Crítica de "Orlando, mi biografía política": devenir "queer" ★★★★
Dirección y guion: Paul B. Preciado. Intervienen: Paul B. Preciado, Oscar-Roza Miller, Janis Sahraoui, Liz Christin, Elios Levy, Victor Marzouk. Francia, 2023. Duración: 98 minutos. Docuficción.
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Lo decía el teórico ‘queer’ Jack Halberstam, alma gemela de Paul B. Preciado: el cuerpo trans no busca ser observado y conocido, lo que quiere poner en duda es la organización de los cuerpos. Eso es lo que hizo precisamente Virginia Woolf en “Orlando”, en 1928, cuando la reivindicación de una identidad no binaria parecía materia prima para una novela de ciencia-ficción. No es extraño que Preciado, que cuenta con ensayos tan revolucionarios sobre la cuestión trans como “Testo yonqui” o “Dysphoria mundi”, vea la novela de Woolf como un manifiesto que le sirve como sustrato biográfico que trasciende su individualidad: lo que abordan Woolf y Preciado es un cuerpo colectivo en transición, que vive su proceso como un viaje hacia la liberación de las formas y las orientaciones sexuales.
Ese viaje se traduce en una película que se busca a sí misma, que se transforma, del ensayo filosófico a la confesión autobiográfica, del documental de creación al testimonio político, utilizando el texto de Woolf como gen común a toda una miríada de experiencias que hablan también de las limitaciones farmacocapitalistas impuestas por el sistema, de las dificultades en reconocerse en una burocracia que sigue guiándose por imperativos binarios, de la ansiedad que produce entregarse a un cuerpo recodificado cuando el contexto se empeña en encerrarse en códigos caducos.
Si en “Orlando, mi biografía política” es tan importante el tema como la forma (lábil, inestable, múltiple), lo es porque, para Preciado, la película funciona como dibujar un mapa de una utopía posible, el de un tiempo sin género, en el que lo ‘queer’ invada las potencias de nuestra imaginación y se convierta en una fuerza política de metamorfosis. Es un hermoso anhelo, el de devenir ‘queer’.
Lo mejor:
Preciado combina lo activista y lo lúdico desde la libertad de pensamiento inscrita en la novela de Woolf.
Lo peor:
Preciado prefiere no arriesgarse a experimentar con las posibilidades estéticas de una ‘queerización’ de la imagen.