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«La quietud»: El lado femenino de Trapero

El director argentino retoma los temas de la familia y los crímenes de la dictadura militar, que ya trató en la exitosa «El clan», en este filme protagonizado por Martina Gusmán y Bérénice Bejo.
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El director argentino retoma los temas de la familia y los crímenes de la dictadura militar, que ya trató en la exitosa «El clan», en este filme protagonizado por Martina Gusmán y Bérénice Bejo.
Martina Gusmán y Bérénice Bejo son casi idénticas. Según avanza «La quietud», el filme de Pablo Trapero que protagonizan, el espectador se siente confundido en varias ocasiones, sin saber del todo cuál mujer es cuál. En una escena en que ambas se masturban en la misma cama, es difícil discernir de quién es esa mano, esos labios, ese cuello. El director argentino admite que el parecido físico, que descubrió en 2011 –cuando Bejo presentó «El artista» en Cannes, donde Gusmán, esposa de Trapero, era entonces jurado– fue lo que le motivó inicialmente a desarrollar una historia para ellas. Por otra parte, ese juego de espejos tan presente en la película es un reflejo de los paralelismos que Trapero encuentra entre su vida y la de Bejo y su esposo, el también cineasta Michel Hazanavicius que, como Trapero, ha dirigido en varias ocasiones a su esposa ante la cámara, además de que ambas parejas tienen dos hijos, un niño y una niña, de edades similares. En el filme, Mía (Gusmán) y Eugenia (Bejo) se reencuentran en La quietud, la especular finca donde se criaron, cuando la segunda debe regresar a Argentina desde Francia para acompañar a su familia, pues su padre ha sufrido un accidente cerebrovascular. La simbiosis entre las hermanas es evidente desde el primer momento, aunque la historia no tarda en demostrar que, en contra de lo que sugiere el nombre de la casa, esta familia de apariencia perfecta está llena de turbulentas traiciones. «Es muy habitual que las fincas se llamen de una manera que parece una expresión de deseo: La quietud, El descanso, El remanso... por eso quise centrar el filme en este lugar abstracto y no habitado, como salido de las páginas de una revista de diseño. Los personajes también parecen salidos de Instagram: todos divinos y bien vestidos, pero, a medida que vas entrando en su intimidad y conociéndolos en profundidad, te das cuenta de que se caen los filtros de Instagram y que la casa no está vacía sino llena de misterios y de miseria», explica Trapero.
Uno de esos misterios es el pasado de los padres de las jóvenes, interpretados por Isidoro Tolcachir y la diva argentina Graciela Borges (famosa, entre otras, por «Crónica de una señora», de Raúl de La Torre), que ahora se enfrentan a un juicio por sus acciones corruptas durante la dictadura. Mía, que adora a su padre y tiene una relación muy complicada con su madre, irá descubriendo la verdad sobre ambos, a la vez que debe sincerarse en su trato con su hermana. «Para mí, el corazón de la película es cómo el personaje de Martina logra romper con ese legado, con lo que se supone que se espera de ella, y se enfrenta a lo que verdaderamente quiere, necesita o busca», explica el cineasta, y añade: «Siento que la historia de estas dos hermanas tenía algo muy apasionante y espero que el público se sienta emocionado y conmovido por ella, porque, a fin de cuentas, lo que moviliza a estos personajes tampoco es muy diferente de lo que movilizaba, por ejemplo, a los de “Carancho”: la necesidad del amor». Se refiere a su filme de 2010, en el que Ricardo Darín interpreta a un abogado corrupto que se aprovecha de las víctimas de accidentes de tránsito.
Un tema espinoso
En su país, la Prensa se ha mostrado sorprendida de que Trapero abandonase los escenarios más bien marginales que suele retratar para centrarse en la aristocracia argentina. Además, ha resaltado que se trata de su filme más femenino hasta el momento. Este tema le resulta al director un tanto espinoso: «Sí sentí que representar ese universo femenino fue un desafío, pero no más que otros a los que me he enfrentado como realizador. Martina, con la que he trabajado muchas veces, me ayudó bastante a ver la historia desde su punto de vista, no solo como actriz sino como mujer. Aunque también siento que, a veces, en lugar de ayudar entorpece pensar en cuestiones de género como totalizadoras. Lo bueno es poder contar historias de personas distintas como somos todos», afirma. Asimismo, admite que para esta película contó con más mujeres que nunca en su equipo porque «sentí que iba a ayudar al proyecto tener más miradas de mujeres cerca, aunque es un poco torpe pensar que porque hay mujeres la película es más femenina», insiste.
En homenaje a Buñuel, el filme se desarrolla en torno a los silencios y la dualidad, el nada es lo que parece. Mientras los espacios abiertos y la tranquilidad de la finca sugieren honestidad y paz, los personajes se cierran cada vez más sobre sí mismos y lo que queda por decir lo dice todo. «En Argentina decimos que no se puede tapar el sol con las manos. Y esta familia, sobre todo la madre, pretende que lo que sucedió no sucedió, pero tarde o temprano esa realidad vuelve y lo hace con una mayor violencia justamente por esos años de haber aparentado que aquello no sucedía». En ese sentido, la importancia de aceptar el pasado y reflexionar sobre él, no solo a nivel personal sino global, está igualmente presente en la película: «Nuestra vida privada está vinculada a nuestro ser social y las decisiones que tomamos van construyendo una historia. Por eso, a partir de esa reflexión del pasado podemos seguir tomando nuevas decisiones».
El ángel exterminador
Para Trapero, esa reflexión debe pasar por la palabra y la imagen: «Las cosas que te interesan, te preocupan o te duelen se tienen que verbalizar. El valor de las palabras está muy presente en “La quietud”, la historia nos obliga a preguntarnos qué significan las palabras que los personajes dicen. A la vez, el filme trata de todo lo que algunos personajes no se animan a decir. Pareciera que cuando hablan están armando un discurso para proteger lo que verdaderamente piensan o sienten», explica el director, y añade: «Por eso la sexualidad está tan presente en esta historia, porque pareciera que es el único momento donde estos personajes son verdaderamente sinceros».
Quizá la escena en que esa falta de honestidad resulta más palpable –tanto que produce una sensación incómoda en el espectador– sea la que retrata durante una cena a la madre y a sus hijas, junto con Vincent (Edgar Ramírez), esposo de Eugenia, y Esteban (Joaquín Furriel), un abogado amigo de la familia. «La llamamos la escena de “El ángel exterminador”», afirma Trapero, porque, así como en el filme de Buñuel, donde los protagonistas no logran salir de la mansión donde se han reunido a cenar, en este «pareciera que los personajes están encerrados en un absurdo y ninguno es capaz de abrir la puerta e irse. Están atrapados en una red endogámica y claustrofóbica donde todos tienen un discurso que nada tiene que ver con lo que está sucediendo y que es una herramienta de protección».

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