Imperio Romano

Adriano, el emperador que hizo de Dionisio un dios culto (y no un borracho)

"El militar y la hiedra", de Margarita Torrione, profundiza en la historia de un expolio que terminó sacando a la luz una pieza inédita del Imperio Romano

Emperador Adriano
Imagen del busto-retrato de Adriano encontrado, en 2019, en Santaella (Córdoba)Dreamstime

Esta historia comienza en un campo de olivos cordobés, en Santaella. Bajo las raíces de la parcela de uso agrícola hay un tesoro expoliado: un busto del emperador Adriano (Itálica o Roma, 76-Bayas, 138). Premio lo suficientemente goloso como para atraer a los amigos de lo ajeno, que no faltaron a su cita, por supuesto. Sin embargo, como dice el refrán, «la policía [en este caso, la Guardia Civil] no es tonta»: se les cazó en una finca de Écija (Sevilla). Era verano de 2019. El sueño, o al menos la intención, de los cacos de colocar la pieza en el mercado negro –ni más ni menos que por medio millón de euros– se esfumó al mismo tiempo que les echaron el guante. Pero eso solo es un buen cuento para rellenar unas pocas crónicas o algunos minutos de televisión. Detrás de toda la literatura del caso (el juicio está pendiente de sentencia desde 2019) hay mucho más: está la vida de todo un emperador y de su respectivo imperio; y, sobre todo, aparecen muchas preguntas, como la de por qué en aquella ocasión Adriano, de comprobada ascendencia bética –otro debate es el lugar exacto de su nacimiento–, fue inmortalizado con una hoja de hiedra en el pecho. Una cuestión seguramente nimia para la gran mayoría de los mortales, aunque no para ella, para Margarita Torrione, quien se resistió a detener, en exclusiva, su mirada en el sensacionalismo del expolio de una escultura imperial.

Aquella particularidad, a primera vista ornamental, de la coraza del retrato fue todo un maná para la historiadora hispanista de nacionalidad francesa y origen español; conoció el caso cuando una delegación del Ayuntamiento de Santaella se trasladó hasta el que era su campamento base, el yacimiento arqueológico de Dessobriga (Palencia), que dirigía. El objetivo de la expedición no era otro que aprender de la experiencia de Torrione para aplicar un programa similar en Santaella y así demostrar que el nuevo Adriano era fruto de sus campos –como terminó ocurriendo– y zanjar cualquier posibilidad de reclamación por parte de Écija o del Museo Arqueológico de Sevilla. [[LINK:EXTERNO|||https://www.larazon.es/cultura/exotica-historia-partituras-bolivianas-que-desmonta-leyenda-negra-espana_2023073164b97758f786880001595d6b.html|||Excavar donde se reconocía –según la declaración del principal inculpado– haber extraído el tesoro terminó siendo fundamental]] para descubrir un yacimiento inédito hasta la fecha en el que se rescataron vestigios de una villa romana altoimperial (siglos II y II d.C.) relacionada con la explotación agrícola, la producción y la exportación aceitera, además de un probable «vicus». Torrione no tardó en interesarse: «Me llamó la atención un detalle totalmente novedoso en la retratística imperial romana, ese colgante de hoja de hiedra en el peto de la coraza de Adriano». Solo se conocen otros tres bustos y tres esculturas de esta guisa, un corto repertorio que compila El militar y la hiedra (editado por Guillermo Escolar). En comparación con las estatuas de cuerpo completo, los bustos imperiales suelen ser una pieza sencilla, por lo que los expertos suelen ocupar su tiempo con el peinado o la mera expresión de Adriano –solo Augusto fue más representado que él–. Hasta «se le cuentan los rizos» –señala la experta– para saber qué tipología de retrato se tiene entre manos, en este caso, tipo «Baia» o «Imperatore 32». Pero Torrione «no iba a entrar en la contabilidad del tupé» de nuestro protagonista, reconoce. La particularidad del peto es fundamental en esta pieza marmórea. «La hoja de hiedra es un símbolo protector, de firmeza y lealtad; y todavía muy actual en la milicia: emblema hoy de la Cuarta División de Infantería de EE UU, la IVY División».

Aunque la cuestión estaba en saber si se trataba de un simple detalle o había un trasfondo; si era casualidad o una relación más directa entre el dios –hijo de Zeus y de la princesa tebana Semele– y el emperador, cuya figura humana ya abordó Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano. «En eso se basa el estudio», zanja la historiadora: ¿por qué una «hedera» (hoja de hiedra) y no una cabeza de león, una roseta o una doble anilla, símbolos mucho más habituales en las corazas helenísticas adoptadas en Roma?

Repletas de ricos caldos

Es en este punto donde comienza el trabajo sesudo que Margarita Torrione recorrió para descifrar las incógnitas: «Adriano se inició en aquel culto tan atractivo para el pueblo, y no fue el único». Las promesas del poderoso dios de la hiedra y del vino, de Dionisio/Baco, resultaba más agradables que esas otras en las que se vislumbra el Hades. Y no es exclusivista. Su culto, exportado desde Grecia y Asia Menor, es muy fuerte. Esas fiestas repletas de ricos caldos se convierten en unos excelentes actos socializadores. Por otro lado, Dionisio guarda relación directa con el teatro –su leyenda será germen de la tragedia– y, con ello, con las diferentes asociaciones de autores, músicos, poetas y hasta atletas que empezaban a surgir. «Es una dinámica popular que el Estado tiene que controlar, y que Adriano potencia y utiliza como arma política», explica. A través del teatro, de los numerosos juegos y de los certámenes religioso-literarios y atléticos que promovió como pacífico elemento de adhesión de los pueblos. ¿Acaso eso le convierte en un mandatario populista? Torrione responde un «no» rotundo y destaca su cultura, inteligencia y ansias de viaje. Se personó en las diferentes provincias del Imperio y, a consecuencia de ello, «se le conocía y se le estimaba, el pueblo más que el Senado». Y era entendido en artes. «Fue atípico». Gobernó como un romano, pero pensó y vivió como un griego. Por ello le apodaron el Grieguecillo («Graeculo») ya de pequeño. «Fue el único dinamizador de la identidad helena desde Alejandro Magno, pero no por la guerra, como el conquistador macedonio, sino por la cultura y el arte, aportados por su pacífico gobierno a un Imperio que estabiliza en el momento de su máximo apogeo». Torrione defiende con su tesis que el emperador abrazó ese otro Dionisio «griego, antiguo y cultural que reconciliaba al humano con su "alter ego", con su identidad instintiva y liminal, su zona de sombras, más que la versión romano-carnavalesca de Baco, esa imagen del dios adiposo y borrachín que la pintura barroca contribuirá a fijar en el imaginario colectivo».

De hecho, la llegada de su culto a Roma fue «sulfurosa», apunta la hispanista. «Un decreto senatorial lo prohibió en 186 a.C., pretendiendo que había dado lugar a reuniones secretas y desmanes sexuales presuntamente amenazadores del orden social. Habrá que esperar a que Julio César lo restaure en su tiempo». La coraza del busto expoliado en Santaella da muestras del gusto de Adriano por la representación militar: «Paradójico en un hombre pacífico, que no pacifista, que no es adjetivo asociable a un emperador». Era su manera de decir «estoy presente». Entendió su mandato como un acto para apostar por la cultura, la griega, y no por la espada. «Devolvió algunas provincias conquistadas por Trajano y optó por asegurar el Imperio y no por extenderlo». Y define al filoheleno como «un gobernante muy moderno»: «Se dio cuenta de que ciertos pactos más allá del Éufrates eran imposibles de mantener, que los enfrentamientos con los Partos solo costarían sangre y caudales del Imperio, por lo que devuelve algunas tierras y hace del Éufrates la frontera tradicional».

Aun así, muy a menudo, Adriano se hizo representar en las esculturas con atuendo militar haciendo bueno eso de «si vis pacem, para bellum» («si quieres la paz, prepara la guerra»). «En la historia de las artes visuales, la imagen militar se considera el marcador más eficaz de autoridad y legitimidad del gobernante –continúa la experta–. Tanto para tranquilidad del súbdito como para contención del enemigo, el emperador se presenta como jefe de guerra, una de sus funciones primordiales. Pero este modelo de retrato militar con pinjante de hoja de hiedra en el pecho de la coraza tiene un alcance particular. Adriano lo utilizó como instrumento de comunicación figurativo, respondiendo además a unos gustos personales y estéticos afirmados, a una elección deliberada como vehículo de lenguaje visual. Si dado su talante curioso y ecléctico admitimos el testimonio biográfico de su saber en varias disciplinas del arte, es razonable pensar en opciones en las que intervendría su visión del detalle formal, portador de significado, mediante el cual transmitir en efigie un mensaje simbólico de manera eficaz».

Y es en el apartado militar donde Dioniso también cobra una importancia significativa: «Es un dios conquistador y “civilizador”, llegando en su biografía mítica hasta la India: “El triunfo de Dioniso” es celebrado en numerosas representaciones plásticas y particularmente en el arte musivo, mosaicos repartidos en toda la superficie del Imperio. Es un dios políticamente asociado al triunfo militar romano en Oriente, faceta que se apropiará Alejandro Magno en su conquista hasta la India, como más tarde Trajano [predecesor de Adriano] y sus sucesores Antoninos para glorificar las campañas orientales contra los Partos».

En definitiva, justifica la historiadora gala, «con esta especial característica, el prototipo escultórico del busto bético se hace expresión plástica del legado dionisíaco de Adriano en el marco de su política ecuménica, abierta e integradora en materia de cultos y creencias religiosas . Iniciado en el culto mistérico de este dios liberador, Adriano, aclamado como “Nuevo Dioniso”, lleva la hoja de hiedra acorazonada colgada al pecho de su coraza de líder militar, un icono de preciso sentido evocativo e inteligible en múltiples contextos [el castrense, entre ellos], así como un mensaje cultual y cultural dirigido en especial a la comunidad interhelénica, griega y proximoriental, que, celebrando a Dioniso en todas las esferas sociales, celebraba también al emperador», remata la historiadora.

¿Y SI ESTUVO EN CÓRDOBA?

Hasta el momento se conoce la estancia de Adriano en Tarraco, pero Margarita Torrione apunta alguna pista que podría situar al emperador en Córdoba «antes de ir a África», comenta: «Tarragona y Santaella [Córdoba] son las únicas localidades españolas que proporcionan el mismo tipo de busto imperial con el símbolo dionisíaco y militar de la hiedra en el peto de la coraza y, adicionando coincidencias, podríamos admitir que Adriano pasara por "Colonia Patricia Corduba" durante su viaje a Hispania. Su itinerario por las provincias occidentales entre 121 y 123 sigue lleno de incógnitas. Respecto a Hispania, solo su estancia en Tarraco, capital de la Citerior, está documentada en el invierno de 122 a 123, procedente de Galia y Britania, pero resulta tentador pensar que el emperador no limitó su periplo a una estancia en la Tarraconense [imitando la de Augusto en 26-24 a.C., durante el conflicto astur-cántabro] y que antes de pasar a Mauritania Tingitana, y con urgencia a Oriente [si nos atenemos a la "Historia Augusta"] hizo un alto en la Bética: no en Itálica pero sí en "Corduba"». En favor de su paso por ella estaría el «trifinium» de Villanueva de Córdoba, «mojón de límites territoriales hallado a mediados del siglo XVI y empotrado en la fachada occidental de la iglesia de San Miguel de esta localidad; contiene una inscripción latina, confirmando la sentencia de delimitación de "territoria" en la zona serrana y minera del "Conventus Cordubensis", entre tres unidades territoriales confluentes pronunciada por el juez Iulius Proculus y ratificada por Adriano».