Buscar Iniciar sesión

De Mussolini a la música de los años 70

larazon
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

Creada:

Última actualización:

La escritora habla de culpa, arte y Trieste en su obra «Los pasos que nos separan»
Trieste está asociada a lo mejor de la literatura, como demuestra el hecho de que por sus calles pasearan James Joyce, Rilke, Italo Svevo o, especialmente ahora, Claudio Magris. Por eso, no es extraño que Marian Izaguirre convirtiera esta ciudad italiana en uno de los escenarios fundamentales de su última novela, «Los pasos que nos separan», editada por Lumen. La autora nos traslada al Trieste de los años 20, cuando el fascismo de Mussolini comienza a hacer demasiado ruido con apoyos tan peculiares como del poeta Gabriele D’Annuzio. Es en este ambiente en el que empieza a tejerse la historia de amor entre dos jóvenes: un artista llamado Salvador y Edita, una eslava tres años mayor que él. Pero ésta es solamente una de las líneas narrativas de una historia que también nos lleva hasta 1979, cuando la narradora del relato nos presenta el viaje que un ya viejo Salvador hace por Trieste, Zagreb y Liubliana, con la compañía de una joven llamada Marina y que trata de buscarse a sí misma. Todo ello en un relato en el que se fusiona realidad con fantasía, la música de los 70 con la pintura de Antonello da Messina, concretamente su «Anunciación».
Amores no reglamentados
La autora, en declaraciones a este diario, explicó que con «Los pasos que nos separan» «quería contar la historia de un conflicto de amores no reglamentados, pero también la vida que conocí en los 70. Si escogí Trieste como uno de los escenarios es porque nunca hablo de sitios no reales. Necesito saber cómo huelen esos lugares, qué tipo de voces tienen los personajes y cómo se mueven. Y Trieste es un lugar que se te clava. Deambulas por la ciudad y esas calles y esas cuestas se te clavan. No busco un mero decorado sino un lugar real».
Pero además de ciudades y personajes, Izaguirre también traslada a «Los pasos que nos separan» temas como los de la culpa y el perdón que «aparecen en la novela, pero que también están alrededor de nosotros. Nunca buscas el perdón de los demás, sino el propio. Salvador carga con una culpa y al final busca algo que le haga poder irse del mundo perdonándose. No se trata de ninguna manera de un dogma. En todo caso, el perdón propio no es egoísmo sino un acto de lo más normal».
¿Y hay espacio para la autobiografía en sus páginas» Eso es algo que se podría pensar, especialmente del personaje de Marina, tanto por la similitud de su nombre con el de la escritora como por el marco en el que le toca vivir. Izaguirre recuerda que «fueron muchas las veces que escribía Marian en el ordenador y me lo corregía por Marina. El personaje tiene mucho de experiencias personales pero eso también es porque representa mucho a mi generación». Y eso forma parte de lo vivido en la Menorca de los 70 donde «no había el postureo que tenía Ibiza».
Un secundario de lujo
D’Annuzio es uno de los secundarios de lujo de la novela, un personaje que fascinó a la novelista. De él apunta que era «un megalómano que aparece en los conflictos territoriales de Fiume –la actual Rijeka–, y que evoca muy bien la Italia de 1920, con sus “squadristi fascisti” persiguiendo a los eslavos, a todo lo que no fuera italiano en una zona que había pertenecido a Austria desde el siglo XIV hasta 1918. D’Annuzio era feliz cuando iba de superhéroe y me iba muy bien en la historia que viven Salvador y Edita».
En «Los pasos que nos separan» Gabriele D’Annuzio está relacionado con un cuadro de Antonello da Messina, uno de los grandes maestros del Quatroccento. Su magnífica «Anunciación» aparece en manos del escritor italiano y juega un papel destacado en el relato. «Es una pintura en la que ves la cara de la Virgen y no hay ni un asomo de idealización. No es ni espiritual, ni maternal en el resultado final y eso es porque Messina era uno de los grandes retratistas de lo civil. Me fascinó esa tabla renacentista».
El arte es uno de los ejes de la novela, empezando por su protagonista Salvador Frei. Es un escultor que empieza trabajando en el taller de un artista italiano, justo en el momento en el que conoce a Edita, una mujer casada y con una hija que se convertirá en su pasión. De todo este universo, tanto el real como el imaginado para el libro, de sus personajes y del entorno en el que viven, Izaguirre afirma que «les doy mucho, pero también espero que ellos me den un poco a mí. Me gusta poder aprender algo de todos ellos».