El otro amante de Lady Chatterley
La novela de D.H. Lawrence, publicada de tapadillo en Florencia en 1928, explotó, por así decirlo, en 1960 en un Londres que estaba a punto de vivir la revolución sexual.
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La novela de D.H. Lawrence, publicada de tapadillo en Florencia en 1928, explotó, por así decirlo, en 1960 en un Londres que estaba a punto de vivir la revolución sexual.
Hay libros que trascienden lo meramente literario para convertirse en emblemas de una época, pero ésta no siempre se corresponde con la fecha de publicación inicial. Tuvieron que pasar más de tres décadas para que «El amante de Lady Chatterley» encontrara su público, el contexto que lo elevara a categoría de icono. La novela de D.H. Lawrence, publicada de tapadillo en Florencia en 1928, explotó, por así decirlo, en 1960 en un Londres que estaba a punto de vivir la revolución sexual. Philip Larkin diría a posteriori que fue en esos primeros años 60 cuando en Inglaterra, propiamente dicho, «se empezó a follar». No poco tuvo que ver en ello este libro que, precisamente porque estaba prohibido, alentó la fantasía de los lectores. Penguin emprendió la publicación sin cortes del original como desafío a la Ley de Publicaciones Obscenas de 1959.
Es importante destacar esta última fecha para quienes piensan que en materia de censura (o de voto femenino y pena de muerte) España era un reducto troglodita de una Europa hiper avanzada. Mentira. La edición, que pronto fue un éxito (hasta 200.000 copias al día), derivó en un juicio por obscenidad. «¿Les gustaría que sus hijos pequeños leyeran este libro? ¿Lo tendrían en su propia casa? ¿Quisieran que lo leyeran sus esposas y sirvientas?», declaró en su alegato inicial el fiscal. Sin embargo, la calle había normalizado hacía tiempo esta historia de adulterio en la que una mujer, Lady Chatterley, engaña a su rancio y aristocrático marido paralítico e impotente para vivir libremente su sexualidad junto a un rudo obrero. El juez Sir Laurence Byrne se encargó del caso, pero curiosamente fue su mujer, Lady Dorothy Byrne, quien leyó de cabo a rabo el libro subrayando los pasajes tocantes a «hacer el amor». Se absolvió de toda culpa a Penguin y quedó vía libre para la publicación sin cortes de la obra de D. H. Lawrence.
En Inglaterra (como en Francia con «Madame Bovary» y «Las flores del mal» un siglo antes), este caso quedó como emblema de la libertad de expresión en materia creativa frente a las cortapisas de la moral. Tan icónico es este caso que hoy en día lectores, editores y profesores han emprendido una cruzada para salvar las pruebas materiales de aquel juicio. En otoño, Sotheby's subastó el libro original que usó el juez Byrne y las anotaciones, así como un saquito para contener ambos que cosió su mujer. Un extranjero pagó 56.000 libras por el lote y el Gobierno británico reaccionó parando la ejecución de la venta al considerarlo un bien inexportable por su importancia histórica. La solución ha sido establecer un crowfounding para superar la cantidad abonada por el comprador extranjero y mantener la copia en Inglaterra. Penguin ya ha aportado 10.000 libras, la Fundación T.S. Eliot, 5.000, y el PEN Club está canalizando donaciones de escritores y lectores. Todo para que el país no se desprenda del recordatorio material de que no hace mucho publicar según qué libros podía llevarte ante el banquillo.