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La filosofía toma la calle
Las personalidades más importantes del pensamiento actual ocuparán las plazas y centros de Madrid hasta el 21 de septiembre con motivo del Festival de las Ideas
Sin duda, la revolución socrática en la historia del pensamiento fue sacar la filosofía a las calles en el ágora de la Atenas del siglo V a.C. Es increíble comprobar que, hoy como ayer, la filosofía sigue inundando nuestras calles, pese a los muchos intentos contemporáneos, producto de nuestra obsesión por lo mercantilista y lo tecnológico, de vetarla. Todo remonta, claro, al giro que se da en la llamada era axial, cuando una serie de personajes fundamentales en la historia de las ideas –está Sócrates, pero también los presocráticos y otros pensadores paralelos en Oriente– empiezan a repensar el lugar del ser humano en su contexto, a sacarlo de los límites estrechos de su conciencia, en lo que podríamos llamar la «revolución filosófica» del «homo sapiens». Entonces se da preeminencia pública, por primera vez, al filósofo, como va sucediendo desde China a Grecia. Independientemente del origen de esta palabra griega tan afortunada – la invención de «filosofía» la quieren remontar algunos a lo dicho por Pitágoras ante cierto tirano–, lo cierto es que Sócrates es el momento angular en el que el filósofo sale a la calle. Antes, milesios, eléatas o pitagóricos, entre otros, habían optado por desarrollar sus ideas en cenáculos más o menos reducidos, incluso fundando una suerte de «pensaderos» privados. Pero Sócrates lo cambia todo: es unánimemente reconocido como maestro de la filosofía en acción. Lo asumen así también sus discípulos más salvajes y contraculturales, los cínicos. El filósofo, que también había frecuentado las altas esferas del poder (Platón y Aristóteles), pasaba a desempeñar también un papel incómodo y a veces de riesgo, como estudia C. Bradatan en «Morir por las ideas» (Anagrama). Pero lo cierto es que frente a otros modelos de filósofos aislados y elitistas, desde Heráclito a Kant, reclusos en sus «sanctasanctorum» del pensamiento, otros muchos han estado en el candelero continuamente, no solo en las instituciones educativas, sino también en una filosofía activa que les llevó a intentar cambiar el mundo.
La filosofía sigue a pie de calle en esta nuestra época tardo-helenística o tardoantigua, azacaneada por exactamente los mismos problemas que agobiaron a los estoicos y a los epicúreos, por ejemplo, y que han vuelto la atención del gran público –desde los poderosos a los más humildes– hacia lo que el pensamiento puede proponer para su día a día. Tras la crisis de la religión y las ideologías, lo más interesante de nuestra modernidad tardía es ver al filósofo estrella volver desde las bambalinas a la gran escena pública, como el intelectual, a veces incómodo, que viene a contravenir el discurso oficial o, como querían los cínicos, a «adulterar la moneda en curso». Últimamente vemos a grandes pensadores estrella que recuerdan a los grandes filósofos de la antigüedad que llegaban a reunir masas: citemos a Pitágoras, que se llevó de calle a dos millares de personas con su primer discurso público, a los arrolladores sofistas o a los posteriores oradores de la antigüedad tardía. Pues hoy no les quedan a la zaga filósofos de masas como Michael Sandel, Peter Sloterdijk, Gilles Lipovetsky, Byung-Chul Han o Slavoj Žižek. Cada vez que uno de ellos acude a una convocatoria pública, el aforo se queda pequeño.
En fin, hoy como ayer, como cuando nos lo recomendaba Epicuro en la «Carta a Meneceo», es evidente que la filosofía se configura como la única salvación del ser humano: nunca es pronto ni tarde para volcarse en ella. La idea de la «sotería», la salvación a través de la filosofía, muestra nuestra única esperanza. Anteayer el imprescindible Emilio Lledó dejó su legado en la «Caja de las Letras» en el Instituto Cervantes, arropado por discípulos y amigos: había cuadernos de cuando emprendía sus primeras lecturas a los 10 años. El gran estudioso de Platón y Sócrates, de la palabra viva, la memoria y la esperanza, a sus 95 años, nos volvió a recordar porque un «logos» vivo vive y nos da la vida. Entre maestros, colegas y discípulos, la comunidad del saber nunca se detiene. Lledó, lo recordaba anteayer bien cuando, muy socráticamente ante sus discípulos, afirmó que «no es maestro de nada». He ahí el auténtico esplendor de la filosofía: slo sabemos que no sabemos nada, desde luego, pero lo poco que sabemos hemos de enseñarlo humildemente y transmitirlo a los más jóvenes para que sigan en la eterna pregunta en pos de la filosofía y la sigan persiguiendo por las calles como a una estrella del rock. La filosofía, pues, está en la calle: no dejemos de anhelar y frecuentar su compañía durante toda la vida.
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