El juicio de los Nobel: sexo, filtraciones y clubes literarios
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Nos habíamos acostumbrado ya, cada año en torno a octubre, a saludar ojipláticos al nuevo genio de nombre impronunciable (chino, ruso, sueco...) de la literatura, a buscar su obra entre inéditos y descatalogados, a especular con las implicaciones político-estratégicas del premio y a recordar finalmente con una mueca inteligente que, de todos modos, Borges nunca recibió el Nobel y, por tanto, no hay que tomarlo tan en serio. Eso hasta que a finales del año pasado el «maelström» (recuerden el cuento de Poe) del #MeToo subsumió en sus círculos concéntricos al mundo, o al mundillo, de la literatura destapando el cenagal de los cenáculos de la Academia sueca. Y ahí fue toda la mierda afuera, con especial protagonismo del dramaturgo y fotógrafo Jean-Claude Arnault, esposo de la poetisa y académica Katarina Frostenson. No se trataba ya solo del hecho de que el hombre fuese acusado por 18 mujeres de abusos sexuales, sino que se benefició de fondos de la Academia sueca para su club literario y filtró en varias ocasiones el nombre del premiado con el Nobel de Literatura. Un novelón entre «pulp» y flaubertiano que tuvo como consecuencia una caída en dominó de varias piezas clave de la Academia y, finalmente, la suspensión de un año en la entrega del preciado galardón, por primera vez en siete décadas. Ayer arrancó el juicio contra Arnault, que deberá enfrentar las acusaciones de obligar a mujeres a practicarle sexo oral y otros abusos tanto en su club literario como en instalaciones de la Academia. Del juicio, que se sigue en secreto, sí ha trascendido que el acusado ha negado todos los cargos. Sea como sea, este año no habrá Nobel de aquí a un mes, excepto el así llamado Nobel Alternativo que un grupo de «intelectuales» suecos presuntamente limpios de polvo y paja ha impulsado para que el mundo no se quede sin un césar de las letras. Haruki Murakami partía como favorito para este galardón hasta que ayer mismo se desmarcó de la pugna. Quiere, dice, «concentrarse en escribir lejos de la atención mediática». Para quien ha tenido varias veces a mano el Nobel, el de verdad, sería una especie de consolación agridulce hacerse con un premio alternativo cuyo futuro o solidez está muy en cuestión. ¿Tanto como el Nobel de toda la vida? Tanto no, pero habrá que ver hasta que punto la Academia sueca regenera el buen nombre de este galardón y hace valer su fecunda aunque siempre cuestionable trayectoria. Por lo pronto, para el año que viene –el luto está estimado en una edición–, la Academia sueca anuncia dos Nobel de Literatura. ¿Será Murakami uno de ellos? ¿Será Borges el otro? Cosas más raras se han visto...