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Viggo Mortensen: «‘‘Jauja’’ es hermosa, sí, pero también áspera, y muy rara»

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Su versatilidad y su entusiasmo al defender cada proyecto en el que participa es admirable.
En el espacio de un año, los que hemos tenido el privilegio de asistir a los tres eventos cinematográficos de mayor proyección internacional (Berlín, Cannes y Venecia), hemos oído a Viggo Mortensen hablar en castellano, danés, inglés y francés. Sus dotes políglotas son sólo una de las capas de su talento. Su versatilidad y su entusiasmo al defender cada proyecto en el que participa es admirable. Muy pocos se habrían atrevido a meterse en una cinta tan singular como «Jauja».
–¿Conocía la obra de Lisandro Alonso antes de aceptar el proyecto?
–Había visto «Los muertos», que me gustó mucho. Me interesaba sobre todo el uso del tiempo en la película, que me recordaba al cine de Tarkovski, al que adoro, y también su tratamiento del sonido. Luego vi el resto de su filmografía y admiré aún más la simplicidad de sus historias, su poesía. Coincidimos en Toronto hace años, pero realmente fue Fabián Casas quien nos puso en contacto. Me contó la idea de «Jauja» y le dije que sí de inmediato. Me gusta comprometerme con cineastas que tengan una mirada propia, las dimensiones de la producción no me importan. Al fin y al cabo no hay tanta diferencia entre una película comercial y una independiente: hay que prepararlas, rodarlas y promocionarlas con el mismo entusiasmo.
–El título alude a un espacio que no existe, que pertenece al orden de lo imaginario. ¿Qué significado le otorga usted?
–Jauja es un lugar, pero es más que un lugar. Es una idea. O un sentimiento. Una sensación de tranquilidad, de satisfacción, de alegría incluso. Es una palabra de origen árabe. En árabe antiguo significa pasaje, portal, en el sentido de una puerta de entrada, de transición. Los conquistadores españoles, liderados por Pizarro, le pusieron ese nombre a una ciudad peruana con la intención de convertirla en capital del país. Fue una auténtica operación de propaganda: decían que era una tierra bella y fértil, una especie de paraíso perdido, para convencer a los españoles de que valía la pena arriesgarse a los peligros y los riesgos del viaje. Por supuesto, cuando llegaban allí no se encontraban con nada de lo prometido: era una tierra más bien árida, lejos del mar, muy fría en invierno. Lope de Rueda escribió una obra cómica a partir del mito de Jauja y de lo que supuso en las clases populares de la época. Se titulaba «La tierra de Jauja». Y Brueghel pintó un cuadro, «La tierra de la pereza y la delicia», que hacía referencia a Jauja. Su historia, como ves, viene de lejos.
–«Jauja» es de una belleza bastante inusual. Está rodada en 35 mm, en formato Academy. Hay en ella un gran aliento pictórico, y es muy distinta de las películas en las que habitualmente está implicado. ¿El resultado final está cerca de lo que imaginaba en el rodaje?
–Es hermosa, sí, pero también áspera. Mi experiencia como fotógrafo me hacía intuir que la película sería muy bella. Y muy rara, muy fuera de lo común. Cuando Lisandro escogió a Timo Salminen, el cámara de Kaurismaki, lo hizo con el propósito no sólo de trabajar con un técnico brillante, de la vieja escuela, que pudiera filmar los paisajes como lo hizo John Ford, sino también con una persona que rodara esos paisajes por primera vez, con una mirada nueva. Timo es finlandés, nunca había estado en la Patagonia, y esa condición de extrañamiento, de extranjería, añade un plus a las imágenes que un cámara argentino no habría logrado.
–Su implicación en la película va más allá de ser el protagonista. Es coproductor, autor de la música...
-Lisandro quería utilizar la música como un aviso de los momentos en que el sentido del espacio y del tiempo empieza a torcerse para el personaje y en el relato. Unas notas de piano, una guitarra eléctrica... Le hablé de unos temas que había grabado, los escuchó, le gustaron y ahí quedó. Están utilizados de un modo que podría parecer pretencioso, como si Lisandro quisiera llamar la atención sobre sí mismo, pero, por el contrario, el resultado es muy orgánico, muy natural.
–Existe una cierta confrontación entre lo real y lo imaginario, o entre lo racional y lo mágico...
–Lo más curioso de mi personaje es que, pase lo que pase, siempre busca una explicación racional para ordenar un mundo que está plagado de signos oníricos o fantásticos. Es un ingeniero que proviene del norte de Europa, su mentalidad es científica, y finalmente su aprendizaje consiste en entender que no todo puede entenderse. Y eso, en cierto modo, es lo que hace creíble a la cinta, lo que engancha al espectador: hay siempre una base de realidad en la atención que Lisandro pone en los detalles. Un rasgueo de guitarra eléctrica, el repentino paso del día a la noche, la presencia del perro... Son recursos que funcionan como llamadas de atención sobre lo extraño, pero también anclajes en otra manera de comprender la realidad.
–A medida que avanza el metraje, «Jauja» se hace más misteriosa, más escurridiza, como si quisiera resistirse a ser interpretada...
–Podría ceñirme a una interpretación, y de hecho tiendo a hacerlo, pero al final eso significa empobrecer la película. Creo que Lisandro la concibió como una obra abierta y así hay que disfrutarla, como una experiencia que puede significar algo distinto para cada espectador.