que protagonizan él mismo y su familia, la crisis de una pareja.

¿Qué le ha ocurrido a Paul Greengrass? Nada de lo que hacía «United 93» una película relevante está en «22 July», el último título que Netflix presentaba a competición en la Mostra veneciana. A vueltas con el terrorismo –esta vez con el atentado que, en la isla noruega de Utoya y el centro financiero de Oslo, acabó con la vida de 77 personas el 22 de julio de 2011–, se acabó el estilo urgente, como de corresponsal de guerra, y el montaje irrespirable; se atascó la tensión dramática; quedó enterrado el poder del cine para que lo real sea más real que nunca. Si tenemos que hacer caso a Greengrass, al menos en lo que a preproducción se refiere, ha seguido el mismo método que en «United 93»: documentarse hasta las cejas, pedir permiso a las víctimas, entrevistar a todos los implicados. ¿Por qué, pues, la película es tan plana?

Un conflicto desaprovechado

Tal vez la perjudica que la comparemos con «Utoya», de Erik Poppe, que se presentó en la pasada Berlinale y cuyo brillante dispositivo formal –un plano secuencia de hora y media– suponía una declaración de principios sobre la representación de la violencia en el cine. Como de costumbre, Greengrass prefiere la narración objetiva y multifocal: el atentado en sí ocupa apenas media hora de los 140 minutos que dura la película, y se atiende a las víctimas, al verdugo, a su abogado defensor, incluso al primer ministro noruego. Es una simple reconstrucción de los hechos con tono de informe sumarial dramatizado, sin aportar nada más a lo que dieron los telediarios de la época. Es una pena que Greengrass desaproveche conflictos y personajes –la madre y el abogado del asesino– que podrían enriquecer un relato escalofriante que, en sus manos, resulta tan interesante como leer las Páginas Amarillas.

Ayer Greengrass no fue el único que se ocupó de trabajar con la materia de lo real. En la notable «Nuestro tiempo», «opus magnum» de más de tres horas de Carlos Reygadas, el cineasta mexicano se interroga por la contradictoria naturaleza del amor en esta época de relaciones abiertas y confianzas traicionadas. A diferencia de la opaca y fascinante «Post Tenebras Lux», «Nuestro tiempo» cuenta una historia lineal, la crisis de pareja entre Juan, laureado poeta y ganadero, y Ester, después de que esta le sea infiel con un amigo común. Filmada en portentoso formato panorámico, Reygadas convierte este relato intimista en una aventura épica, una suerte de «Secretos de un matrimonio» donde los primeros planos han sido sustituidos por paisajes románticos, y el adulterio consentido, incluso fomentado, es una experiencia que remite a algo más grande que nosotros mismos. Teniendo en cuenta que los protagonistas son el propio Reygadas y su familia, podríamos hablar de arriesgada autoficción, aunque más allá de lo que pueda tener de terapia de pareja, la película sirve para que el director de «Luz silenciosa» se pregunte por las mutaciones contemporáneas de la figura del «macho» mexicano, por la hipocresía y la autoindulgencia con que las clases acomodadas se perciben a sí mismas, y por las enormes distancias que nos separan en este mundo-burbuja que las nuevas tecnologías y los viejos misticismos han construido para vencer nuestro miedo a la soledad y a la muerte.

Hablábamos de autoficción, que es la especialidad de la actriz y cineasta Valeria Bruni-Tedeschi. Su nueva película, «Les estivants», fuera de concurso, discurre a lo largo del verano de su ruptura con Louis Garrel en la casa de vacaciones de su aristocrática familia, mientras da los últimos toques al guión de su anterior filme, «Un castillo en Italia». Aunque los nombres de los personajes están cambiados, y alguno fue reinventado para la ocasión (el de su hermana Carla y su cuñado Nicolas Sarkozy, por ejemplo), no es difícil detectar los rasgos autobiográficos. Bruni-Tedeschi es una actriz singular. Toda ella es emoción desbordante e imprevisible, en ella ningún sentimiento está bien delimitado, la risa y el llanto pertenecen a un mismo cuerpo en crisis. De ese confuso estado de ánimo, al borde de la histeria pero también del momento epifánico, se contagia una película que, como de costumbre, observa la vida de la alta burguesía con una mezcla de ironía y autocomplacencia, como si todos los personajes tuvieran que ser patéticos y extravagantes.