Crítica de "Mansión encantada": fantasmas de marca blanca ★★
Director: Justin Simien. Guion: Katie Dippold, D.V. DeVincentis, Guillermo del Toro. Intérpretes: LaKeith Stanfield, Tiffany Haddish, Owen Wilson, Danny DeVito, Rosario Dawson, Chase W. EE.UU, 2021. Duración: 122 minutos. Fantástico.
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No es ninguna novedad: desde que, en los años cincuenta, la cadena televisiva ABC participó activamente en la financiación de lo que, en aquel momento, era un proyecto utópico llamado Disneyland, concebido e impulsado por un productor independiente (Walt Disney), a cambio de que reforzara la programación del canal con series familiares y dibujos animados, la relación entre la producción audiovisual disneyana y el parque temático más emblemático del mundo ha sido persistente y prolífica.
No es extraño que una de sus atracciones más llamativas, “Haunted Mansion”, que se inauguró en las primeras instalaciones del parque, en Anaheim (California), en 1969, vuelva a tener presencia en las pantallas en esta macrooperación geoestratégica de la ‘major’, que consiste en sacarle jugo a su catálogo de clásicos y rebootear su fondo de armario en aras de alimentar, en un futuro, su plataforma de streaming con productos que hagan “branding”, a ser posible expandiendo sus efectos en sus negocios asociados. Solo así puede entenderse esta “Mansión encantada” que ha perdido el determinante (aún más genérica, más anónima, más “marca blanca”) si la comparamos con la versión perpetrada por Eddie Murphy en 2003 (¿quién se acuerda de “La mansión encantada”) y que, a cambio, ha ganado… poca cosa.
Si la experiencia de luchar contra una horda de fantasmas hacía que Murphy se diera cuenta de que tenía que dedicar más tiempo a su familia, aquí lo importante es cerrar las heridas de un doble y traumático proceso de duelo: por una parte, el del científico que nutre su depresión por la muerte de su esposa trabajando como guía turístico de casas encantadas y, por otra, el de una madre y su hijo, que intentan empezar una nueva vida en una mansión en ruinas para compensar la ausencia de la figura paterna; mansión que, por supuesto, tiene más fantasmas que candelabros, y que se convertirá en una cárcel para el que ponga un pie en ella.
Hay más pies en la lista de invitados: los de un exorcista de saldo, una médium y un profesor, que completarán lo que vendría a ser una reedición al estilo ‘cajun’ de “Los cazafantasmas”. Hay cierto espíritu ‘vintage’ en los efectos digitales, como si la película jugara la carta de la nostalgia, pero la cuestión es qué es lo que añoramos aquí: la falta de ritmo, los gags ectoplásmicos, la oscuridad vagamente burtoniana, la elefantiasis de un metraje como un globo con sobredosis de helio… Queda el talento de dos actores desaprovechados (LaKeith Stanfield y Rosario Dawson), el placer de reencontrarse con Danny DeVito y la certeza de que un paseo por la atracción de Disneyland ha de ser forzosamente más divertido.
Lo mejor:
Los actores hacen lo que pueden para levantar el ánimo entre tanto ectoplasma.
Lo peor:
Tal vez ha llegado el momento de pensar en material original, y no solo tirar de reciclaje.