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El arrepentimiento político de Lessing

La Razón

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En su artículo «Literatura y compromiso: el frío corazón de los escritores», Claudio Magris hablaba de cómo los artistas no tienen que estar más comprometidos con la sociedad que aquellos que desarrollan otros oficios, y apuntaba: «La novela, ha dicho recientemente Doris Lessing, no debe ser un manifiesto político; el compromiso político, desde luego, no se acaba con la firma al pie de manifiestos que demasiado a menudo se parecen a una lista de inscritos en un club exclusivo». El artículo fue publicado en el año 2007, de modo que ese punto de vista de Lessing era tan legítimo como leal/desleal en relación con su pensamiento y obra, dado que siempre, en lo personal y en lo literario, lo político se filtró en su quehacer, por más que ella intentara minimizarlo.
Así lo hizo en los dos tomos de su autobiografía, «Dentro de mí» (1994) y «Un paseo por la sombra» (1997), al punto de que necesitó justificarse: «Pensaréis que en mi vida todo era política y personalidades, pero realmente la mayor parte del tiempo me lo pasaba sola en mi casa, trabajando». Y es que Lessing se entregó a la acción política desde joven: tras la victoria de las tropas rusas en la batalla de Stalingrado, se convirtió al comunismo, aunque en sus memorias dijera que «nunca me comprometí con todo mi ser». En todo caso, trabajó en asuntos clandestinos para el Partido Comunista surafricano, unas actividades que le fueron muy útiles para la escritura de sus primeras novelas.
Ese entorno sería determinante para ella: se casaría con un hombre que conocería en el Partido, Gottfried Lessing, en 1943, de ascendencia rusa-judía. Ya establecida en Londres, en los años cincuenta, iba a retomar su interés político visitando a Bertrand Russell, para participar en el movimiento de desarme nuclear. Es el tiempo de su afiliación formal al Partido Comunista británico, según ella misma, presionada por las personas de su entorno; subyugada por el anticolonialismo y otros ideales de fraternidad universal, se afilió de modo «irracional», y nunca logró explicarse mejor al respecto; fue enviada a Rusia como representante de los intelectuales británicos (perteneció además al Comité del grupo de escritores del Partido) hasta que, al final, vio la verdad de entre tantas mentiras, se avergonzó de sus colaboraciones, se sintió culpable y llegó a afirmar: «Stalin era mil veces peor que Hitler».