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Frédéric Boyer: el último francés que ama a Lorca

El escritor francés habla sobre su novela "Ojos negros"(Sexto Piso), reflexionando sobre los matices de la sensibilidad humana y de la infancia
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El escritor francés habla sobre su novela "Ojos negros"(Sexto Piso), reflexionando sobre los matices de la sensibilidad humana y de la infancia
"Ojos negros"es la nueva obra de Boyer (Cannes, 1961), que transita a medio camino entre la madurez y la pérdida de una infancia, que aún anhela reconstruir. Después de publicar su poemario "En mi pradera"en el 2015, aterriza ahora para hablarnos sobre esta obra tan enigmática.
-Su libro es muy intimista y habla sobre un encuentro que bien podría no haber sido real: el del niño de seis años con el personaje Ojos Negros. ¿Qué esconde?
-Este trabajo, el de la literatura, no significa solamente contar historias. Es darle un sentido a las historias que hemos vivido porque al contarlas realmente descubrimos su verdadero significado.
-¿Y qué significado tiene para usted?
-No sé cómo explicarlo. Creo que, finalmente, tiene algo en el terreno de la espiritualidad. No llega a ser religioso, pero tiene un sentido metafísico.
-¿Ojos Negros simboliza para usted el amor que buscamos y que, en muchas ocasiones, nunca se llega a encontrar?
-Sí, así es. ¿Acaso alguna vez hemos encontrado el amor? Lo cierto es que en todo amor hay una historia imposible. Podría decirse que se sostiene mientras que la imposibilidad existe.
-Entonces, como seres humanos estamos en una inconformidad permanente y, por lo que muestra en su libro, existe un cierto gozo al respecto. ¿Piensa usted que no podemos ser felices sin esa ausencia constante de algo?
-Creo que hay una necesidad de afrontar la inconformidad propia de la vida, su fragilidad. Tenemos que aceptar que en todo amor y en toda relación hay una parte de imposibilidad y, gracias a ello, nos volvemos más humanos. La verdadera felicidad, si existe, es aceptar vivir con las imperfecciones, como la complejidad de la vida. La literatura sirve para dar sentido a los problemas vividos, incluso a los más banales.
-Hay una gran idealización en lo referente a Ojos Negros, es algo que el protagonista busca en otras personas u objetos. Anhela aquella sensación.
-Es un recuerdo de la infancia, una imagen que él trata de reconstruir para entender qué ocurrió, al tiempo que la eleva a la categoría de mito.
-Al hilo de la infancia, ¿cómo la percibe usted?
-Es un trabajo de recordar, de memoria. En realidad, nos la inventamos, no la reencontramos. Venimos de la infancia, pero estamos exiliados de ella y nos pasamos la vida inventándonosla. Aun así, hay desgarros, traumatismos, vacíos que nunca llenaremos y eso es Ojos Negros. La gente tiene que trabajar en la invención de su infancia para liberarse del sufrimiento de estar exiliado de ella.
-¿La literatura es, para usted, una manera de reconstruir su propia infancia?
-En parte, sí. En este libro, especialmente. Cuando el protagonista relata aquel recuerdo que vivió a los seis años, en el que pone su voz a los pensamientos de niño, resulta algo turbio para su edad. Por eso pregunto si es su madurez adulta la que habla, como si fuese un recuerdo distorsionado. No se puede reencontrar lo que habíamos pensado cuando éramos niños. Eso sería muy difícil. Entonces, una vez que somos adultos, intentamos comprender quiénes éramos de pequeños.
-Le confiere una gran importancia a las emociones en sus libros, ¿diría que más que a otros aspectos más carnales?
-Tengo una manera de escribir que pasa por la expresión de los sentimientos, la sensibilidad. Cuando escribo trato de conmoverme a mí mismo y no tengo vergüenza de decir que es una literatura sentimental, una especie de melodrama.
-¿Qué referentes encuentra en la literatura?
-Tengo muchísimos. Me encanta la rusa: Dostoievski, Tolstoi; y también la poesía y la literatura espiritual, como San Juan de la Cruz. Y soy el último francés que ama a Federico García Lorca. En Francia está un poco olvidado.
-¿Cree usted que la infancia está infravalorada?
-En mi opinión tenemos miedo de enfrentarnos a esa tierra desconocida y ver todos los traumatismos de los que hemos huido. Esa etapa está asociada a la debilidad y, a veces, preferimos no enfrentarnos a ella.
-¿Piensa que está cambiando con las nuevas generaciones?
-El niño no vive su infancia ahora y es un cambio que viene desde ya hace algunos años. Yo tengo cuatro hijas, mayores, y siempre les he dicho que está bien aburrirse. Pero hoy siempre escapamos de eso. Le tenemos miedo al aburrimiento y es un temor que comienza en la infancia. El niño de hoy siempre tiene que hacer algo y, con las nuevas tecnologías, siente la necesidad de estar comunicado con alguien permanentemente. Al final, son comunicaciones vacías. Parece que le tuviesen miedo a su propia infancia.

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