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Literatura

Fernando Aramburu: «Es difícil situar el dolor en un lugar de la memoria donde se pueda tolerar»

Recupera en su libro «El niño» la tragedia de Ortuella, donde una explosión de gas propano mató a cincuenta niños en 1980

Fernando Aramburu
El escritor Fernando Aramburu prosigue con su proyecto literario de «Gentes vascas» con esta novelaDavid JarFotógrafos

El 23 de octubre de 1980, una explosión de gas propano mató a cincuenta niños y tres adultos en el colegio público de Ortuella. Una tragedia que devastó a las familias de un pueblo y que, desde ese día, ha permanecido de manera indeleble en la memoria de Fernando Aramburu. «A veces, cuando estaba en clase con mis pequeñitos y estaban ocupados en una tarea, me acordaba de aquello y me preguntaba: ¿Y si ahora ocurre aquí algo parecido?». El novelista prosigue con su serie «Gentes vascas» –un proyecto literario de ambicioso aliento que ya abarca títulos como «Los peces de la amargura», «Años lentos» o «Hijos de la fábula»– con «El niño» (Tusquets), una espléndida y emocionante obra sobre la pérdida, los recuerdos y el dolor que aborda este drama. «Incluso con serenidad, me cuesta imaginar lo que puede suponer la pérdida de un hijo. Afortunadamente no he vivido hasta ahora nada parecido, pero esa pregunta es uno de los motivos que me ha llevado a escribir el libro: cómo se vive la muerte de un niño y cómo una persona puede asimilar un hecho semejante».

Es sobre lo que reflexiona en esta novela.

Sí, lo he contado a través de un pequeño elenco de personajes que se enfrentan a la inevitable necesidad de asumir lo que les ha pasado. Es difícil buscar consuelo y tratar de situar el dolor en un lugar de la memoria donde más o menos lo puedan tolerar. Intentan superarlo, rehacer sus vidas o crearse una ficción que más o menos les ayude.

La muerte de un hijo es una experiencia, que, bien por accidente, hambrunas o guerras, es universal.

Sí, ha ocurrido siempre y, por desgracia, sigue ocurriendo. No tiene por qué ser violenta, puede sobrevenir por una enfermedad. A veces, las pérdidas de niños se producen de manera masiva, como vemos estos días en Gaza o Ucrania. Pero en estos casos, la cuestión es que la información nos reduce estas pérdidas a números. Nos dicen que han muerto 15.000 niños. Esto dificulta la vinculación emocional. No vemos sus caras, no conocemos sus nombres... Las novelas nos devuelven el rostro y rompen esa desconexión con las víctimas. Las guerras actuales, lamentablemente, son así. Han suprimido el campo de batalla tradicional. Ahora lo que se lleva es tirar misiles contra las casas. Es horroroso.

«Todo pasa, incluso los idiomas y las naciones, pero aún hay quien se aferra a las tradiciones»

Fernando Aramburu

Habla de los recuerdos. Estos, ¿ayudan o perjudican?

Yo parto de la convicción de que al final se impone el olvido con la complicidad del tiempo. Es una ley de la naturaleza.

¿Qué hacer contra el olvido?

Generar testimonios. Fijar el recuerdo en textos, películas, fotografías, en cuadros, en tecnología, que también se va deteriorando. Es una batalla que considero perdida de antemano por el ser humano y, sin embargo, determina mucho nuestro comportamiento y filosofía de vida.

Todo pasa...

Desde luego, incluyendo, las naciones y los idiomas, se diga lo que se diga. Andamos por calles donde hace 2.000 años se hablaban otras lenguas. Sin embargo, todavía existe un sector de la población que se aferra a las tradiciones...

En «El niño» hay una queja contra el dolor y el sufrimiento.

El dolor es una constante en mi literatura. A menudo, el que está inferido por otras personas. Creo que fui educado en la compasión de niño y eso me ha marcado de forma profunda, en una pulsión que me lleva a tratar de aliviar el dolor del que ha caído, ha sufrido un golpe o vivido una desgracia. Eso está en la base de mis lecturas y mi literatura: la pena profunda que me produce el que sufre. Un movimiento de cercanía que me lleva incluso a negar la condición extranjera del ser humano que tengo delante.

Está en otros libros.

Sí, por eso he abordado con frecuencia historias relacionadas con el terrorismo, pero no desde la óptica política, sino de una manera ya puramente instintiva, natural, porque me hacen ver que se está cometiendo una injustica. Me rebelo contra eso. Esto es primordial y está en la urdimbre de mis ideas y de mis convicciones.

«Si uno no tiene criterio propio, es susceptible de que le cuelen cualquier manipulación»

Fernando Aramburu

¿La pérdida es diferente en un accidente, una dolencia o un atentado?

La pérdida de un hijo, o cualquier otra desgracia, repercute de manera diferente en las personas. No hay una reacción única. Me imagino que debe haber una diferencia esencial entre perder un hijo por una enfermedad o porque nos lo han matado y nos lo han arrebatado de forma intencionada. Me pongo en lugar de las personas que han perdido un hijo por un accidente y creo que eso lo podría admitir más fácilmente que si me lo han matado y lo han hecho por favorecer una causa. Esto es un agravante.

En «El niño» hay un diálogo de usted con el libro. Una reflexión sobre el lenguaje.

Desde hace un tiempo estoy metido en un proceso de depuración. Cada vez soy más riguroso con lo que introduzco en mis novelas. Esto afecta al lenguaje. Antiguamente se decía que esto era la búsqueda de una voz propia. A mí, ahora, esto me da igual, como esa aspiración juvenil de crear un estilo propio. Antepongo la precisión a cualquier criterio.

Ahora justo que el lenguaje se está deteriorando tanto en el espacio público.

Eso no sería tan grave si existiera una intelectualidad que llamara la atención sobre el uso fraudulento de las palabras. Esa intelectualidad existe, pero se expresa a través de libros y de periódicos. Por eso me parece preocupante el índice de lectura de España. Si uno no tiene criterio propio, es susceptible de que le cuelen cualquier trola o cualquier manipulación fraudulenta del idioma.