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Estreno

Crítica de "Las delicias del jardín": el arte del error ★★★

Dirección: Fernando Colomo. Guion: Fernando y Pablo Colomo. Intérpretes: Fernando Colomo, Pablo Colomo, Carmen Machi, Antonio Resines. España, 2025. Duración: 96 minutos. Comedia.

Un fotograma de "Las delicias del jardín" Imdb

Sostiene Fernando Colomo que lo que más le gusta de las películas son sus defectos. Suena lógico, pues, que “Las delicias del jardín” subvierta el título de la obra maestra del Bosco reivindicando una nueva versión del cuadro que encuentra su genialidad casi como si fuera un objeto encontrado, modificado a última hora por las llamas del azar. Ese cuadro vendría a ser una síntesis del arte de Colomo, que ha hecho sus mejores títulos –“Tigres de papel”, “La línea del cielo”, “Isla bonita”- desde un instinto naturalista e improvisado, episódico y algo deslavazado, pero con un elevado espíritu lúdico.

En “Las delicias del jardín” el propio Colomo interpreta a Fermín, un pintor abstracto que sufre un temblor en la mano que le impide continuar con su trabajo. Como el Woody Allen de “Un final made in Hollywood”, que tenía que dirigir su nueva película disimulando su ceguera temporal, Fermín necesita cómplices que camuflen su problema, y ahí entra su hijo Pablo, también pintor, que, a la vuelta de la India, está tan colgado como su padre.

En esa relación paternofilial, llena de fricciones y discrepancias pero sobre todo atravesada por una camaradería cálida y contagiosa (el guion está escrito a cuatro manos), está el corazón de un divertimento hecho en familia (con invitados ilustres, como los pintores Antonio López y Javier de Juan, y amigos de toda la vida, como Antonio Resines) y con una absoluta libertad de movimientos, que plantea un choque generacional que no es otro que el de la progresía de la Transición y los millenials cínicos. Pocos temas se quedan en el tintero: las aplicaciones de citas, las drogas, el liberalismo económico, el mercadeo del arte, el fracaso del socialismo de la vieja escuela… Todo sirve para que Colomo y su hijo fijen posiciones y discutan, pero siempre desde el humor y la bonhomía.

Es refrescante que Colomo, a poco de cumplir los ochenta, haya hecho una película tan despreocupada, tan libre, tan poco pendiente de las formas (está rodada con varios teléfonos móviles para permitir que las improvisaciones sean más orgánicas). No importa mucho que a veces resulte visualmente tosca, o que algunas de las escenas parezcan necesitar un último retoque. Es una película que no teme a sus defectos, más bien al contrario, como si la autoría de Colomo residiera en ese culto al error por el que, en un universo paralelo, como le ocurre a su alter ego en el filme, pasará a la posteridad.

Lo mejor:

La reunión entre padre e hijo Colomo exhala alegría, espíritu lúdico y libertad creativa.

Lo peor:

A veces a su acabado formal le faltaría algo más de trabajo.