Coen: El triunfo de la América intelecto-rural
Un ensayo analiza el inclasificable estilo de los hermanos de Minnesota, que desde el «indie» sedujeron al gran público con cintas como «No es país para viejos», «El gran Lebowski» y «Fargo», llevada luego con éxito a televisión, y que ahora firman el guión de «Suburbicon»
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Un ensayo analiza el inclasificable estilo de los hermanos de Minnesota, que desde el «indie» sedujeron al gran público con cintas como «No es país para viejos», «El gran Lebowski» y «Fargo», llevada luego con éxito a televisión, y que ahora firman el guión de «Suburbicon».
Minnesota es la cara amable del Medio Oeste, un edén escandinavo donde el frío se combate con «hygge» y los paisajes se pierden en largos, larguísimos puntos de fuga. Es la patria de Paul Bunyan, el desenfadado leñador de leyenda; el segundo estado más feliz de USA, según una encuesta de 2016. Quien albergue grandes aspiraciones no puede por más que poner tierra de por medio de la Amable Minnesota. Lo hizo Scott Fitzgerald en los 20; Bob Dylan en los 60... Es importante escapar de Minnesota, pero para poder volver siempre a Minnesota y comprobar que, de cualquier modo, en todos los lugares cuecen habas y en cada recodo del camino se cocina un misterio, un asesinato. Incluso en la Amable Minnesota.
«Siempre parece que el mundo en el que se desarrollan nuestras historias está conectado con nosotros, aunque sea de forma remota. En el caso de ‘‘Fargo’’, el vínculo era mayor», afirma Ethan Coen, la mitad de Joel, el 50% de esa sociedad inextinguible que ha dado, hasta la fecha, 17 filmes en los que laten los demonios y las contradicciones de la América rural. «Fargo» (1996) fue el golpe en la mesa definitivo de los Coen tras un prometedor debut con «Sangre fácil» (1984) y unos comienzos marcadamente independientes: «Arizona Baby» (1987), «Muerte entre las flores» (1990), «Barton Fink» (1991). Los Coen ya estaban ahí. Pero con «Fargo», con aquel coche emergiendo de la nieve y un absurdo secuestro encargado por el clásico donnadie llamado a meterse en líos que lo superan de toda la filmografía de los Coen, la pareja de realizadores logró su primer gran éxito de taquilla y crítica.
Todo el universo de los Coen, asegura su amigo y colaborador William Preston Robertson, «gira en torno a gente que intenta encontrar un código de conducta en un universo de locura». Se lo dice a Ian Nathan en su libro «Los hermanos Coen. La historia de los hermanos cineasta más icónicos de nuestros tiempos» (Libros Cúpula). Para el autor, «sus películas son hermosas, oscuras y divertidas, y profundas en una forma difícil de catalogar. Están llenas de contradicciones: son profundamente referenciales, pero absolutamente originales; personales pero construidas sobre un total artificio; llenas hasta el borde tanto de alta como de baja cultura». Del detective hammettiano de «Muerte entre las flores», un pastiche de las novelas negras, al Bardem de «No es país para viejos» que concibieron como una especie de Terminator más allá del bien y del mal, todo el universo de los Coen gira en torno al cine, al Hollywood clásico pasado por el tamiz del tiempo y mezclado con el frikismo generacional.
Pero esto es solo un acercamiento a lo que sería el «toque Coen», pues, en realidad, pocas cinematografías son tan difíciles de encasillar. Los propios directores son refractarios a hablar de su cine. «Corramos un tupido velo», dicen ante las preguntas que les incomodan. Son más de preguntas que de respuestas. Su humor aún espera una definición que quepa en una línea. Mientras tanto buscamos la asistencia de William Preston Robertson: «Es una mezcla imposible de excentricidad, intelectualidad rural, sentido cómico tanto a nivel físico como metafísico, una ironía extremadamente sutil, una extremadamente obvia ironía, juegos de palabras idiotas y repetitivos y una debilidad por los cortes de pelo absurdos». Igual que no se puede enlatar el humor de los Coen, sus cintas tampoco admiten un género concreto. ¿Es un «thriller» «Fargo»? ¿Es un «western» «Valor de Ley»? Y «No es país para viejos», qué es: ¿«western»? ¿«noir»? ¿«road movie»? ¿terror? ¡No hablemos de «El gran Lewobski»! Pocos directores han jugado tan desprejuiciadamente con la herencia de Hollywood, a la que han parodiado y homenajeado a partes iguales en cintas como «¡Ave, César!». Su cine bebe de Preston Sturges, de los musicales, de los grandes estudios, incluso de las cintas de Doris Day, tanto como de la serie B, de la Z, del cine europeo (Fellini, Wenders...).
Dos chicos raritos
«No puedo recordar un solo suceso trascedental de mi niñez», asegura Ethan. El cine fue la vida de aquellos dos chavales raritos de St Louis, de familia judía, que frecuentaban salas medio vacías: «Podías ver una peli de Hércules y al siguiente pase ‘‘Fellini 8 1/2’’. Y esa mezcla de alta y baja cultura fue la que hicimos nuestra», confiesan. Ardiendo en deseos de hacer cine, tomaron el ejemplo del Sam Raimi de «Posesión infernal», que acabaría siendo uno de sus mejores amigos, y lograron levantar con 4 duros sus primeros proyectos. «Los Coen, que se enfrentaban a la paradoja de que solo se puede buscar financiación para una película si ya has hecho una película, comprendieron que Raimi había dado con algo bueno», asegura Nathan. Y se fabricaron su propia «primera película», una especie de «trailer alargado» que servía de reclamo para meter en el ajo a pequeños comerciantes de Minnesota. Muchas llamadas de teléfono después vio la luz «Sangre fácil» (1985), tan madura, tan «coenesca» que sorprende.
La tensión entre el cine independiente y Hollywood es una constante en sus carreras. Aunque con apoyos de Fox, de Warner al inicio, lo mejor de los Coen siguió llegando de, es un decir, su propio bolsillo, lejos de las «majors», como «Barton Fink», desquiciante, inconformista, enigmática. Sus raptos de condescendencia con la industria nunca salieron bien: «El gran salto», «Ladykillers» o «Crueldad intolerable», ese homenaje envenenado a la «screwball comedy». Lo más puramente Coen está, tal vez, en «Fargo», «El gran Lebowski» y «Arizona Baby», pero en realidad no hay cinta desechable de estos hermanos que casi nunca se resisten a meter una escena onírica o un pez gordo detrás de una mesa de buena madera noble, remembranza de todos aquellos «businessmen» que los rechazaban al inicio de su carrera.
Una película sobresale como puro fenómeno en la carrera de los norteamericamos. «El gran Lebowski». Cuando una es más conocida entre el gran público que sus propios directores, está claro que nos acercamos al terreno del «culto». «El gran Lebowski» es la lata de sopas Campbell de los Coen, su icono de la posmodernidad. «Si ‘‘Fargo’’ puso a los Coen en la mente de una audiencia mayor, ésta fue la película que los fans adorarían tanto como a sus propias madres», asegura Nathan. La aventura estrafalaria de El Nota (queridísimo Jeff Bridges) solo recaudó 17 millones en EE UU en 1998. Pero su estela se ha ido agigantando y sus admiradores, esos que saben recitar de memoria frases descacharrantes («Nota, se mearon en tu puta alfombra», por ejemplo), se cuentan por cientos de miles. La cinta ostenta el récord de 267 palabrotas. Muchas de ellas las recitan los incondicionales en los numerosos festivales anuales que, en todo el mundo, recuerdan y homenajean a personajes como Jesús, el jugador de bolos pederasta, Walter, ex combatiente del Vietnam y bocazas, y el tímido Donnie.
De texas a California
Acercarse a los Coen es viajar por una América varopinta (Texas, California, el mismísimo Hollywood, Arizona, Minnesota...) y entrar en un mundo de actores satélite recurrentes: el enjuto John Turturro, Steve Buscemi, John Goodman... O Jeff Bridges. «¿Va fumado en esta escena?», es lo único que preguntaba a los Coen antes de filmar. En caso afirmativo, cuenta Nathan, «el actor se frotaba los ojos con fuerza segundos antes de que Joel o Ethan dijeran “acción”». La oscarizada Frances McDormand ocupa un lugar particular: es la esposa de Joel, a quien conoció en el rodaje de «Sangre fácil». Llegó al papel de la mano de una amiga que la propuso tras rechazar ella participar en el proyecto para priorizar un espectáculo en Briadway. Joel y Frances se acasaron en 1984 y no fue hasta una década después que los hermanos pensaron en ella para un papel protagonista: la agente embarazada de «Fargo», que le valdría el galardón. «Ella es el primer personaje de buen corazón que los Coen han creado», valora Nathan.
A pesar de lo «rarito» de su estilo, la firma Coen se ha convertido finalmente en un valor seguro. Como Tarantino o Wes Anderson, otros dos excéntricos con carta blanca, creadores que han cimentado un nuevo cine norteamericano que se sale del «sota-caballo-rey» de Hollywood. Los Coen incluso han podido besar al tío Oscar. Fue con la monumental «No es país para viejo», la más áspera, la menos cómica de sus películas. Mejor Director y Mejor Película para los hermanos; Mejor Actor para Javier Bardem. Joel agradeció a Hollywood dejarles jugar «en su propio rincón de la arena», es decir, aceptarles en el círculo mágico, en aquel engranaje legendario que aman y parodian en todas sus películas.
También estaba nominado en aquella ocasión, como en «Fargo», el editor Roderick Jaynes. Este sujeto, del que no se sabe mucho (porque, concretamente, no existe), figura como montador en casi todas las cintas de los Coen. Los propios hermanos lo inventaron: «Habría parecido de mal gusto salir tantas veces en los créditos», explica Nathan. El tal Jaynes, que los Coen veían como «un rancio y viejo montador británico», incluso ha escrito artículos en «The Guardian» –ya saben la mano que lo mece– y figura en todas las páginas especializadas de cine. Es el tercer hermano Coen. Una anécdota que bien daría para una película de los norteamericanos. Apunten: un señor llamado Roderick Jaynes se presenta en casa de dos tipos apellidados Coen reclamándoles compensación por el uso fraudulento de su nombre. Por supuesto, no admite un no por respuesta y está loco, muy loco.