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Festival de Bayreuth: Un Tannhauser con «drag queen» de pelo en pecho

La 108 edición arrancó con una nueva producción de Tannhauser, acompañado de un calor insoportable, y la presencia de Angela Merkel.

Le Gateau Chocolat, uno de los grandes atractivos de este montaje ideado por Tobias Kratzer / Foto: Antonio Moral
Le Gateau Chocolat, uno de los grandes atractivos de este montaje ideado por Tobias Kratzer / Foto: Antonio Morallarazon

La 108 edición arrancó con una nueva producción de Tannhauser, acompañado de un calor insoportable, y la presencia de Angela Merkel.

El Festival de Bayreuth, que este año alcanzaba su 108 edición, se abría con una nueva producción de Tannhauser con un calor insoportable y la presencia de Angela Merkel, fiel a su cita de Bayreuth año tras año. Al foso bajó el maestro ruso Valery Gergiev y de la escena se ocupó el menos conocido director de escena alemán Tobias Kratzer, ambos nuevos en la plaza. Mientras que Gergiev es un reconocido director wagneriano, Kratzer es un regista aún ignoto que hasta hace un par de años solo había trabajado en la provincia alemana, hasta que en primavera de 2017 dio el salto internacional tras una discutida producción de Lucio Silla de Mozart en La Monnaie de Bruselas, que le abrió las puertas de Amsterdam, Frankfurt, Tallinn y Berlín (Deutsche Oper), hasta recalar este verano en el sacrosanto Festspielhaus de Bayreuth.

Y fue precisamente Tobias Kratzer el que volvió a levantar ampollas entre la crítica más recalcitrante y el público más conservador, que en Bayreuth abunda por doquier, al presentar una enloquecida y rompedora lectura del popular drama romántico de Richard Wagner con varios guiños cinematográficos. Ya desde la obertura, que discurre contemporáneamente con una proyección aérea del Wartburg, residencia del Landgrave de Turingia, flanqueada por laderas montañosas con impresionantes bosques, entre los que se abre paso una angosta carretera por la que circula una furgoneta Citroën de los años sesenta del siglo pasado; Kratzer presenta un trío actoral paralelo que vertebrará toda la acción dramática. La furgoneta no es otra cosa que el Venusberg en el que viajarán –en plan road movie,– la troupe ambulante integrada por Tannhauser (disfrazado de payaso) y el citado trío, formado por Le Gateau Chocolat (conocido travesti y cantante de varietés –de piel negra y abundante barba– caracterizado como drag queen), el enano Oskar en clara referencia a “El tambor de hojalata” del cineasta Gunter Grass (muy bien interpretado por el actor Manni Laudenbach) y la hiposa Venús, magníficamente encarnada por la enjuta mezzosoprano rusa Elena Zhidkova de voz importante, que hizo un autentico alarde de facultades actorales, sustituyendo in extremis a Ekaterina Gubanova, consolidada cantante wagneriana, muy apreciada en Bayreuth, que se cayó del cartel (oficialmente por enfermedad), aunque escénicamente nunca se hubiera adaptado a las exigencias de un papel, que bordó Zhidkova.

Para el desconcertado público que abarrotaba la sala, la trama ideada por Kratzer solo se empezaría a comprender a partir del segundo acto, tras la performance campestre, de media hora de duración, que tuvo lugar fuera del teatro durante la primera pausa en el lago situado en los jardines del Festspielhaus, al que se desplazó una buena parte de los espectadores. Allí nos esperaban Le Gateau Chocolat, envuelta en la bandera arcoíris, interpretando algunos temas conocidos, incluido el “Dich teure Halle” de Tannhauser –eso si para barítono–, mientras que el enano tocaba la percusión en la barca y Venus pintaba, mientras bailaba al son de la música enlatada, una pancarta con las reivindicativas palabras del propio Wagner “Freim Wollem! Freim Thun!, Freim Geniessen!” que luego sería colgada en la balconada del Festspielhaus, tras el inicio del segundo acto.

El tercer acto presentaba un espacio desolador, una especie de desguace, con la furgoneta ya desahuciada y otros objetos de desecho diseminados por el suelo, bajo la gigantesca plataforma metálica de un anuncio luminoso de carretera, visto inicialmente por el reverso, que al final del acto se gira y aparece la imagen de la gran triunfadora del drama: Le Chateau Chocolat, anunciando un lujoso reloj de brillantes, mientras que el enano Oskar está sumido en la más absoluta miseria apurando una lata de conserva, lo único que tiene para llevarse a la boca y puede ofrecerle a Elisabeth. La entrada del coro de peregrinos, caracterizados de homeless, recogiendo todo aquello que se encuentran a su paso, es impactante. En aquel espacio sórdido se suceden algunos de los mejores momentos vocales de la ópera con un Wolfram horrorizado por los acontecimientos, que se pone el disfraz y la peluca del payaso, y el caballero Tannhauser, que entona su célebre raconto de Roma. Elisabeth busca a su héroe en vano, pero es aquel que se ha entregado a los placeres mundanos del Venusberg, aunque solo encuentra al recto Wolfram travestido de payaso. Tras yacer con él en el interior de la desvencijada furgoneta, Elisabeth se suicida y la ópera concluye con el cadáver inerte en los brazos del consternado Tannhauser, antes de morir.

Todo esto así contado puede parecer absurdo, incluso un sinsentido, pero no lo es realmente. Se trata de una propuesta muy original, bien trabada escénicamente, con un trabajo actoral extraordinario, a través de una narración mundana exenta de misticismo, alejándose hasta el extremo del mito erótico tradicional ideado por Wagner, actualizado hoy a través de las reivindicaciones que abanderan los colectivos LGBT. Estamos ante un Tannhauser del siglo XXI, donde se reclama “la libertad de deseo, acción y pensamiento”, escritas por el mismísimo Wagner en el siglo XIX en su ensayo “Arte y revolución” y que luego aparecerán en el segundo acto escritas por Venus en la pancarta.

Musicalmente la función basculó entre la extraordinaria prestación vocal de la joven soprano noruega Lisa Davidsen, debutante en el festival, que hizo un auténtico alarde de sus excepcionales condiciones vocales, y la anecdótica presentación del tercer español que cantaba en Bayreuth, tras Victoria de los Ángeles (histórica Elisabeth) y Plácido Domingo (Parsifal y Sigmund). Nos referimos al joven tenor asturiano Jorge Rodriguez-Norton que encarnó el episódico papel de Heinrich der Schreibe. Por su parte Stephen Gould, que nos deslumbró en 2004 con su primer e impactante Tannhauser, puso de manifiesto que sigue siendo el único Heldentenor en activo de hoy, pero el tiempo no pasa en balde y su potente voz se resiente ya en la octava aguda. Buena prestación vocal la del barítono Markus Eiche, que encarnó un sólido Wolfram en una sentida y matizada interpretación de la “Canción de la Estrella” en el tercer acto. Decepcionante Stephen Milling como Landgraf Hermann y correcto el resto del reparto con la mención obligada, a pesar se su brevísimo papel como pastorcillo, de la joven soprano alemana Katherina Konradi, que habrá que seguir de cerca.

Valery Gergiev fue criticado en los medios alemanes por su apoyo a Putin y despertó los recelos de la dirección del festival al no asistir a todos los ensayos previstos, por su conocida hiperactividad, que le obligaba a compaginar varios proyectos simultáneos –al de Bayreuth– en Baden-Baden, Munich y Verbier, El director ruso delineó no obstante una versión sólida y contrastada de Tannhauser, aunque poco matizada en los detalles. Al final no volverá el próximo año y será sustituido por el rutinario Axel Kober. Poco duró el flechazo entre Katherina y el maestro ruso. Al final no ha pasado de ser un amor de verano.