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«Obediencia»: Arden las calles de Londres

El director británico Jamie Jones profundiza en su primer largometraje en los verdaderos motivos sociales que lanzaron a las calles en agosto de 2011 a todos los jóvenes desprovistos de posibilidadades reales de futuro durante los inicios de la crisis.
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    Marta Moleón

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El director británico Jamie Jones profundiza en su primer largometraje en los verdaderos motivos sociales que lanzaron a las calles en agosto de 2011 a todos los jóvenes desprovistos de posibilidadades reales de futuro durante los inicios de la crisis.
Cuando las calles son capaces de inventarse un lenguaje propio, no resulta del todo recomendable ignorar el mensaje. El 6 de agosto de 2011 el asfalto del barrio londinense de Tottenham creó uno que tenía el sonido del grito, de la lucha y de la desesperanza en cada una de sus palabras y el suficiente pellizco social como para que el director debutante y realizador de televisión británico Jamie Jones decidiera utilizarlo como base principal sobre la que construir su ópera prima: «Obediencia». A través del relato asfixiante de la cotidianidad de la vida de Leon, un joven de 19 años que convive con las adicciones de una madre emocional y vitalmente desarmada y con la violencia de una casa ubicada en el agitado municipio de Hackney al nordeste de Londres capaz de silenciar cualquier posibilidad de futuro, Jones enfoca con la lupa de la denuncia las posibles razones que explicarían y justificarían comportamientos como los que tuvieron lugar durante ese año. «Nos dicen los gobiernos de derechas que los disturbios sociales de este tipo están generados por actitudes sociales negativas o por pura y simple criminalidad. Los disturbios perdieron el control en según qué situaciones y algunos grupos se aprovecharon de la situación para cometer crímenes de todo tipo, pero mucha gente perteneciente a comunidades pobres trató y trata de detener a los alborotadores, de la misma manera que resulta curioso que no se observó a grupos de jóvenes de clase media corriendo por las calles para aprovecharse con los saqueos. Debería haber también una investigación mucho más profunda sobre las razones de por qué mucha gente de las áreas más desfavorecidas se dispone de inmediato a prender fuego a las comunidades en las que viven o que los circundan», comenta el director al tiempo que añade que precisamente esta película es un intento de analizar el problema con una perspectiva social amplia y justa para poder hurgar en las razones del descontento general que en ocasiones desemboca en el estallido de disturbios semejantes.
Una explosión de ira
Haciendo perfecto uso de la libertad de expresión que la licencia de la gran pantalla le concede el británico insiste: «Pienso que la comunidad en Tottenham soportó mucho y durante demasiado tiempo el hecho de ser ignorada. La gente se sentía verdaderamente frustrada al ver cómo el balance de poder quedaba en manos de un grupo de personas que no los escuchaba y que, sobre todo, no los representaba. Creo que, si un grupo pequeño o la sociedad en general, empieza a percibir que las quejas manifestadas a la autoridad son ignoradas durante mucho tiempo, al final termina rebelándose.
Lo que es una pena es que no dirijan su rabia a los estratos correctos de la sociedad, porque después, como en el caso del Brexit, por ejemplo, se corre el riesgo de que termine desvirtuándose el sentido de la protesta». El hilo de atracción por historias socialmente comprometidas y potencialmente reivindicativas es algo que en el caso particular de Jamie Jones no solamente no se ha enredado, sino que se alarga y refuerza con cada proyecto que emprende. Como ya mostrara hace tres años con el cortometraje «The Nest», en donde una joven adolescente trata de poner en valor su necesidad de independencia dentro del contexto de ilegalidad en el que vive con su madre y sus hermanos, o de forma anterior en un extraordinario documental para la BBC acerca de las canteras de jóvenes promesas británicas de boxeadores aficionados, la respiración de la ruptura de las sociedades se convierte también en el objeto principal de estudio de «Obediencia».
Pero no de una manera metódica, analítica o excesivamente descriptiva, sino desde un plano verdadero, emocional y sensible que apela a la identificación del espectador con el relato de una historia que pertenece no solo a quien la protagoniza, sino también al que sabe mirarla. La juventud es otro de los bloques vertebradores de una cinta en donde se muestra de manera genuina y realista una inexistencia de alternativas tanto laborales como vitales en el territorio británico que consiguen introducir al personaje de Leon, luminosamente interpretado por el actor Marcus Rutherford, hasta el camino de una desesperación que no demanda caridad sino oportunidades.
Juventud perdida
El director se muestra bastante sensibilizado con este asunto y reconoce tener constantes preocupaciones al respecto que le inspiran para escribir historias como la de «Obediencia»: «Siento que la juventud es el futuro. Mira presentamos el filme en el pasado Festival de Sevilla y fue precisamente la juventud la que nos hizo llegar las preguntas más interesantes», comenta.
El realizador afirma además que la actual es una juventud mucho más progresista que la de la anterior generación y niega la teoría que asegura que a medida que envejeces tienes más cosas que perder y por consiguiente te vuelves más conservador al tiempo que destaca que uno de los mayores problemas a los que se enfrentan actualmente los jóvenes es la concienciación sobre el medio ambiente: «Lo más valioso que la juventud tiene para perder es su futuro y en el momento actual que estamos viviendo, el medio ambiente ocupa una posición primordial para poder asegurarlo. Cuando éste falle todos pagaremos un precio. Necesitamos olvidar nuestras diferencias tribales y empujar hacia adelante para salvar el medio ambiente.
La juventud entiende esto mejor que nadie y tiene la posibilidad de encontrar su libertad eligiendo el camino que quiera», recalca. La exclusión del contrato social y el establecimiento de un debate sobre cómo conseguir balancear las brechas económicas, son experiencias que bien podrían asemejarse a las vividas por el propio Jones tal y como él mismo confiesa: «Nunca estuve en situaciones tan malas como las que ha vivido Leon, pero me he sentido igual de perdido y frustrado. Venir de una familia de clase trabajadora significa no haber tenido la mejor educación posible y que las puertas de todos lados estuvieran siempre firmemente cerradas. Pero ¿sabes qué? Hay que mantenerlas abiertas, aún golpeándolas. Definitivamente he puesto muchas de mis frustraciones en León. Este ha sido un proceso catártico». Con la ayuda de una fotografía obra del español Albert Salas lo suficientemente magistral como para haberle valido el reconocimiento en el último festival de Tribeca, la cinta expone una problemática social desde el conflicto emocional interno del protagonista porque en palabras del director: «este tipo de conflictos son los verdaderamente capaces de construir las historias más interesantes. Es la razón por la cual la mitología griega y Shakespeare han tenido tanta influencia. Todos sus personajes son complejos y ricos, capaces de hacer el bien y el mal. Cuando consigues crear uno así, puedes estar seguro de tener una buena historia. El lenguaje inventado por las calles muestra en «Obediencia» una tragedia que funciona como inicio pero no como final. Como una manera honesta y visual de admitir que en Reino Unido hay un problema y que «se necesitan grandes ideas si queremos solucionarlo».

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