Nat Turner, el visionario negro que frenó la abolición de la esclavitud
Hollywood recupera la historia de Nat Turner, el siervo afroamericano que levantó la voz contra la opresión de los blancos y que quizá los años hayan idealizado por encima de sus actos, en un filme que recupera el título de «El nacimiento de una nación», de Griffith, pese a sus notables diferencias.
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Hollywood recupera la historia de Nat Turner, el siervo afroamericano que alzó la voz contra la opresión de los blancos y que quizá los años hayan idealizado por encima de sus actos.
El reciente estreno de «The Birth of a Nation» («El nacimiento de una nación») ha vuelto a proyectar sobre la pantalla grande el pasado de la esclavitud en la historia de Estados Unidos. El título de la cinta no es casual, ya que constituye un paralelo al de la obra maestra de Griffith, de 1914, donde se cantaba a los valores de la vieja Confederación, discriminación racial incluida. Como héroe de una visión totalmente contrapuesta, la película ha elegido la figura de Nat Turner.
Sin duda, se trata de una decisión muy controvertida porque su nombre distó mucho de resultar el de un personaje ejemplar y no pocos lo encuadrarían más en el terreno de las personalidades patológicas que en el de los emancipadores. De entrada, Nat Turner fue el protagonista de la rebelión de esclavos más sangrienta acontecida en el territorio de Estados Unidos. Se trató, pues, del cumplimiento de una pesadilla que para muchos plantadores americanos resultó punto menos que intolerable desde que en 1791 estalló una revuelta servil en Haití que acabaría triunfando. El miedo a una sublevación de los esclavos que acabará derramando ríos de sangre como en la vieja colonia francesa no respondía a mera paranoia. De hecho, acontecimientos de este tipo estallaron en 1712 y 1741 en Nueva York; en 1739 y 1822 en Carolina del Sur; en 1800 y 1803 en Georgia; y en 1805 y 1815 en Virginia. El hecho de que en todos los casos fueran sofocadas con relativa facilidad y sin grandes consecuencias no disipó los temores de los propietarios de esclavos.
Educado por la Biblia
Por añadidura, en el caso de Turner la situación fue especialmente grave. Nacido el 2 de octubre de 1800, Turner señalaría cómo una semana antes de su alumbramiento habían ahorcado a un esclavo sublevado del que oiría hablar no poco en sus primeros años. Turner no fue objeto de malos tratos e incluso aprendió a leer y escribir gracias a la Biblia. De hecho, con 21 años se escapó de la plantación en la que estaba, pero, al regresar tiempo después, no fue objeto de castigo alguno. A decir verdad, Turner quizá nunca se hubiera planteado el uso de la violencia de no ser porque comenzó a tener visiones en la juventud. La segunda, que aconteció en 1824 mientras trabajaba en el campo, confirmó a Turner en la idea de que era una persona escogida para llevar a cabo una misión espiritual. Con todo, la decisiva se produjo en 1828, cuando, de acuerdo con su testimonio, recibió un llamamiento directo y sobrenatural para combatir, en nombre de Dios, a la Serpiente. Dos años después, Turner fue adquirido por un nuevo amo llamado Joseph Travis. El propio Nat lo calificaría después como «a very kind master» («un amo muy bueno»), pero semejante circunstancia no lo apartaría de su curso vital, que identificaba con el combate contra el mal.
El 11 de febrero de 1831 tuvo lugar un eclipse de sol que Turner interpretó como la señal para dar inicio a una sublevación cuya finalidad sería, de manera expresa e inequívoca, matar a todos los blancos. Para llevar a cabo sus propósitos, Turner comenzó a recoger armas en la plantación e incluso a adquirir mosquetes con la ayuda de algunos libertos negros. En el curso de los meses siguientes, retrasaría una y otra vez la fecha del alzamiento hasta que el 21 de agosto dio la orden definitiva de proceder a dar muerte a todos los blancos. En apenas dos días, los más de setenta negros a las órdenes de Turner asesinaron a unos sesenta y cinco blancos sin excluir mujeres y niños. Buena parte de las víctimas se habían comportado incluso bondadosamente con los esclavos. La reacción de los vecinos resultó fulminante. Una milicia blanca entró en la plantación Belmont y acabó con la revuelta.
Nunca se sabrá con exactitud cuántos negros murieron, pero cuando la lucha concluyó, el 23 de agosto, el número de los ejecutados pasaba del centenar. De muchos, se sospecharía, seguramente con razón, que no habían tenido nada que ver con la matanza y que simplemente se les arrancó la vida por meras sospechas. Con todo, los sureños deseaban de todas formas respetar las formas legales.
Sin arrepentimiento
Nat Turner fue juzgado de acuerdo a la ley y, el 11 de noviembre, se procedió a su ejecución en la horca. En el curso del proceso no manifestó la menor señal de arrepentimiento e incluso se permitió compararse con Cristo crucificado. Durante su prisión, Thomas Ruffin Gray lo entrevistó publicando después unas confesiones del esclavo rebelde que servirían de base en 1967 a William Styron para escribir una excelente novela premiada con el Premio Pulitzer. A casi dos siglos de distancia, intentar convertir a Turner en un héroe de la libertad constituye una tarea ardua. Víctima más que posible de algún trastorno psíquico y asesino despiadado, su figura no sólo presenta más sombras que luces, sino que además fue la causa directa de desgracias padecidas por los esclavos. Así, en algunos estados como Virginia se prohibiría enseñar a los negros a leer y escribir para evitar una repetición del episodio. La norma fue desafiada por personajes como el héroe confederado «Stonewall» Jackson o Mary Smith Peake, pero se cumplió a rajatabla en no pocos lugares. Para colmo, la revuelta de Turner convirtió a la mayoría de los sureños en mucho más reticentes ante la idea de una abolición de la esclavitud. Si encadenados los negros eran temibles –se preguntaban muchos–, ¿de qué no serían capaces caso de alcanzar la libertad en zonas donde eran más numerosos que los blancos?
Finalmente, hay que reconocer que Turner no poseyó la grandeza de otros dirigentes negros como Frederick Douglas, Marcus Garvey o, ya en el siglo XX, Martin Luther King. A decir verdad, su cruenta algarada no significó el nacimiento de una nación, sino más bien un retroceso de una generación en la causa de la abolición de la esclavitud.
En defensa del Ku-Klux-Klan
La extraordinaria película de Griffith «El nacimiento de una nación» (en la imagen) se inspiró en una novela titulada «The Klansman» («El hombre del Klan»), que recogía la visión sureña del periodo de la Reconstrucción. Tras la derrota en la guerra entre los Estados, el sur se había visto sometido a una ocupación por el Ejército de la Unión. En el curso de esa situación, las elecciones –en las que no habían podido participar los veteranos de la Confederación– habían sido ganadas por republicanos no pocas veces venidos del norte y negros del sur. La situación acabó derivando en la creación de milicias de defensa como el Ku-Klux-Klan que, en la película, aparecía retratado en tonos épicos pespunteados por la música de Wagner. La resistencia sureña acabaría provocando un gran pacto con el norte en virtud del cual concluyó la ocupación militar, se devolvió el peso político a los derrotados y se articuló una legislación de exclusión política de los antiguos esclavos. Habría así nacido una nación ya inseparablemente unida, pero con la negación de los plenos derechos para los negros, un aspecto este último que saltaría en pedazos durante los años sesenta del siglo XX.