Historia

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Grecia y China: ¿los guerreros de Xian son helenos?

La fascinante historia de intercambio de conocimiento y transferencia artística entre la cuna de la cultura europea y Extremo Oriente (China y la India) nos lleva por un viaje de siglos a través de la Ruta de la Seda y las huestes de Alejandro Magno.

En primer lugar, la cabeza de una de las estatuas de Terracota. Al fondo, Pericles, en representación del mundo griego
En primer lugar, la cabeza de una de las estatuas de Terracota. Al fondo, Pericles, en representación del mundo griegolarazon

La fascinante historia de intercambio de conocimiento y transferencia artística entre la cuna de la cultura europea y Extremo Oriente (China y la India) nos lleva por un viaje de siglos a través de la Ruta de la Seda y las huestes de Alejandro Magno.

No hay en la modernidad una recreación más atractiva de la influencia griega en el mundo oriental que la película de John Houston «El hombre que pudo reinar» (1975, «The man who would be king»), con Sean Connery y Michael Caine, basada en el relato homónimo que escribió en 1888 el inolvidable Rudyard Kipling. En lo que aparentemente es la historia de dos oportunistas, se evoca de forma magnífica la sutil pero indeleble permanencia del mundo griego antiguo en Oriente a través de los descendientes de los soldados de Alejandro Magno. Sus hombres, como es sabido, llegaron a las estribaciones de la India, más allá del Hindu Kush y el actual Afganistán, ya lindando con el Punjab, y al río Jhelum, afluente del Indo. La gesta histórica que protagonizó el monarca macedonio al extender los horizontes del mundo griego en latitudes jamás antes soñadas, revolucionando así la geografía histórica y mítica de la antigüedad, sigue siendo uno de los episodios más fascinantes de la historia universal.

Asia menor

Después de las increíbles campañas que le llevaron a subyugar el poder persa y que acabaron truncadas a una edad temprana en Babilonia, los sucesores de Alejandro Magno se repartieron su imperio al no ser capaces de encontrar un liderazgo unido que mantuviera el sueño universal del monarca de mirada bicolor. Es fama que los reinos más perdurables que fundaron los diádocos fueron las monarquías helenísticas de Egipto y de Asia Menor, regidas respectivamente por las dinastías de los Ptolomeos y los Seléucidas. Pero también en el Lejano Oriente existió un reino grecobactriano que supone una de las pervivencias mas sugerentes de la cultura clásica. De hecho, cabe recordar la preferencia de Alejandro por el mundo indoiranio, como prueba su matrimonio con la princesa bactriana Roxana. El reino grecobactriano tuvo una vida de un par de siglos en los que brilló la cultura griega en aquellas latitudes y hoy se considera que sus influencias pudieron ser mucho más profundas de lo que hasta ahora se pensaba.

Todo comenzó cuando Diodoto, sátrapa de Bactria, se independizó del reino seléucida en torno a 250 a.C. proclamándose basileus de un territorio de legendarias riquezas. Bajo la égida de los reyes grecobactrianos, el área de influencia griega creció hacia el oriente más allá de lo que hubiera soñado Alejandro. Cuando, en 247 a.C., los Ptolomeos tomaron la capital seléucida, Antioquía, los lazos con los seléucidas fueron debilitándose mientras la ruta comercial con Egipto se intensificaba. Otro tanto ocurrió con Diodoto II, que combatió a Seleuco II, hasta que el reino cambió de dinastía con la subida al trono de Eutidemo que tuvo que enfrentarse al seléucida Antíoco III. Finalmente, el reino grecobactriano logró el reconocimiento de su independencia por los seléucidas. Eutidemo, además, extendió el reino hasta Sogdiana y Fergana, más allá de la última Alejandría, la Alejandría Eschate, fundada por Alejandro.

El contacto con el subcontinente indio fue muy fluido y no carente de conflictos durante la época el Imperio maurya (320-185 a.C.), el primer imperio unificado de la India. Como hitos culturales, que subyacen a las continuas embajadas y conexiones tanto con los seléucidas como con los grecobactrianos, cabe citar la presencia de misioneros budistas en tierra grecohablante y las influencias filosóficas mutuas, como prueba el interés griego por los brahmanes. Obviamente este es un tema riquísimo, y de más antiguas raíces, ya en el mundo presocrático, que no puede ser abordado aquí razonablemente. El hijo de Eutidemo, Demetrio I (c. 200–180 BC), invadió el subcontinente indio tras la caída del Imperio maurya y seguramente llegó a la capital Pataliputra (actual Patna). El resultado de estas campañas, continuadas por su sucesor Menandro I, fue el establecimiento de un reino indogriego en el noroeste de la India que se extiende desde 175 a.C. al año 10 de nuestra era, en un ambiente de gran eclecticismo cultural. Sin embargo, el reino grecobactriano cambió de manos con la usurpación de Eucrátides, un general de Demetrio, e inició hostilidades entre los dos estados helénicos del lejano oriente. Eucrátides llegó a gobernar un extenso territorio hasta el actual Punjab, aunque al fin fue derrotado por Menandro I.

8.000 esculturas

De época de los Diodotos datan, seguramente, los contactos con el Imperio chino de la dinastía Han, pues parece que Eutidemo mandó enviados a Xinjiang y, según Estrabón, llevó su influencia hasta la mítica Serica, el «país de la seda», es decir, China (para los griegos, los chinos eran los «seres», en un derivado de la palabra que designa la seda). En esta época se fechan también los hallazgos de monedas y obras de arte griegas en los límites del imperio chino. Tradicionalmente autores como Rostovtzeff han postulado la posible influencia de los modelos helenísticos en las transformaciones del arte chino, pues habrían entrado en el país oriental como resultado de las embajadas comerciales y del contacto frecuente con el reino grecobactriano, una suerte de estado mediador entre el Oriente chino y el Occidente de habla griega. La Ruta de la Seda, una calzada económica pero también de tránsito cultural imprescindible para entender la historia universal, fue sin duda la vía de transmisión que benefició la posición mediadora de este reino. Pero no sólo en la época Han, sino incluso más atrás en el tiempo. Se ha sugerido que los famosos 8.000 guerreros de Terracota de Xian, de la dinastía Qin y de su primer emperador Qin Shi Huang, pudieron haber sido inspirados por modelos griegos cuando no directamente ejecutados bajo el magisterio de escultores griegos, habida cuenta del cambio artístico que supuso representar estaturas de tamaño real. Si esto ha sido una interesante teoría hasta ahora, el reciente hallazgo de ADN mitocondrial en yacimientos de la provincia de Xinjiang ha revelado el asentamiento en China de europeos durante la época del primer emperador e incluso antes.

De los conflictos que tuvieron los grecobactrianos con diversos pueblos, los más graves fueron con los partos, cuyo rey Mitrídates I derrotó a Eucrátides, lo que llevó a una alianza con los seléucidas para hacerles frente. También tuvieron que vérselas con las invasiones nómadas de pueblos indoeuropeos como los escitas o los yuezhi. Fueron estos quienes derrocaron al fin a los monarcas griegos, aunque ellos mismos se helenizaron en cierto grado, adaptando por ejemplo la escritura o la acuñación de moneda. Estrabón y otras fuentes describen que estos y otros nómadas «privaron a los griegos de Bactriana»: su último rey, Heliocles I, se refugió en el valle de Kabul y más adelante se integraría en el dominio del Reino indogriego. Los reyes indogriegos mantendrían aun su dominio hasta la primera década de nuestra era. El legado griego en el lejano oriente, como vemos en las investigaciones de los guerreros de terracota, tuvo enormes implicaciones. Ese es el trasfondo de la fascinante narración de Kipling mencionada al principio y que evoca esa legendaria herencia.