FECHA: 1715. Voltaire aseguró que el hombre de la máscara de hierro era el hermano gemelo de Luis XIV, hecho cautivo para no disputar el trono al monarca reinante.
LUGAR: Paris. En El vizconde de Bragelonne, Dumas hizo a sus mosqueteros sustituir a un hermano gemelo por otro, restituyendo en el trono al bueno, que sería Luis XIV.
ANÉCDOTA: Napoleón extendió otro folletinesco episodio, con la reina Ana de Austria y el cardenal Mazarino como cómplices, para acendrar su legitimidad a los ojos del pueblo entero.
El mundo se enteró de su anónima existencia por François-Marie Arouet, más conocido como
Voltaire,
uno de los principales representantes de la Ilustración. El mismo autor del Diccionario filosófico que dejó anotada esta frase ya antológica: “Los hechos y las fechas son el esqueleto de la Historia; las costumbres, las ideas y los intereses son su carne y vida”.
Pues bien, el hombre de la máscara de hierro ha pasado hasta hoy con mucha pena y sin ninguna gloria, diríamos más bien que famélico, por ese otro esqueleto sin apenas carne ni vida que es la historia silenciada. El pendenciero Voltaire daba fe de la existencia de este personaje secreto a quien él mismo osó desenmascarar: aseguró que se trataba nada menos que del
hermano gemelo del rey Luis XIV de Francia, hecho cautivo para que no pudiese disputar el trono al monarca reinante.
A la muerte de Luis XIV en 1715, el duque de Orleáns asumió la regencia y Voltaire escribió una sátira contra él y su hija, la duquesa de Berry, por la que fue a dar con sus huesos en el penal de
la Bastilla en 1717. Fue allí donde algunos veteranos presos le hablaron por primera vez de otro reo que habría muerto en 1703. Más tarde, en su obra "El siglo de Luis XIV",
Voltaire desarrolló su propia teoría, según la cual aquel desdichado era el hermano gemelo de Luis XIV; creencia que haría correr ríos de tinta desde entonces y que se extendería de forma imparable, de boca en boca, hasta hoy mismo.
“Se recluyó con el máximo secreto –escribía el filósofo en su ya citado estudio-, en el castillo de la isla de Santa Margarita, a un prisionero desconocido, de estatura elevada, joven y de la más bella y fina presencia. Durante el traslado, el preso llevaba puesta una máscara con una mentonera que tenía resortes de acero que le permitían incluso comer con ella”.
Sabemos también que el ayuda de cámara del rey Luis XV, M. de Laborde, suplicó a su señor que le revelase el verdadero nombre del misterioso prisionero y obtuvo como respuesta este regio y decepcionante sopapo dialéctico: “Lo siento, pero su detención no le perjudica más que a él y ha evitado grandes desdichas; tú no puedes saberlo”.
Y si alguien insistía, Luis XV contestaba que desde su más tierna infancia había expresado el mismo deseo que su interlocutor, y que siempre se le había dicho que nada se le revelaría hasta su mayoría de edad. Pero cuando llegó el anhelado cumpleaños, los cortesanos que aguardaban en la puerta de sus dependencias privadas volvieron a preguntarle sobre el mismo asunto y él respondió como más tarde lo haría a su ayuda de cámara: “¡No podéis saberlo!”.
Si realmente, nunca mejor dicho, Luis XV estaba en posesión del gran secreto, lo cierto es que jamás lo reveló, que se tenga constancia. Entre tanto,
Alejandro Dumas difundió entre el gran público la audaz teoría de Voltaire. Dumas, conviene no olvidarlo, antes de convertirse en una celebridad había sido en 1823 escribiente en la Secretaría del duque de Orleáns, quien seis años después le nombró su bibliotecario. Al año siguiente,
su espíritu inquieto le llevó a participar en la revolución a las órdenes de La Fayette, conquistando los galones de capitán de
artillería de la Guardia Nacional y la Cruz llamada de Julio.
Su mismo talante pendenciero hizo que se las ingeniase años después, al componer "El vizconde de Bragelonne", para que sus admirados mosqueteros sustituyesen a un hermano gemelo por otro, restituyendo finalmente en el trono de Francia al bueno, que reinaría como Luis XIV. Al príncipe de las letras le chiflaban las historias con final feliz.
El relato del magistral novelista recordaba en parte a un bulo muy extendido desde 1801 por los mentideros de toda Francia y que formaba parte en realidad de una ladina maniobra política.
Un rumor del que debió estar al corriente, por obvias razones, el propio
Napoleón Bonaparte que gobernaba Francia con mano firme desde el golpe de Estado del 18 Brumario, es decir, desde el 9 de noviembre de 1799.
Proclamado ya “Cónsul vitalicio”, Napoleón aspiraba a lo máximo: convertirse en el emperador de todos los franceses. ¿Y qué mejor medio entonces de acelerar su desmedido anhelo que urdir una historia, o mejor dicho, una patraña que acendrase su legitimidad a los ojos del pueblo? Surgió así otro folletinesco episodio con la reina Ana de Austria y el cardenal Mazarino como cómplices necesarios.
La reina y el cardenal
Según el folletinesco episodio, la reina Ana de Austria, esposa de Luis XIII, habría sido infiel a éste y alumbrado un hijo con su amante y esposo morganático en secreto, el cardenal Mazarino. Muerto prematuramente el monarca, la reina y el cardenal se confabularon para confinar al legítimo hijo de Luis XIII en la cárcel de la isla de Santa Margarita con una máscara de hierro y poner en su lugar al hijo bastardo. Transcurrido el tiempo, la prisión del cautivo se atenuó y pudo desposarse y procrear un hijo legítimo, el auténtico nieto de Luis XIV, trasladado a Córcega donde creció y adoptó el nombre de Buona Parte. Una estirpe regia de la cual descendería, transcurrido un siglo, el propio Napoleón Bonaparte. De esta forma, el general obtendría la legitimidad dinástica reivindicada por él mismo y por sus partidarios, pudiendo proclamarse descendiente del verdadero Luis XIV. Menuda carambola histórica.