Gabinete Caligari: al cielo se llegaba por Soria
Edi Clavo, batería de la banda, relata en un libro todo lo que rodeó a su obra magna, «Camino Soria».. De tocar fondo con la muerte de Ulises Montero a despedir el año en la gala de Nochevieja, ya convertidos en números uno, en solo doce meses
Vivían muy cómodos al calor del amor en un bar de su ciudad, Madrid. Pero los tiempos les empujaron a una fría nave de Arganda, donde la empresa de sonido con la que trabajan en directo tenía su sede. Allí celebraban que su último pelotazo –musical– superaba las 50.000 copias vendidas y que «La sangre de tu tristeza», el primer sencillo extraído del álbum, sonaba en el número uno de Los 40. La cosa marchaba y brindar era demasiado «light» para unos triunfadores de la Movida, así que se pasaban la botella de Reposado Hornitos para beber a morro los 40 grados que subían la temperatura de aquel espacio diáfano. De fondo, sonaban los LP de José Alfredo Jiménez que recién había traído Pito Cubillas, su mánager, de México. Tequila y música se convirtieron en la mezcla perfecta «para entonar el cuerpo y la mente de cara a la inminente gira que se avecinaba». La «tournée» que les iba a cambiar la vida, si es que no lo había hecho ya.
La bomba se llamaba, o iba, «Camino Soria» y el que suscribe Edi Clavo. El batería de Gabinete Caligari aprovecha el 30º aniversario del lanzamiento del disco –octubre de 1987–, aunque ya vayamos a por el 31º, para publicar un libro –con la editorial Contra– que toma el mismo título –y estética– del disco y en el que cuenta el antes, el durante y el después, los entresijos, de «su obra magna», reconoce: «Como canciones quizá ''Cuatro Rosas'' y ''Al calor del amor en un bar'' fueron las mejores, pero, como LP, ésta es la obra más redonda –reeditada ahora por Warner–».
Llevaban desde el 16 de mayo, en el entonces llamado Palacio de los Deportes de Madrid, paseándose por las plazas peninsulares e insulares con los ecos de su anterior disco, «Al calor del amor en un bar», precisamente. «Show» al que habían ido incorporando cositas de lo nuevo durante la veintena de citas firmadas. Aunque no fue hasta diciembre de ese 87 cuando se confirmó la leyenda profetizada en las propias barras y pistas sorianas la tarde-noche de verano que fueron allí a hacer fotos y aprovecharon la ocasión para probarlo. Gabinete Caligari había sacado una canción de la nada de una ciudad que, en principio, ni les iba ni les venía y a la que cantaban cosas como: «Allí me encuentro en la gloria que no sentí jamás». De hecho, primero miraron a Cuenca –que era donde tenían una actuación al día siguiente del «brainstorming»– para, finalmente, dejar que la «mitología literaria» –con Bécquer y Machado a la cabeza– que tenía detrás Soria pesase más en una decisión tomada en la «oficina», el bar, entre solisombras y Cola-Caos (JB con hielo).
Con estos antecedentes, siete días antes de Navidad –y dos después del encierro para pulir detalles en la nave de Arganda– se daba el pistoletazo oficial a la gira «Camino Soria» en Santomera (Murcia). El local, Graffitti, «un espacio suburbial de diversión provinciana como tantos otros», describe el batería, «que no baterista, no me suena bien». Una discoteca en un polígono industrial que firmó el lleno. Recoge el libro: «Un reventón en toda regla para certificar esos augurios de éxito que se habían lanzado desde el éter de las ondas, desde las páginas del papel de estraza o entre cuatricomías satinadas y desde aquellos programas televisivos de transversalidad hortera emitidos en horarios de máxima audiencia».
La Motown más castiza
La Alcudia de Carlet (Alicante), Castellón de la Plana y Barcelona confirmaron que esa mezcla de sonidos de la Motown con lo castizo y de guitarras afiladas con castañuelas arrasaba. El 26 de diciembre, «una de esas ocasiones especiales», tocaba la Disco Neón (Soria), a la que tuvieron que bajar escoltados por la Policía desde el Parador Antonio Machado. «Un baño de masas castellanas en el frío de la noche y al calor del lleno total. Ya no eran los cuatro enterados de aquel disco-pub que nos reconocieron en el mes de agosto, ahora, y tras el bombardeo mediático, el grupo, la canción y hasta el concepto del paisaje analgésico habían calado en aquellos ciudadanos ávidos de modernidad», cuenta Edi Clavo.
No eran los mejores en los escenarios, «nuestra música no daba para mucha improvisación ni elucubraciones». Escenificaban conciertos enlatados, programados y coreografiados de principio a fin, pero llenaban pabellones y vendían toda la estantería. Lo demostraron un concierto más, en Valencia el día 29. Con él se cerraba un año del que 365 días antes pintaban bastos: la cita en el Pachá levantino coincidía con el primer aniversario de la muerte de Ulises Montero (saxo), arrasado por la heroína y homenajeado en «Tócala Uli», y del espectro de un Jaime Urrutia lloroso tras un desamor. Pero terminaron despidiendo 1987 por televisión en la gala de Nochevieja. Era su tiempo, «desde luego, un cambio cualitativo y cuantitativo radical». Acababan de pasar de una discográfica independiente a EMI, «¡la multinacional que llevaba a Bowie y los Beatles!», recuerda hoy con sorpresa.
Pasaron los meses, los conciertos –118 en año y medio–, «bebidas de toda condición y graduación», drogas –«como siempre en el mundo del espectáculo, arriba, abajo y detrás»–, los madrugones, los viajes en «furgo», las madrugadas en vela... y Gabinete Caligari seguía en la brecha. «Single», éxito; LP, triunfo. Pero no todo es eterno y «hasta el 91 o el 92 la carrera fue progresiva». Después, llegó el declive en ventas, «que no en creatividad», puntualiza Clavo. El público se había cansado de Jaime, Ferni y Edi «porque la música pop es volátil y necesita caras nuevas». Intentaron volver al rock más árido, a lo que les ponía, pero el público les pedía «La culpa fue del cha cha cha» (1989), «que fue una especie de broma, de experimento sonoro», se resigna.
Hasta allí les había llevado esa gira triunfal que había cambiado sus vidas. «Un viaje onírico en el que se mostraba el siguiente paso del camino, no ya con destino a Soria, sino como un ejercicio de mezcla perfecta entre la comercialidad y lo auténtico, en el difícil contraste entre el rock and roll macarra y la horterada, en la consecución de un nuevo éxito al que nos debíamos por convicción y por contrato. Un hito definitivo que supondría el principio del fin de Gabinete Caligari, y la culpa no sería exclusivamente nuestra. La culpa fue...», deja en el aire Clavo. Su hasta entonces canción de más éxito marcaba así un cierre que se consumaría en 1999, con Urrutia desmarcado irremediablemente de lo que ya no era un trío. Relación que 19 años después sigue rota y «sin posibilidad de arreglo», asume el autor de «Camino Soria».