Berlín

Alain Resnais, el cine es puro teatro

El actor Pierce Brosnan y la actriz Toni Collette
El actor Pierce Brosnan y la actriz Toni Collettelarazon

El actor Pierce Brosnan, con su gesto de eterno James Bond, y el músico Nick Cave, en su áurea de poeta maldito, imprimieron su estilo en la Berlinale

Por mucho que la austeridad haya sido una apuesta o una coyuntura, la Berlinale necesita pasear estrellas por la alfombra roja. Dieter Kösslick, su comandante en jefe, sabe que de eso depende que la foto abra o no la sección de cultura y espectáculos de los periódicos o aparezca en televisión. Por eso se ve obligado a programar, fuera de concurso, títulos más bien blandos que sólo se entienden como pretexto para contar con Pierce Brosnan o Viggo Mortensen saludando a sus fans. El primero presentó «A Long Way Down», basada en la novela «En picado» del británico Nick Hornby, una especie de «El club de los suicidas» en clave de libro de autoayuda que Pascal Chaumeil pule de todo asomo de humor negro para reconfortar al optimismo del gran público. El segundo protagoniza «The Two Faces of January», adaptación suavizada de la novela de Patricia Highsmith que toma prestada su educada pulcritud de «El talento de Mr. Ripley» de Minghella.

Historia de equívocos

Injusto que eclipsaran la última película del nonagenario Alain Resnais, «Aimer, Boire et Chanter». El título («amar, beber y cantar») parece un hermoso epitafio para la obra del director de «Hiroshima mon amour», que adapta por tercera vez al dramaturgo inglés Alan Ayckbourn después de las deliciosas «Smoking/No Smoking» y «Asuntos privados en lugares públicos». Desaparece la gravedad de «Vous n'avez encore rien vu» aunque la muerte sigue haciendo acto de presencia: la película acaba con un entierro. Resnais quiere despedirse de nosotros desde una mezcla de ligereza y abstracción: el protagonista de la cinta, George Riley, alrededor del cual se articulan los equívocos amorosos de tres parejas en la edad madura, no aparece en todo el metraje. Es un cero, un vacío, un agujero negro que dinamiza esta comedia de los errores sentimentales que juega a explotar el artificio de los decorados haciendo del amor el auténtico teatro del mundo. Mientras tanto, un topo se asoma en plan teleñeco para ver qué se cuece en la tierra de los humanos. Irresistible.

El chino Lou Ye debe de ser uno de los cineastas más censurados de su país. Su carrera se ha desarrollado entre China y Francia para eludir las tijeras del partido. En «Tui Na», o «Masaje ciego», calma sus ánimos polémicos para trazar una alegoría pseudometafísica sobre la mirada. «En la oscuridad todos necesitamos la guía de los ciegos», dice en las notas de producción. Y ese es el mensaje: que los ciegos pueden ver más allá, que hay en ellos una lucidez sensual de la que carecen los videntes. Toda la película se desarrolla en los confines de un centro de masajes donde todos los masajistas son ciegos. A Lou Ye le falta un hervor en términos narrativos: el deseo que devora a varios de los personajes del filme, motor del tapiz de relaciones que se establecen en la cinta, es más bien confuso. Impresiona, eso sí, el momento en que uno de los protagonistas recupera la vista: ese (re)nacimiento de la mirada tiene fuerza y poderío.

Comer con los ojos (y los oídos)

No es suficiente comer bien. La gastronomía moderna explora qué hay más allá de la comida, pone contra las cuerdas a los sentidos, investiga los vínculos que establece con la música, el videoarte, la ciencia y la tecnología. Con esta intención nació el proyecto de «El somni», liderado por los hermanos Roca (Joan, chef; Jordi, sommelier; Fran, repostero), del Celler de Can Roca, mejor restaurante del mundo según la revista «Restaurant» en 2013. El documental de Franc Aleu es un «making off» de la ópera-banquete que, a modo de «Última cena», celebraron en el Centre d'Arts Santa Mònica de Barcelona, con doce invitados de excepción, entre los que se encontraban Rafael Argullol, Ferran Adrià y Miquel Barceló. El resultado final, que se presentaba en la sección «Culinary Cinema» en la Berlinale, es un festival de excesos, que puede fascinar a la vez que empalagar.