Historia

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Elcano, el hombre que cambió la historia de la humanidad, vuelve a casa

La nave Victoria, comandada por Elcano, tardó tres años, de 1519 a 1522, en circunnavegar el mundo. En la imagen, el trayecto que recorrió
La nave Victoria, comandada por Elcano, tardó tres años, de 1519 a 1522, en circunnavegar el mundo. En la imagen, el trayecto que recorriólarazon

El 4 de agosto de 1526, el marino Juan Sebastián Elcano fallecía a bordo de la nao Victoria en el océano Pacífico. Se le hicieron las exequias propias de los hombres de la mar de aquellos tiempos, y después de una sencilla ceremonia, su cuerpo fue arrojado al agua sobre una tabla.

El 4 de agosto de 1526, el marino Juan Sebastián Elcano fallecía a bordo de la nao Victoria en el océano Pacífico. Se le hicieron las exequias propias de los hombres de la mar de aquellos tiempos, y después de una sencilla ceremonia, su cuerpo fue arrojado al agua sobre una tabla. Ese océano que, en gran parte gracias a la gesta de Elcano, fue conocido durante décadas como «El lago español». Y estos días, durante el año en que comienzan las conmemoraciones de la primera vuelta al mundo, el buque escuela de la Armada Española, que lleva por nombre el del piloto más conocido de nuestra historia, se encuentra en aguas del norte de la península, ese Cantábrico que bien conocía Juan Sebastián Elcano, y que tantas veces navegó, posiblemente primero como pescador y después como marino.

Dos barcos bautizados con el nombre de la Victoria condujeron a Juan Sebastián Elcano más allá de los límites explorados por el hombre. El primero, tras lograr por primera vez completar la vuelta al globo terráqueo, le devolvió a casa tras la llamada por Manuel Lucena «la aventura náutica más temeraria de la historia». Y, se puede añadir, la que tuvo mayores consecuencias en la historia de la humanidad. El segundo barco, también llamado Victoria, fue el lecho de muerte del piloto que finalmente era recibido en su seno por el mar que fue su forma de vida.

Castilla era en el siglo XVI grande y poderosa en la mar, tanto en sus tierras del norte (hoy País Vasco), como en las estribaciones del sur, que miraban de frente con incertidumbre, pero sin miedo, a África y a la inmensidad del Atlántico. Y es esa mirada la que llevó a Colón en 1492 a lanzarse al «Mar tenebroso» buscando una ruta hacia las islas de las anheladas especias. Por aquel entonces, productos como la canela, el clavo, el jengibre, eran más codiciados aún que el oro o la plata. Servían para condimentar, conservar o engañar al paladar, disimulando el mal sabor de alimentos en mal estado. Y aquellas especias solo se encontraban en unas islas del Pacífico, a las que había que llegar por una ruta que no fuera interceptada por los musulmanes, presentes en el Mediterráneo y en las fronteras orientales de Europa.

Años antes, Colón, buscando esa nueva ruta hacia Oriente navegando por Occidente, se topó con un muro que posteriormente se llamaría América. Fue mucho más el logro que el proyecto. España y Europa se abrían a un Nuevo Mundo por descubrir. Sin embargo, la búsqueda del paso hacia el océano que bañaba las islas de las especias continuaba. Núñez de Balboa, en 1513, tomó posesión en nombre de Fernando, regente de Castilla, del Mar del Sur. Pero este descubrimiento, siendo importante, no saciaba las ansias de navegar de un tirón hacia Oriente. Había que encontrar un paso navegable.

Las islas Molucas

Y fue Carlos I, recién llegado para tomar posesión de la Monarquía Hispánica (reunía ya la herencia castellano-aragonesa de sus abuelos, los Reyes Católicos), quien, a pesar de su mocedad y desconocimiento de la realidad hispana, apoyó aquella hazaña que le proponía un portugués recién llegado a Castilla, Hernando de Magallanes. El luso, tras una serie de desavenencias con su monarca, se ofrecía al rey de las Españas para buscar el deseado paso, respetando los acuerdos previos entre Castilla y Portugal, que habían repartido sus zonas de influencia y comercio en la navegación en el Tratado de Tordesillas.

Convencido de que las islas Molucas, o la Especiería, entraban en la zona castellana señalada por el Tratado, planteaba la posibilidad de lograr el equivalente a la ruta portuguesa que bordeaba el sur de África: había que intentar recorrer hacia el sur la costa americana para averiguar si existía un paso que permitiera navegar desde la Península hasta el «Moluco».

Portugués era el capitán, pero castellana la expedición. Carlos quiso que junto a Magallanes fuera un hombre de plena confianza del monarca, Juan de Cartagena, con quien Magallanes debía compartir sus conocimientos y la toma de decisiones. Finalmente, cinco naves con cerca de 250 tripulantes partían de Sevilla, no sin antes asistir a misa, confesar y jurar lealtad a Carlos, rey de Castilla.

La travesía hasta América fue complicada, la derrota hacia el sur en ocasiones desesperante. Motines y desavenencias fueron distanciando a parte de la tripulación, y Magallanes castigó a Juan de Cartagena, que fue abandonado en tierras desconocidas y del que nunca más se supo. Decepcionante fue descubrir que el gran estuario del Río de la Plata, el llamado hasta entonces Río de Solís, era eso, la desembocadura de un gran río, pero en ningún caso el paso hacia la Mar del Sur. Pero si todos esos hitos fueron complicados, lo peor vino después, cuando se adentraron en el «Estrecho de Todos los Santos», que más tarde recibiría el nombre de su descubridor. Para entonces, noviembre de 1520, un barco se había perdido y otro había dado la vuelta, desertando, y regresó a España.

Finalmente, tres naves: la Concepción, la Trinidad y la Victoria, después de 38 días de complicada navegación, entraban en las tranquilas aguas del que Magallanes rebautizó como Océano Pacífico. La alegría de haber descubierto el paso se vio ensombrecida cuando fueron conscientes de que les esperaba una larga e incierta singladura. El escorbuto hizo presa fácil en hombres agotados, mal alimentados y, sobre todo, con absoluta carencia de vitamina C.

Duro tramo el que recorrieron hasta que por fin, el 17 de marzo de 1521, avistaron la isla de Guam, en el Archipiélago de las Marianas. En aquel momento recibió el nombre de «Islas de los Ladrones», pues sus habitantes, simpáticos en un principio, y acogedores, no dudaron en llevarse del barco todo lo que pudieron. Guam, y sus pobladores chamorros, formarían parte de la Corona española durante 300 años, hasta la guerra del 98 contra los Estados Unidos, encontrándose desde entonces bajo soberanía estadounidense. Continuaron la travesía hasta las islas Filipinas. Allí el capitán Magallanes, en un exceso de confianza y temeridad, se involucró en luchas entre los indígenas, y perdió la vida. El Santo Niño de Cebú es en ese archipiélago el emblema del primer intento de evangelización de aquellas tierras.

Pero había que continuar, a pesar del desconcierto sembrado por la muerte del jefe de la expedición. No se había llegado a las islas de las Especias, aunque los navegantes iban teniendo noticia de su cercanía. Y es entonces cuando emerge el hombre que cobrará fama universal, y al que la Historia tiene como protagonista de una gesta que transformaría para siempre el conocimiento del orbe, con todas las consecuencias humanas, científicas y económicas que de este descubrimiento se derivaron.

Bodegas cargadas de clavo

Dos naves, la Trinidad y La Victoria, esta última al mando de Elcano, llegan a la isla Tidor, en las Molucas, y por fin encuentran el objeto de su búsqueda. Los dos barcos cargan sus bodegas, sobre todo de clavo, la especia más preciada, a cambio de mercancías que habían embarcado en Castilla con objeto de mercadear. Sin embargo, la Trinidad está muy deteriorada, y es preciso restaurarla. La cercanía del peligro portugués hará que Elcano, al frente de la Victoria, tome una arriesgada decisión: volverán a Castilla navegando por la ruta portuguesa, pero evitando ser detectados por las armadas del país luso, ya que si eran descubiertos, supondría la pérdida de toda la mercancía, con tanto esfuerzo lograda, además de la prisión para los tripulantes.

Bordean el sur de África y, nuevamente, el escorbuto se ceba en la tripulación. Finalmente, el 6 de septiembre de 1522, dieciocho hombres cadavéricos desembarcaron en Sanlúcar de Barrameda. La Victoria, incapaz de navegar más por sí sola, fue arrastrada por otra nave hasta Sevilla, donde los supervivientes cumplen su voto de ir descalzos portando velas para agradecer su triunfo final a Nuestra Señora de la Victoria, en el barrio de Triana. Concluía así una durísima expedición, pero se iniciaba una nueva etapa de la historia, en la que se había demostrado que el mar no separaba, sino que era el medio a través del cual cabía la plena comunicación entre los hombres que habitan este planeta.

La nao que salió de los astilleros de Zarauz

Conmemoramos este año el inicio de la expedición Magallanes-Elcano que, sin pretenderlo, llegó a demostrar por primera vez de manera empírica la esfericidad de la tierra en una larga y compleja singladura que tuvo lugar entre 1519 y 1522. La Armada española, como no podía ser de otra manera, se une, y con un papel protagonista, al programa de actos conmemorativos del V Centenario de dicha expedición. El buque Escuela Juan Sebastián Elcano recorrerá en los próximos tres años (ese fue el tiempo que se empleó en la primera circunnavegación) aquellos puertos vinculados a la histórica expedición. Y comienza por reconocer con este homenaje la grandeza de una tierra que dio a España y al mundo grandes navegantes y potentes navíos. Porque si Juan Sebastián Elcano nació en Guetaria, la nao Victoria, primera en circunnavegar el globo, salió de los astilleros de Zarauz.

Directora de la Cátedra CEU Elcano. Primera Vuelta al Mundo. María Saavedra Inaraja