Historia

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Del veraneo «patriótico» a la invención de la playa

La mejora de la red vial en los años 20 facilitó el disfrute durante los meses de vacaciones del interior de España e inauguró la pasión por la costa como destino, que luego, tras la autarquía franquista, se llenaría de extranjeros y bikinis

Imagen de la playa de La Concha a principios del siglo XX/ Fototeca Patrimonio Histórico
Imagen de la playa de La Concha a principios del siglo XX/ Fototeca Patrimonio Históricolarazon

La mejora de la red vial en los años 20 facilitó el disfrute durante los meses de vacaciones del interior de España e inauguró la pasión por la costa como destino, que luego, tras la autarquía franquista, se llenaría de extranjeros y bikinis.

Como cada año al aproximarse el estío, en mayo de 1920 el célebre médico Gregorio Marañón preguntaba a su buen amigo el pintor Ignacio Zuloaga si iría al viaje que estaban planeando junto a un grupo de amigos. Entre ellos, procuraban no perderse la cita el escritor e íntimo amigo del médico Ramón Pérez de Ayala, los también médicos Teófilo Hernando o Antonio García Tapia, el célebre torero Juan Belmonte o el hispanista francés Maurice Legendre: «¿Vendrá Vd.? tenemos el viaje castellano preparado. El gran [José] Goyanes [también médico de notable reputación], ha hecho, como de costumbre, su itinerario: Madrid, Talavera, Oropesa, Jarandilla, Yuste, la Sierra de Francia, Ávila, Segovia, Guadalajara, Molina, Teruel, Valencia. Emplearemos los más diversos medios de locomoción, siempre cómodos, contando con sus venas [Zuloaga estaba aquejado de un problema de varices]. Ya sabe Vd. que Vd. es el alma de esta excursión. Hay que renovar el recuerdo de la del año pasado: tostarse del sol castellano, beber el vino de la rancia solera, comer los condumios fuertes de la sierra y hacer brotar de cada piedra, como Moisés, el manantial de poesía y de leyenda que hay enterrado en el suelo de Castilla».

Este modo de viajar recorriendo regiones de la geografía nacional como Las Hurdes, la ruta del Cid, Gredos o Sierra Morena estaba en el origen del arraigo por lo español, sus tierras, gentes, lenguas y costumbres, de los intelectuales españoles de las generaciones del 98 y del 14. Está, también, en el origen de su literatura –los «Campos de Castilla» de Machado–, pintura –la España negra del propio Zuloaga o de Gutiérrez Solana o la luz y el color de Sorolla–, música –«El amor brujo» de Falla o las «Goyescas» de Granados– o, entre otras, en algunas de las mejores páginas del ensayismo de Unamuno, Baroja, Maeztu, Azaña, Ortega y Gasset y tantos otros intelectuales a caballo de los siglos XIX y XX.

España «palmo a pamo»

Como señaló Marañón, imbuido por la nostalgia de Toledo en la dramática hora del exilio en uno de los más bellos pasajes de su obra, conocieron España y recorrieron España «palmo a palmo, con la minucia incansable con que buscamos hasta las honduras recónditas del alma de la mujer amada [...] hasta los más remotos hontanares de su alma y de su tierra». Ese era el origen, en definitiva, de lo que Galdós llamó el recto patriotismo. Poco tiempo después de esa carta, se haría evidente la nueva realidad que venía abriéndose paso desde finales del siglo XIX en el mundo occidental fruto de la industrialización. La modernización económica había originado el inicio de transformación de la sociedad industrial –de clases–, en una sociedad de consumo –o de masas, tal y como lo llamaron entonces numerosos autores como nuestro Ortega y Gasset–. Las mejoras de las condiciones de la vida cotidiana a las que se asistieron a comienzos del siglo pasado –los cuartos de baño o el teléfono ya no eran un lujo exclusivo de las grandes fortunas–, reflejaban la emergencia de una pequeña burguesía que también podía permitirse una semana de vacaciones en la playa. El lugar preferido de recreo en la España de entonces era San Sebastián que, en el trágico verano de 1936, al tiempo en que estallaba la guerra, asistió a su mayor ocupación hotelera.

El fracasado golpe de Estado y la subsiguiente Guerra Civil que llevó al país al precipicio del odio, el rencor y la incomprensión, dieran al traste con el periodo de modernización al que había asistido el país desde comienzos de siglo. Veinte años tardaría en llegar el Plan de Estabilización impulsado por Alberto Ullastres y Mariano Navarro Rubio y los conocidos como tecnócratas que, tras devaluar la peseta, reducir la circulación fiduciaria, elevar los tipos de interés, congelar el gasto público y obtener créditos extranjeros, entre otras medidas, abrirían la economía de la Dictadura a la liberalización, propiciando su supervivencia hasta la muerte de Franco. En los sesenta, España se transformó en un país industrial y urbano. La economía creció anualmente una media del 8,7%, entre 1961 y 1966, y del 5,6% en el lustro siguiente y el PIB español se multiplicó por 8. Llegaron las televisiones y los Seat seiscientos. El número de universitarios se triplicó alcanzando el cuarto de millón al comenzar la década del setenta. Ese «milagro» asistió también a notables contrapartidas como el estancamiento de la agricultura, un sector público ineficiente y deficitario o el hacinamiento de la población en los suburbios industriales de las grandes ciudades–Madrid, Barcelona y Bilbao–, entre otras.

Con todo, en la transformación de la economía española tuvo mucho que ver el turismo que, desde entonces y hasta hoy, fue uno de sus motores de cambio y crecimiento. Con el eslogan «Spain is different», impulsado por el titular del Ministerio de Información y Turismo, Manuel Fraga, llegaron las suecas y sus bikinis a las costas españolas, que vieron cómo de los seis millones de turistas de 1960 se llegaron a 30 millones en 1975. Con ellas también se transformarían las mentalidades, hábitos y comportamientos de los españoles como se reflejó, entre otras muchas manifestaciones, en un cine de muy dudoso gusto protagonizado por Fernando Esteso, Antonio Ozores, Juanito Navarro o Andrés Pajares, entre otros.

El modo de viajar de entonces distaba sustancialmente de aquel otro de los intelectuales de comienzo de siglo. Ya no era obligatorio utilizar diferentes medios de locomoción o pernoctar durante el trayecto en fondas u hospederías rurales. El plan de carreteras radiales planificado cuarenta años atrás durante la dictadura Primo de Rivera, fue desarrollado y asfaltado, facilitando la llegada masiva de turistas a las costas lo que propició, igualmente, la proliferación de horrores urbanísticos y desastres ecológicos de los que aún hoy es testigo mudo nuestro litoral.

De receptores a turistas

Con la llegada democracia a nuestro país, el modelo de desarrollo turístico español tampoco varió en lo sustancial. Fue un poco más adelante, con el ingreso de España en la Comunidad Económico Europea (1986), la libre circulación de personas (1995), la moneda única (en circulación desde 2002) y el crecimiento económico al que se asistió entre 1995 y 2008 –cuando finalmente llegó la crisis sistémica que ha puesto en cuestión el mismo modelo económico–, cuando las posibilidades para viajar de los españoles se transformaron con desiguales resultados. El turismo al extranjero se multiplicó exponencialmente, algo indudablemente positivo que reflejaba la modernización a la que asistía el país.

Junto a ello, la diversidad y complejidad de la sociedad española también se reflejó, en este sentido, con efectos paradójicos. Especialmente significativo se muestra en nuestros jóvenes que, al tiempo que se imbuyen de la globalización y de cierto cosmopolitismo al tener mayor facilidad para viajar fuera de nuestras fronteras –facilitado por la enseñanza bilingüe o los programas de intercambio como Erasmus, por ejemplo–, tienen un mayor desarraigo por lo español. La fragmentación de nuestro sistema educativo ha generado que el desconocimiento del propio país se extienda entre ellos de manera alarmante, alimentando los sentimientos identitarios excluyentes que hoy cuestionan el mismo sistema constitucional. En este contexto, resulta imperativo el impulso de políticas –educativas, de movilidad laboral interior, por ejemplo, en los cuerpos de funcionarios, de visibilización de las riquezas culturales, naturales, rurales o urbanas que animen el turismo nacional, etc.– que fomenten la vertebración y el conocimiento mutuo entre las diferentes regiones de España. Fomentar así ese recto patriotismo del que hablaba Galdós ayudará, sin duda, a entretejer los lazos rotos entre las diferentes partes de España y, muy singularmente, con Cataluña, lo que, como es evidente, caracteriza esta hora de la historia de España.