Fantomas, el ladrón que no hacía ruido
Era un «gentleman» nacido en Mallorca, con talento para las mujeres y las relaciones sociales que manejó hasta seis identidades y que puso en jaque a Europa con sus robos
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Era un «gentleman» nacido en Mallorca, con talento para las mujeres y las relaciones sociales que manejó hasta seis identidades y que puso en jaque a Europa con sus robos.
Corría el verano de 1912. Eran las dos y media de la madrugada en el glamuroso hotel Metropole de Montecarlo. Hacía tiempo que todos los huéspedes dormían. Por eso, ninguno de ellos hubiera podido advertir la presencia de un hombre enmascarado y embutido en una malla negra, que caminaba con sigilo por uno de los pasillos disponiéndose a penetrar en la habitación de un matrimonio de magnates americanos. Aquel sujeto misterioso llegó hasta la puerta y se detuvo. Respiró hondo e introdujo una ganzúa en la cerradura, que no tardó mucho en ceder; dentro permanecía todo en penumbra.
Eddy sintió entonces cómo la adrenalina se disparaba por sus venas. En esos momentos siempre podía surgir cualquier imprevisto que diese al traste con su descarado plan. Pero esa noche, la pareja siguió durmiendo profundamente mientras él se apoderaba como si tal cosa del guardajoyas de la esposa. Para cuando se dieran cuenta, él ya habría puesto pies en polvorosa...
Eddy era uno de los muchos nombres bajo los que se escondía Eduardo Arcos Puch, el escurridizo ladrón de guante blanco al que en la década de 1910 seguía la pista la policía de dos continentes enteros. Tan célebres fueron sus hazañas que la prensa francesa le empezó a llamar Fantomas, como el famoso villano de las novelas de folletín cuya creación pudo haberse inspirado en su esquiva figura.
Un as del tango
Eduardo Arcos Puch había nacido en Palma de Mallorca. No se sabe mucho de sus orígenes, pero sí que era un individuo elegante y seductor; un auténtico «gentleman» que dominaba varios idiomas y bailaba el tango con las más bellas mujeres del planeta. Eddy se movía entre la más alta aristocracia de la época y había convertido el mundo entero en su propio patio de recreo. Manejaba, como los naipes de una baraja, una docena de identidades falsas capaces de soportar cualquier escrutinio. En La Habana, era conocido como escritor; en Roma, como escultor bohemio; y en Nueva York, como noble español. En Madrid llegó a codearse con la tía del rey Alfonso XIII, la infanta Eulalia de Borbón, a quien supuestamente cortejó. Nadie sospechaba entonces que este hombre de las mil caras era en realidad una de las mentes criminales más prodigiosas de su tiempo.
Y así transcurrían sus días, entre camas y «chaise longues», cuando al rey de los ladrones le atravesó también el corazón la flecha de Cupido. Sucedió en un aeródromo de Buenos Aires, donde participaba como piloto acrobático en un festival de aviación. Su media naranja era una joven argentina llamada Leonor Fioravanti. Tan enamorado estaba Eddy de ella, que a las primeras de cambio le confesó que él era el famoso Fantomas reclamado por la Justicia de medio mundo. Y Leonor, en lugar de rechazarle, propuso que trabajasen en equipo.
Nuestros enamorados cleptómanos hicieron así de los grandes transatlánticos que cubrían la ruta entre Europa y América su particular coto de caza. Aquellos colosales y lujosos barcos fueron el lugar perfecto para captar nuevas víctimas. Durante el viaje, la pareja se ganaba su confianza con apabullante flema y dominio escénico. El golpe llegaba después, en el hotel del puerto de destino.
«Bonnie y Clyde» se compenetraban tan bien en aquel sofisticado y frívolo ambiente, que no hubieran desentonado en una comedia de agudos diálogos firmada por Ernst Lubitsch. Después de todo, en ese pérfido juego de astucia estas dos almas gemelas evitaron siempre el recurso a la violencia. Y cuando consideraban que el botín alcanzado era ya suficiente, se refugiaban en una habitación reservada el año entero en el hotel Empire de Nueva York.
Durante la Gran Guerra, España se convirtió en refugio de grandes fortunas. Eddy actuó demasiadas veces en sus hoteles de lujo, atrayendo el interés de Ramón Fernández-Luna, el sagaz jefe de la Brigada de Investigación Criminal de Madrid, conocido como «el Sherlock Holmes español».
La detención de Eduardo Arcos se produjo finalmente en una pensión en pleno centro de Madrid. Pero las pruebas contra él no resultaron tan concluyentes y fue puesto en libertad poco después; aunque con su identidad al descubierto y su fotografía en las recepciones de los grandes hoteles, sus años dorados como ladrón habían tocado a su fin. Rompió con Leonor, tras descubrirse que mantenía una aventura con la bailarina Isadora Duncan. Se dice que en 1940 fue reclutado por los ingleses para robar documentos de la caja fuerte de la Embajada alemana en Madrid. Al parecer, Eddy se convirtió en todo un azote incluso para los nazis.