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Adiós a García Márquez

El mejor oficio del mundo

La Razón
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Así describió Gabriel García Márquez lo que, según él, era el periodismo, un oficio que no sólo ejerció al mismo tiempo en que daba a conocer sus textos literarios, sino que además nutrió buena parte de su obra de ficción. Su ingreso en el periodismo ocurrió el 21 de mayo de 1948 (prácticamente un mes después de que se produjera el asesinato del jefe del Partido Liberal Jorge Eliécer Gaitán y se iniciara lo que se conoció como «el Bogotazo»), cuando García Márquez, por entonces un joven de diecinueve años que cursaba la carrera de Derecho en Bogotá, dejó la capital colombiana y se trasladó a Cartagena, donde en el periódico «El Universal» escribió su primera nota de prensa: un artículo de 663 palabras sobre el toque de queda.

«Doy fe –dijo García Márquez casi treinta años después, recordando aquella época–: empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso». El ascenso, sin embargo, no fue fácil. Para dedicarse al mejor oficio del mundo, el futuro Premio Nobel tuvo que aceptar que sus jefes de redacción leyeran con mirada avieza sus artículos, que le tacharan las palabras inadecuadas y que le reescribieran el texto en los márgenes o en los espacios en blanco. Hasta que un día las tachaduras pasaron al olvido y García Márquez supuso que «entonces ya era periodista».

Tras los dos años de formación en «El Universal», García Márquez se mudó a Barranquilla. En esa ciudad, también se dedicó al periodismo: en «El Heraldo», comenzó a escribir, bajo el pseudónimo de Septimus, una columna llamada La Jirafa, en la que el creador de «Cien años de soledad» era capaz de explayarse, con un lenguaje preciso y rico en detalles, sobre temas tan diversos como el amor y los problemas hepáticos, sobre Ingrid Bergman, sobre Rimbaud, o incluso sobre la orfandad de Tarzán.

Pero aún quedaba lo mejor: su llegada al «máximo nivel de reportero raso». En 1954, su amigo Álvaro Mutis, que por entonces trabajaba como jefe de relaciones públicas de la compañía Esso, le propuso regresar a Bogotá e integrarse en la redacción de «El Espectador», donde en 1947, por otro lado, había publicado su primer cuento: «La tercera resignación». García Márquez no lo pensó dos veces y, desde las páginas de ese periódico, empezó a escribir reportajes, crítica de cine y diversos artículos bajo una sola premisa: había que saber contar una buena historia.

Esa premisa pudo ponerla en práctica cuando Luis Alejandro Velasco, un marinero que había sobrevivido al hundimiento de un buque de la Armada colombiana, se presentó en la redacción y dijo que tenía una historia que contar. Tras unas cuantas sesiones en las que se entrevistó con Velasco, García Márquez escribió una serie de catorce textos en los que desvelaba una trama secreta que el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla entonces pretendía ocultar (la existencia de una red de contrabando) y que, en conjunto, formaron «Relato de un náufrago», uno de los reportajes más exquisitos que se hayan hecho en la historia del periodismo hispanoamericano. Como consecuencia de esa publicación, no obstante, García Márquez dejó Colombia y partió rumbo a Europa como corresponsal.

Volvió a Latinoamérica en 1960, poco después del triunfo de la revolución cubana, con el mismo ánimo de seguir dedicándose al periodismo y, en sus tiempos libres, escribir, mientras tanto, su obra de ficción. En La Habana, junto al periodista y guerrillero argentino Jorge Masetti, fue uno de los creadores de Prensa Latina, la agencia de noticias creada por el recién instaurado gobierno de Fidel Castro. Asimismo, también comenzó a escribir libros como «El coronel no tiene quien le escriba», «La mala hora», «Los funerales de la Mamá Grande» y a cobrar forma ese clásico que, en 1967, se llamaría «Cien años de soledad».

«Toda la vida he sido un periodista –señaló García Márquez en 1991–. Mis libros son libros de periodista aunque se vea poco. En el fondo son grandes reportajes novelados o fantásticos, pero el método de investigación y de manejo de la información y los hechos es de periodista». De todos modos, no fue hasta 1993 cuando García Márquez decidió volver al reportaje periodístico más estricto. Ese año, se puso a escribir la historia de Maruja Pachón, que había sido víctima de un secuestro durante seis meses, y de su esposo, Alberto Villamizar, que hizo todo lo posible para poder liberarla. El resultado fue «Crónica de un secuestro», publicado en 1996 y que es toda una muestra de periodismo de alto nivel, tanto por su profusión de matces y datos como por el hecho de que, en el fondo, se trata de una historia contada de la mejor manera posible.

Será que, como señaló el periodista John Lee Anderson, «el periodismo le sirvió a Gabo para pulirse como escritor, tanto de ficción como de no ficción». O que, como apuntó el también periodista Ryszard Kapuscinski, que afirmó que las novelas de García Márquez provenían, en realidad, de su oficio periodístico, «su gran mérito consiste en demostrar que el gran reportaje es también gran literatura». Si no fuera así, el periodismo dejaría de ser, sencillamente, el mejor.