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José María Zavala

Cuando Don Jaime «se coló» en Buckingham

Es una de las más destacadas anécdotas, entre las muchas que cosechó el hijo del rey Alfonso XIII

Jaime de Borbón nació en Segovia en 1908 y falleció en San Galo (Suiza) en 1975 larazon

Es una de las más destacadas anécdotas, entre las muchas que cosechó el hijo del rey Alfonso XIII.

Hermano mayor de don Juan e hijo del rey Alfonso XIII de España, el infante sordomudo don Jaime de Borbón y Battenberg, padre para más señas del malogrado duque de Cádiz, protagonizó a lo largo de su accidentada vida no pocas anécdotas dignas de mención, como la que a continuación vamos a relatar.

En febrero de 1952, don Jaime regresó a Londres para asistir a los fastos fúnebres de su sobrino, el rey Jorge VI de Inglaterra, segundo hijo varón de Jorge V y de Maria de Teck, duques de York, fallecido de un cáncer de pulmón.

El infante profesaba un especial cariño al soberano británico, que desde niño y hasta que tuvo treinta años fue tartamudo. Pero gracias a un hábil terapeuta australiano, el príncipe Jorge pudo hablar con normalidad una década antes de ser coronado rey.

Titulado duque de Segovia, don Jaime se enteró del fallecimiento por su secretario particular Ramón Alderete, que el mismo día 6 de febrero cursó un telegrama a Londres anunciando que «el infante don Jaime de España, primogénito de Alfonso XIII y jefe de la Casa de Borbón» estaría presente en los regios funerales.

Alderete contactó luego con la Embajada británica en París para comunicar la decisión de don Jaime, pero esa legación jamás transmitió invitación oficial alguna del Gobierno inglés. Esa misma tarde, Alderete recibió un despacho de Lisboa que comunicaba la asistencia de don Juan de Borbón a las exequias reales. Pero el vespertino «Times» publicó la noticia de la próxima presencia de don Jaime en los funerales sin decir una sola palabra de la de don Juan, lo cual contrarió al conde de Barcelona. Incluso el protagonismo en la Prensa dividía a dos hermanos enfrentados ya de por sí en un enconado pleito dinástico, pues mientras don Juan esgrimía el incontestable argumento de haber sido designado sucesor por su propio padre, el rey Alfonso XIII, su hermano mayor se aferraba a que su renuncia a los derechos al Trono no había sido válida.

Llamada del embajador

S

ea como fuere, al día siguiente, víspera de las honras fúnebres, mientras don Jaime aguardaba la salida de su vuelo a Londres con su segunda esposa, la prusiana Carlota Tiedemann, y su secretario Alderete, que habían ido a despedirle al aeropuerto de Le Bourget, coincidió con el rey Pablo de Yugoslavia, con el cual viajó en el mismo avión hasta Londres. Alderete siguió los detalles de la ceremonia desde París, pero fue interrumpido por una llamada telefónica del embajador español José Quiñones de León, quien, muy enojado, le pidió que fuera a verle enseguida.

Tras asegurarse de que Alderete ignoraba lo que acababa de suceder en Londres, Quiñones le reveló el motivo de su enfado: «Su protegido [don Jaime] se ha introducido por sorpresa en el Palacio de Buckingham y delante de todas las delegaciones oficiales ha presentado su pésame a la reina Isabel en inglés», dijo.

Alderete calló y prometió informarle en cuanto tuviera ocasión de hablar personalmente con don Jaime. El duque de Segovia relató luego a Carlota Tiedemann y Alderete su particular odisea. El día de su salida de París, tras hora y media de vuelo, llegó al aeropuerto de Croydon, donde una representación de la Corona inglesa recibió al rey Pablo de Yugoslavia, que viajaba con él.

Tras pernoctar en el mismo hotel que su hermano Juan, acudió a la mañana siguiente de gran etiqueta al Palacio de Buckingham para firmar en el registro abierto a todos los que quisieran testimoniar su pésame por la muerte del rey. Pero el encargado del libro de registro, al comprobar la firma de don Jaime de Borbón, infante de España, le hizo pasar inmediatamente a la Sala del Trono, donde los delegados de los distintos países desfilaban en aquel momento mostrando su condolencia a la reina Isabel. Al entrar en la estancia, don Jaime se encontró frente al ministro de Asuntos Exteriores de España, Alberto Martín Artajo, que presidía la delegación española. Pero al ver éste al infante, le cedió de inmediato la presidencia.

Fue así como don Jaime se convirtió en el representante oficial español en la ceremonia, con la lógica indignación de don Juan y de su fiel Quiñones de León. Avatares de la Historia que siempre rodearon a la infausta figura del infante sordomudo, fallecido para colmo tras un botellazo en la cabeza que le propinó su esposa Carlota Tiedemann durante una violenta discusión. Con razón, don Jaime perteneció por derecho propio, eso sí, a la llamada rama trágica de los Borbones españoles.

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