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Guédiguian, un armenio frente al genocidio

«Una historia de locos», la nueva película del cineasta, se basa en el relato del periodista español José Antonio Gurriarán, que cuenta la historia de los descendientes armenios de las víctimas de un genocidio que no reconocen quienes lo cometieron.
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«Una historia de locos», la nueva película del cineasta, se basa en el relato del periodista español José Antonio Gurriarán, que cuenta la historia de los descendientes armenios de las víctimas de un genocidio que no reconocen quienes lo cometieron.
El 24 de abril de 1915 se perpetró una de las masacres más terribles de la era moderna. Entre medio millón y un millón y medio de armenios -la cifra varia según los historiadores- fueron deportados y asesinados durante ocho años por el gobierno de los Jóvenes Turcos en el Imperio Otomano. Más de un siglo después, el pueblo armenio sigue esperando que Turquía reconozca el genocidio, mientras la semilla del odio sigue creciendo en su interior. El reputado director francés –hijo de un armenio y de una alemana– Robert Guédiguian se introduce en los años 70 y 80 del pasado siglo, cuando una parte de los descendientes de aquellos asesinados decidió emprender el sucio camino de la violencia para reivindicar su lucha, para narrar su nueva película, «Una historia de locos», basada, precisamente, en uno de los atentados del Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia (ASALA, por sus siglas en inglés) en Madrid. Al cineasta la historia le tocaba de cerca, por sangre, por orígenes. «Los genocidios son cosa de familia», comenta. Le rondaba la cabeza desde que empezó a hacer cine hace más de treinta años y decidió que había llegado el momento de poner en imágenes un episodio concreto. Buscaba el enfoque que fuera adecuado y supo hallarlo. El conocer a Gurriarán fue lo que definitivamente le hizo apostar por este rodaje y cerra una herida que llevaba abierta ya demasiado tiempo.
Quizá pocos lo recuerden, pero el 30 de diciembre de 1980, la capital de España tembló por la explosión de un artefacto terrorista en plena Gran Vía. Entre los nueve heridos se encontraba el entonces director del diario «Pueblo», José Antonio Gurriarán, cuyas lesiones le marcarían el resto de su vida. «No hay un día en todos estos años que no recuerde el atentado. El que ha vivido algo como lo que yo viví queda marcado para siempre, no solo en el cuerpo», reconoce en una entrevista a este periódico.
Con un hilo voz
A pesar del deterioro de su estado físico, cicatriz inmortal que le hace rememorar esa fatídica tarde (y que le obligó a peregrinar durante un año por varios quirófanos), emplea todas sus grandes facultades mentales para contar, en un hilo de voz, por qué decidió investigar a quienes le habían hecho tanto daño: «En el hospital comencé a informarme y a leer sobre la historia del genocidio y la lucha de los armenios. Y en cuanto salí quise conocerles, saber quiénes eran», relata. Gurriarán viajó «por toda Europa» siguiendo la pista a los terroristas hasta que pudo reunirse con ellos en Líbano: «Iban cubiertos con pasamontañas –destaca el periodista–. Encendí mi grabadora, estaba bastante nervioso en aquel momento». En un acto de valentía, entregó a los soldados un libro pacifista del doctor Martin Luther King. Pocos años después, el ASALA dejaría las armas para siempre. «Cuando conocí a Gurriarán me impresionó enormemente su historia –apunta Guédiguian–. Presentaba en Francia el libro en el que relata lo que le pasó, titulado «La bomba». En cuanto lo leí vine a verle y a pedirle basarme en su historia para hacer la película». Inspirada en este relato, «Una historia de locos» sitúa la acción en Marsella, donde un joven de origen armenio, Aram, se alistará en el ASALA y hará explotar el automóvil del embajador de Turquía en París, hiriendo de gravedad a un universitario que pasaba al lado en bicicleta, Gilles. Aram se siente tan mal por haberle hecho daño que querrá conocer a su víctima. Para el director, la historia de la cinta está contada de manera objetiva, tomando distancia entre las partes del conflicto: «Considero que tanto Gilles como Arma son víctimas. El armenio ha vivido toda su infancia odiando profundamente al pueblo turco, que nunca ha reconocido el asesinato de sus antepasados», declara.
Gurriarán, como Gilles en la película, quería comprender el por qué de sus actos, saber qué les había llevado a matar por su causa: «Yo llegué a entenderles –declara–. Pero siempre defendí que con la violencia nunca se ha conseguido nada. ¿Qué lograron los armenios, o ETA en nuestro país? Nada, solamente mayor represión. Ellos también me entendieron, después de treinta y cinco años me sigo viendo con algunos de esos jefes de la guerrilla».
El personaje en que está inspirado en el periodista cambia su personalidad, alegre y extrovertida, por el atentado. Tanto, que hasta llega a decir: «No sé por qué Dios ha querido hacerme esto a mí». Esa rabia absoluta también la vivió en sus carnes el periodista español, aunque ahora confiesa que «sí llegué a saber por qué tuve que pasar por esto. No hay terrorismo porque a algunas personas les guste matar. El terrorismo existe porque los ciudadanos no son libres, es un reflejo de nuestra sociedad», remarca.
Guardar silencio
Tanto Gurriarán como Guédiguian coinciden en por qué cada vez menos gente se acuerda del genocidio armenio: «De eso no se habla porque Turquía no quiere que se hable», zanja el periodista. «El gobierno turco se gasta millones al año en conseguir que los demás países callen», añade el realizador. En el año 2015 se celebró el centenario de la matanza, y Francia –cuna de descendientes de muchos armenios–, comenzó a publicar información sobre ella. «A todo el pueblo armenio francés le emocionó mucho que en la prensa, en la radio y en la televisión se comenzara a debatir tantos años después. Desgraciadamente, el centenario pasó y volvió a desaparecer toda esa énfasis en debatir sobre el genocidio», lamenta Guédiguian.
El director se muestra positivo frente al futuro del pueblo armenio y el, aún improbable, reconocimiento del genocidio por parte de Turquía: «Espero fervientemente que llegue ese día, y que todos los armenios vuelvan a Anatolia, aunque sea para ver dónde vivieron sus antepasados. Y espero tener salud para poder verlo». Guédiguian quiere dedicar esta película «a todos los turcos que han querido manifestarse a favor del reconocimiento y han sido encarcelados por sus ideas. Cuando Turquía acepte su culpa, será un día grande para las sociedades de ambos bandos», remarca. Gurriarán no cree que vaya a ser tan una cuestión tan sencilla: «El propio Obama quiso reconocer el asesinato formalmente cuando era presidente de Estados Unidos y no lo pudo hacer. Hay fuerzas superiores que impiden que muchas regiones sigan guardando silencio más de cien años después».
La actual situación que vive Turquía debería de preocupar fruto de su «regresión nacionalista», según Guédiguian, quien mantiene intacta su esperanza sobre un mundo mejor: «Si no lo pensase así no haría películas, no me levantaría por la mañana.. sería mejor abandonarlo todo y no estoy por la labor», reconoce. «Una historia de locos» refleja, para su director, el poder que tiene la cultura «para hacer reflexionar al conjunto de la población. Gracias a esta cinta, mucha más gente conocerá el genocidio y querrá apoyar esta causa». Una causa cuyo final se prevé todavía lejano, pero por el cuál el pueblo armenio no va a dejar de luchar a través de la palabra, nunca más con las armas.

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