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Dominio del menor

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Obras de Mozart y Bruckner. Piano: Rudolf Buchbinder. Sopreno: Michaela Kaune. Mezzo: Marina Prudenskaya. Tenor: Steve Davislim. Bajo-barítono: Albert Dohmen. Orquesta y Coro Nacionales. Director: Juanjo Mena. Auditorio Nacional. Madrid, 6-IV-2018.
Buena combinación: Mozart y Bruckner, con dos obras en ominosas tonalidades menores, re y fa. En la música de este último hay no pocas cosas que aparecían, premonitoriamente, en la de aquél. Y buena muestra es la estructura de su «Misa nº 3», que se ha interpretado en esta sesión y que pone en evidencia Alberto González Lapuente en sus esclarecedoras notas al programa. La versión escuchada tuvo en la batuta de Mena adecuada plasmación, ordenada, elásticamente construida sin perder el norte de la dimensión rítmica y del contraste dramático, con un dibujo suficientemente claro de las poderosas fugas, como la del «Et vitam venturi». El director vitoriano supo atemperar, balancear, calibrar dinámicas y obtener algunos pianos y pianísimos de rara musicalidad, consiguiendo efectos corales muy bellos, así en el «Quoniam tu solus Sanctus» del «Gloria» o el «Dona nobis pacem» del «Agnus», y no le tembló la mano a la hora de edificar los pavorosos «crescendi» del final del «Gloria» o las explosiones victoriosas del «Et resurrexit» del «Credo». En los fragmentos más turbulentos hay que anotar que, más allá de las exigencias, en ocasiones nada confortables, de la escritura, el Coro sonó áspero, no siempre empastado, con secciones en las que la afinación podría haber sido más exacta y con pasajeras estridencias de las voces femeninas. El «Osanna», en cambio, sonó estupendamente. Y un instante a recordar: el delicado comienzo del «Benedictus» en la cuerda grave de la orquesta, bien modulada por Mena, que contó con cuatro buenos solistas: Kaune, algo destemplada al comienzo, más entonada después, aunque a falta de lirismo de altura; Prudenskaya, oscura y «cupa»; Davislim, suelto, expresivo, amigo del portamento, y Dohmen, autoritario, pétreo, sólido. La velada se inició con el «Concierto para piano nº 20» de Mozart, cuya tonalidad de re menor abrió tantas puertas en su época. Tuvo en Buchbinder el aseado, minucioso, a veces cristalino y siempre bien medido en lo estilístico pianista que conocemos. Resolvió estupendamente la extensa cadencia del primer movimiento –que nos pareció la habitual de Beethoven–, cantó con claridad, donosura y claroscuros la «Romanza» y se mostró ágil y dispuesto en el «Rondó». Mena y la ONE colaboraron con presteza, pero en nuestra opinión faltó un punto de brío, de justeza y de definición en ciertos pasajes.

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