Scorsese brilla con un fresco anticapitalista
Con «Killers of The Flower Moon», el director presenta en Cannes su película más clásica, que abunda en la tesis de que el capitalismo propicia el crimen y la ambición
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200 millones de dólares de presupuesto, invertidos durante siete años de preparación y rodaje para la undécima colaboración de Robert de Niro con Scorsese y la séptima de DiCaprio. Esas son las cifras de la película más esperada de la 76ª edición del Festival de Cannes. Hablamos de «Killers of the Flower Moon», que, fuera de concurso, provocó horas de cola de la prensa para una única sesión histórica. Histórica porque Cannes, que siempre arruga el morro ante las producciones de plataformas de streaming (esta es de Apple), le ha tendido la alfombra roja sin que le tiemble el pulso, y porque Scorsese ha pactado con Apple, a través de Paramount, su estreno en salas el próximo otoño.
Lejos quedan los tiempos en que Scorsese era el «enfant terrible» del cine norteamericano, con su polémica Palma de Oro para la brutal «Taxi Driver» y su premio al mejor director por la irresistible «Jo qué noche». El Scorsese que premió Cannes, íntimo y urbano, no tiene nada que ver con el «Killers of the Flower Moon», de escala épica y aliento de época. Lo que no significa que su nueva película no obedezca a un proyecto personal: en cierto modo, toda su carrera se articula alrededor de cómo la violencia ha configurado la identidad nacional norteamericana.
Adaptación del libro de no-ficción de David Grann, «Los asesinos de la luna», «Killers of the Flower Moon» cuenta la historia de los asesinatos de población india en el condado de Osage en los años veinte, cometidos después de que en ese territorio se descubriera petróleo y los blancos quisieran aprovecharse de la repentina riqueza de los nativos. Scorsese explica ese caso de sangriento colonialismo a través de las figuras del cacique del lugar, William Hale (Robert de Niro), y su mano derecha, Ernest Burkhart (Leonardo di Caprio), y la relación de este con Mollie (Lily Gladstone), india con la que se casa y forma una familia.
Si antes hablábamos de la violencia, también deberíamos hacerlo del dinero. Uno de los hilos conductores que unen «Killers of the Flower Moon» con películas como «Casino», «Gangs of New York» o «El lobo de Wall Street» es que todas demuestran que el capitalismo, que explica el devenir histórico norteamericano, surge de la mezcla del crimen y la ambición desmedida. El dinero se consigue a cualquier precio. Así las cosas, la comunidad criminal que presenta «Killers of the Flower Moon» no es tan distinta de la de «Uno de los nuestros», y la observación extremadamente minuciosa, a veces algo redundante, con que Scorsese se acerca a sus costumbres, con el personaje de Ernest Burkhart como eterno pelele en manos de un satánico demiurgo, esa viva imagen de la banalidad del mal que encarna De Niro, describe a una banda de gángsters que, en la época de máximo esplendor del KuKluxKlan, despliega su supremacía blanca sobre los primeros habitantes de la tierra prometida.
Lo más sorprendente de «Killers of the Flower Moon» es que, a pesar de sus épicas intenciones, es, principalmente, una película hablada, sustentada sobre los diálogos que confrontan a sus protagonistas. Es el más clásico de los filmes de Scorsese, el menos pendiente de las piruetas de montaje o los movimientos de cámara virtuosos. Aquí brillan los personajes: no solo el villano que interpreta De Niro, sino, sobre todo, el que, a veces, parece su pareja cómica, un Leonardo Di Caprio que hace de la torpeza, la cobardía y la inopia sus signos de identidad. Ernest Burkhart es un hombre sin atributos que vive entre el deber de cumplir con los mandatos de su jefe, movido por una ambición ciega, y el afecto que siente por su esposa, a la que tiene que sacrificar. Y ahí está el centro emocional del filme: el hermoso personaje de Mollie, una india resoluta que va perdiendo uno a uno a todos los miembros de su familia, y que sigue fiel a su marido porque, simplemente, está enamorada. Si la película acelera su ritmo en su tramo final, con la aparición de un agente del FBI (Jesse Plemons) dispuesto a resolver los casos de asesinato que el autocrático caciquismo que domina la región ha dado por cerrados, y una extraordinaria secuencia-epílogo, lo que quedará para la posteridad es la impertérrita mirada que Mollie, una excelente Lily Gladstone, le lanza a DiCaprio. Ella es la encarnación de la dignidad de toda una raza aplastada por la Historia.