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Crítica de teatro

"Casting Lear": Improvisar a Shakespeare ★★★★☆

Ninguno de los actores que participan ha ensayado un solo diálogo de la función, ni conoce lo más mínimo de la propuesta de la autora Andrea Jiménez

Escena de "Casting Lear", aquí con Vicente León y Andrea Jiménez
Escena de "Casting Lear", aquí con Vicente León y Andrea JiménezLa Abadía

Creación y texto: Andrea Jiménez. Dramaturgia: Andrea Jiménez y Olga Iglesias. Dirección: Andrea Jiménez y Úrsula Martínez. Interpretación: Andrea Jiménez y Juan Paños junto a un actor invitado, diferente cada día. Teatro de La Abadía. Desde el 11 hasta el 28 de abril de 2024.

Cada día un actor diferente -todos con una dilatada trayectoria teatral- se sube al escenario de La Abadía para encarnar el personaje del rey Lear a las órdenes de Andrea Jiménez, que se interpreta a sí misma por un lado y, por otro, a Cordelia. Lo curioso es que ninguno de esos actores ha ensayado un solo diálogo de la función, ni conoce lo más mínimo de la propuesta de Jiménez, ni tiene siquiera una idea aproximada de qué es lo que la directora espera de él. Tan solo cuenta con la ayuda del actor Juan Paños, que le va apuntando el texto a través de un pinganillo, y de la propia Jiménez, que le da algunas notas durante la representación.

Ese es el fundamento dramatúrgico de este extraño espectáculo, titulado Casting Lear, en el se establece una aguda y reveladora conexión entre la relación que Jiménez ha tenido con su padre en la vida real y la relación de Cordelia con Lear en la maravillosa ficción que escribió Shakespeare. Así como el contumaz rey Lear repudiaba a su hija Cordelia por ser honesta y no limitarse a decir lo que él quería escuchar, el exitoso hombre de negocios que fue el padre de Jiménez repudió a su hija -según nos cuenta ella misma en la función- cuando esta, siendo aún muy joven, le comunicó su decisión de dedicarse a una actividad tan poco lucrativa como el teatro.

Al contrario de lo que suele ocurrir en las innumerables autoficciones que llegan a la cartelera, en esta hay una voluntad, bien materializada en el texto y en el escenario, de trascender la particularidad y entrar en conceptos generales que atañen a cualquiera, incluso más allá de la condición de padre o de hija, que ya de por sí serían suficientemente generales. Porque, en realidad, la obra habla del amor, la comprensión y el perdón, del orgullo como ridículo parapeto para esconder nuestras fragilidades y de la obstinación como peligroso camino que solo puede llevarnos a la deshumanización.

Y todo eso se aborda con sentido del humor y con ternura, y se enmarca en un bonito canto al teatro como una forma de expresión artística y de comunicación que nos puede hacer soñar, sentir, ser críticos y, tal vez, mejorar. Por si fuera poco, los más teatreros disfrutarán de lo lindo viendo cómo el actor ‘invitado’ de cada día –cuya identidad no se revela hasta que no empieza la función- resuelve sobre el escenario con técnica, bagaje y talento el dificilísimo reto que tiene que asumir. A mí me tocó en suerte Ángel Solo, y el trabajo que hizo fue más que merecedor, sin duda, de la larguísima y sincera ovación que recibió.

Lo mejor:

El humor es la mejor herramienta para evitar que una autoficción se convierta en infantil lloriqueo, y aquí ese humor está muy bien empleado.

Lo peor:

Sobra texto, protagonismo y un poquito de ñoñería en el parlamento final de Jiménez.