Gutiérrez Díez, contra el abandono
«A través de la añoranza» es la exposición que la pintora acaba de inaugurar en el Espacio Cibeles de Madrid
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«A través de la añoranza» es la exposición que la pintora acaba de inaugurar en el Espacio Cibeles de Madrid.
Una verja, una casa, una fuente... «A través de la añoranza» es el evocador título que Carmen Gutiérrez Díez (Madrid, 1952) ha entresacado de unos versos de Rilke para presentar su última exposición en Madrid. Una muestra de 20 cuadros y otras tantas fotografías con dibujos para plasmar una serie de lugares únicos, derruidos, perdidos en el tiempo, que estará en Espacio Cibeles, Palacio de Correos, hasta el 31 de enero. «Todo partió de un lugar que me impactó, me enamoró, el balneario de Valdeganga, Cuenca», explica la pintora. «La fotografía es una arma que uso y he trabajado con ella porque me vale mucho para mi pintura. Me fui a ese balneario, una ruina absoluta que me fascinó. Estos lugares me impresionan porque me imagino qué pudo haber ocurrido allí, los personajes que albergó, retales de recuerdos...». De ahí el título, «A través de la añoranza»: «Una frase que me encanta y con la que me sentía muy identificada por el momento personal que estaba pasando», afirma, y que reflejaba la esencia de esta exposición que muestra su actual momento vital y pictórico. «Hice los dibujos a lápiz y los incorporé a las fotos como trabajo final y decidí continuar. He tardado, más de tres años, pero ya está», apostilla.
Un blanco horrible
Sobre fondos casi abstractos, Gutiérrez Díez añade pequeñas imágenes reales, «puntos figurativos, porque no puedo romper a la abstracción total. El blanco me horroriza, hago una abstracción de colores, los trabajo, y encima remato con esos puntos de realismo». Los motivos de su pintura a menudo tienen que ver con sus numerosos viajes, eso la llena de vida y color. En esta ocasión ha recurrido a lugares cercanos derruidos, desolados, a motivos arquitectónicos con objetos y figuras que evocan a la memoria y a la imaginación de vidas pasadas. «Son vivencias de los lugares que visito, me da igual que sean en la esquina o lejos, de repente me sobrecoge algo y no puedo evitarlo, se me van los ojos a puntos, una ventana rota, un edificio abandonado... que me dicen algo, que parecen que me están llamando, que invitan a entrar en ellos, observarlos, descubrirlos».
Un rasgo característico de la pintura de Gutiérrez Díez es el color, «le doy mucha importancia, me gustan tanto la exageración como los grises. Aquí he vuelto al gris de hace años, he tenido tiempo de entonarlo con la idea de foto que, al tratarla, bajaba casi al blanco y negro. Pero estos sitios son así –explica–, no se puede meter mucho color, la misma luz me lo daba porque fue en invierno, había niebla, resol, y el propio frío me llevaba a esos colores que denotan un tono muy poético, casi onírico». Martínez Izquierdo habla en el catálogo de «colores que parecen perdidos y de magia». «No sé si magia –dice–, pero quizá encanto, nostalgia, ternura, poesía... Al menos, es lo que siento ante estos sitios que me transmiten hermosura y que al entrar en ellos me parece estar viviendo lo que fue en su esplendor», concluye.