Vintenberg, uno más de la comuna
Su filme sobre la vida colectiva recoge aspectos de su propia experiencia
Su filme sobre la vida colectiva recoge aspectos de su propia experiencia
Dice que le preocupa la edad, el paso del tiempo, pero se presenta a la entrevista como un pipiolo. Será que vivir en una comuna desde los siete a los diecinueve años exfolia el alma. Lo que está claro es que sirve para hacer una película que le procuró a su actriz protagonista, Trine Dyrholm, el Oso de Plata en la última Berlinale. «Creo que era más maduro de adolescente que ahora», espeta Thomas Vinterberg con una media sonrisa. Será la primera de unas cuantas confesiones, verdaderas o no, del cineasta danés, que no tiene ningún problema a la hora de contar su vida personal a los periodistas. «Mis padres me explicaron que, si no hubiera sido por la comuna, se habrían divorciado mucho antes. Ese estilo de vida desengrasó su matrimonio, rompió con la rutina, al menos por un tiempo». Habla el hombre que se divorció de su esposa por más de veinte años para casarse con una actriz (Helene Reingaard Neumann) con la que se lleva diecisiete, y que interpreta a la amante del protagonista de «La comuna». «Mentiría si dijese que no he volcado elementos de mi vida reciente en la película. He visto a muchos hombres de mi edad en plena crisis de pareja y, en cierto modo, era una buena oportunidad para preguntarse cómo se siente la mujer abandonada».
- En la cocina
«La comuna» nace de otra experiencia catártica, la puesta en escena de la obra «Kollektivet» que Vinterberg montó en Viena. «El teatro, como el cine, se parece mucho a la vida en una comuna», asegura. «Lo bueno de representarla cada noche era comprobar en directo lo que funcionaba mejor y lo que no. Buena parte del texto era improvisado, pero la acción se desarrollaba alrededor de un único espacio, la cocina. El cine obliga a expandir la acción, a hacerla más compleja». En cierto modo, Vinterberg siempre ha estado interesado en retratar la dinámica emocional de las relaciones en comunidad, desde «Celebración», su ópera prima, hasta «La caza». «La soledad no va conmigo. Si te digo la verdad, siento algo de nostalgia por aquel periodo de mi vida, y creo que eso se nota en la película. Supongo que hacerse mayor significa dejar cosas atrás, y ese sentimiento de pérdida de inocencia, de que todo se acaba, empezando por el amor, está en el corazón de la trama. Me cuesta aceptar la condición efímera de las cosas, de las emociones», admite. ¿Se reconoce en el Vinterberg del Dogma 95? «Por supuesto que sí. De hecho, aquel manifiesto tiene mucho del espíritu de la comuna en la que crecí. Pero pronto se convirtió en una marca, y ese fue el comienzo del fin».