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«El principito» vuelve a reinar

On Animation y el director norteamericano Mark Osborne unen fuerzas para trasladar por primera vez al cine animado el clásico de Antoine de Saint-Exupéry «El principito» mezclando innovadoras técnicas digitales con el «stop motion»

Un planeta eterno. El Principito en una imagen del filme que se estrena en septiembre
Un planeta eterno. El Principito en una imagen del filme que se estrena en septiembrelarazon

On Animation y el director norteamericano Mark Osborne unen fuerzas para trasladar por primera vez al cine animado el clásico de Antoine de Saint-Exupéry «El principito» mezclando innovadoras técnicas digitales con el «stop motion»

«Todos los mayores han sido primero niños (pero pocos lo recuerdan)». Así comienza «El principito», la fábula que más ha contribuido precisamente a eso, a que cada uno de nosotros recordemos el tiempo en que no levantábamos un palmo del suelo. Lleva más de 70 años cumpliendo excepcionalmente esa función y, a caballo de cifras más propias de macroeconomía (traducido a 250 idiomas y con más de 145 millones de ejemplares vendidos), se ha hecho un hueco donde más importa: en el corazón del lector. Miles, millones de ellos, porque entre los 10 libros más vendidos y leídos de la historia (dejando aparte «La Biblia», «El Corán» o los «Proverbios de Mao»), sólo este producto de la pura fantasía puede competir con hermanos mayores de la creación como nuestro «Quijote». Siendo así, ¿cómo es que nunca en 70 años nadie se había atrevido a filmar en animación este relato infantil (pero no sólo)? Otra pregunta, en este caso la que se hizo el director Mark Osborne, puede ayudar a entender la primera: «¿Cómo hacer realidad una experiencia cinematográfica que se sitúe al mismo nivel de la profunda experiencia emocional que ofrece la lectura de este libro?».

- Un «no» de entrada

Tan complejo se le antojaba el proyecto, que Osborne dijo de entrada «no». «Al principio Mark no quería saber nada –señala Aton Soumache, uno de los productores de la cinta– porque era un trabajo demasiado importante, pero sabíamos que lo podía hacer muy bien». Osborne ya había dirigido, entre otras, «Kung Fu Panda», y de él esperaban que diera nueva vida al clásico, pero sin encorsetarse en la narración. «Como el libro es tan popular y tan querido por todo tipo de público –añade el también productor Dimitri Rassman–, estábamos obligados a encontrar un director que fuera muy respetuoso con la obra, pero que también pudiera ofrecer una visión entretenida a la vez que audaz». Con la aquiescencia final de Osborne, se consumó este maridaje entre la industria animada europea (la firma On Animation Studio, de origen francés aunque intregrada en una multinacional) y el buen hacer norteamericano en este género.

Osborne se llevó el trabajo a casa y seis meses después regresó al estudio fracés con una versión que, dicen, «nos dejó alucinados». Y es que este «El principito», que se estrena en España el 9 de septiembre, se desarrolla en dos direcciones: una historia real y otra de fantasía, un mundo cotidiano y otro sideral, una narración digital y otra en «stop motion». El director, junto con Irena Brignull (guionista de «Boxtrolls»), imaginó una historia dentro de otra: la de una niña de 9 años que vive junto a una madre obsesionada con el orden y que aspira a que su hija ingrese en una elitista academia de adultos. Ambas se trasladan a un barrio al más puro estilo «El show de Truman». La puntualidad, la pulcritud y la organización presiden esta cotidianeidad en la que no falta el afecto de madre a hija pero de un modo muy programático, poco espontáneo. Sólo la presencia de una casa desastrosa de madera rompe la homogeneidad de este barrio. En ella reside un viejo loco y soñador, aviador aficionado al que todos dan la espalda. Poco a poco, la pequeña y el anciano trabarán amistad y este último iniciará a la joven en los misterios del famoso cuento de Saint-Exupéry, inyectando corazón, magia e improvisación a un alma infantil que amenaza con echarse a perder por un exceso de lógica, de vida cuadriculada. De este modo, Osborne nos traslada desde la actualidad de la historia hasta la eternidad del asteroide B612 en el que vive el joven rubio de cabellos desmañados que tan entrañablemente dibujó el escritor francés.

La idea, dice Osborne, era «proteger» el relato original. Por ello, lo envolvió en otro de su creación, sin ampliar, cortar o modificar la obra original. Este recurso agradó a los responsables del Legado Saint-Exupéry, que dieron su beneplácito. «Lo he tratado con mucho ciudado –apostilla el director–. Significa mucho para mí y para todos los que han leído el libro, ya que te hace reflexionar sobre las relaciones y amistades más significativas de tu vida». La clave de «su» «Principito» es la mezcla de animación generada por ordenador para la historia de amistad de la niña y el anciano aviador, y el «stop motion», con su irresistible encanto clásico e imperecedero, para las apariciones del Principito y la cohorte de personajes que pululan en el libro que niña y anciano leen juntos. «Fue maravilloso ver cómo todo el mundo se sorprendía porque habíamos encontrado la forma de rendir homenaje al libro al tiempo en que contábamos una nueva historia alrededor de él para protegerlo», señala Osborne.

Así, entre París y Los Ángeles, uniendo ambas ciudades como en uno de aquellos vuelos trasatlántico con los que soñaba el aviador francés, se gestó esta primera traslación del clásico al cine de animación. Especialmente cuidadoso ha sido la producción con las partes de la película que se corresponden con el libro, tomando como base para los diseños de «stop motion» los propios dibujos que Saint-Exupéry realizó y que se vienen publicando conjuntamente con la obra. Los personajes se han recreado mediante papel en homenaje a la palabra escrita. «Partimos de la secuencia que está hecha sólo de papel y después, a medida que adquiere más dimensiones, utilizamos unas mezcla de papel y arcilla, lo que permite aplicar acuarela en la parte superior de las caras de los personajes. Lo construimos todo de forma teatral, pero iluminamos los sets de manera realista», detalla el equipo de «stop motion» que ha trabajado a las órdenes de Osborne. Así, la técnica más sofisticada se pone al servicio de la fantasía de un mundo querido por lectores de todo el mundo. El hecho de que, después, estas figuras de papel, arcilla y acuarela adquieran vida y se muevan por la pantalla con total naturalidad corresponde a otra magia, la del cine, no menos asombrosa que la de la literatura.

Una «rosa» salvadoreña llena de espinas

La vida amorosa de Saint-Exupéry, y en especial su relación con Consuelo Suncín (en la imagen), fue pródiga y tormentosa. Mujeriego y neurótico, el aviador sintió a partes iguales el deseo de escapar hacia otros cuerpos como la constante necesidad de regresar y amar en exclusiva a esta salvadoreña que, en «El principito», ocuparía el lugar de la «rosa» en medio de los vocanes (un recuerdo de El Salvador). Se casaron en 1931 para gran disgusto de la familia del escritor, quien veía en la sudamericana una cazafortunas, «una parrandera que se sentía el Alma Mahler de Centroamérica». Era el tercer matrimonio de Consuelo y, para colmo, según el biógrafo Paul Webster, «para la familia de Saint-Exupéry casarse con una extranjera era peor que con una judía». Tras la muerte del conde, la figura de Consuelo cayó en el olvido para preservar la imagen inmaculada del escritor. Ha vuelto a ser reivindicada a medida que se indagaba en el estrecho vínculo entre la vida personal de Saint-Exupéry y «El principito», hoy aceptada como una confesión simbólica más que un mero cuento para niños. En el año 2000, Francia descubría la «cara b» de su autor más adorado y adorable: una serie de manuscritos de Consuelo salieron a la luz, dibujando a un hombre «cruel, egoista, infantil, negligente, avaro y derrochador».

El último vuelo de Saint-Exupéry

Antoine de Saint-Exupéry escribió «El principito» en Nueva York en 1943 mientras aguardaba a poder regresar a Francia para combatir contra los alemanes. Un año después pudo sobrevolar su tierra natal, pero en un vuelo de reconocimiento a la altura de Córcega (donde debía fotografiar zonas que podrían ser utilizadas para un desembarco aliado en Provenza) se perdió la pista de su avión. Hasta entonces, la aviación había sido su gran pasión. En «Vuelo nocturno» y «Tierra de hombres», que le valieron sendos premios nacionales, ya había plasmado literariamente esa afición. «El principito» arranca con un aviador varado en el desierto del Sahara tras sufrir una avería en su motor, una experiencia que el proprio Saint-Exupéry vivió en primera persona en 1935. Pero aunque éste es el dato más descaradamente biográfico del libro, toda la obra está referenciada a su vida y sus sentimientos pero a través de esas metáforas que lo han hecho imperecedero: la rosa, las estrellas, los volcanes, los baobabs....