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«Tirano y zafio»: las otras caras de Federico el Grande

José Ignacio Ruiz Rodríguez revisita la historia más oculta del «monarca absoluto del despotismo ilustrado»
La Razón
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El aposo fue construido en sus días. Terminada la primera guerra de Silesia, mientras entraba en Berlín, sus gentes, entremezcladas con el público –tan entusiasta en estos festivales políticos–, le aclamaban al grito de «¡Viva Federico el Grande («der Grosse»). Y así pasó a la Historia. Por ello y por otras muchas cosas más, claro: por un lado, existen causas historiográficas, de reivindicación desde el propio siglo XIX y sus escritores germanohablantes de la grandeza pasada, que encontró en la expansión de Prusia la encarnación de ese glorioso pasado gracias al cual se habían demolido las viejas monarquías y se habían sentado las bases que conducirían hacia los estados nacionales modernos (Prusia encabezaba la unificación alemana gracias a la preponderancia adquirida sobre los demás territorios germánicos desde tiempos de Federico II). Esa admiración dio alas al pangermanismo y a la supremacía nazi hitleriana. En segundo lugar, porque el mito «Federico II» fue explícitamente utilizado por Napoleón, que manifestó su admiración por ese rey, gran genio militar. En tercer lugar, se dio la circunstancia de que también en el siglo XIX las comparaciones entre Federico Guillermo I, padre de Federico II, y este resultaron siempre favorables al hijo, por cuanto el fanatismo del primero (verdadero, construido o exagerado) no dejó un hueco para mostrar admiración por él..., a los ojos de aquella historiografía.
Fijados, pues, los principios de la construcción del mito, cabe preguntarse: ¿no había nada de verdad y todo fue importado? A decir verdad, Federico II tuvo una personalidad muy definida, una capacidad de trabajo que solo los grandes reyes poseen, fue un rey ilustrado en el sentido de su participación y deleite con la escritura y la música, y en fin ciertamente colocó a Prusia en Europa. Esa es la imagen triunfal que de él dejó la historiografía romántica y que ha pervivido. Sin embargo, nuestro autor va más allá y se cuestiona todas esas alabanzas: «Psíquicamente complicado», «tirano», «megalómano», «hombre odioso y zafio»... así como patológicamente desconfiado, narcisista y vanidoso, menospreciador de la gente vulgar (¡y de todo lo polaco!) y gran admirador de la cultura francesa. Queda por responder la pregunta clave: cuando anheló y luchó por grandezas, ¿buscó el alimento de su ego, o el del bien público? En lo político, más que un gran creador, fue un continuador de los diseños de sus predecesores –de los Hohenzollern–, en especial de su padre. Su éxito radica en su habilidad para darse cuenta del nuevo mundo en el que le tocó vivir y adaptar los cambios iniciados, a sus tiempos modernos. Esto se puede constatar fundamentalmente en el diseño innovador de un ejército fuerte cuyas bases había echado su propio padre, el Rey Sargento.
Desde un punto de vista descriptivo, el libro, Federico II y la Prusia del siglo XVIII (Síntesis), no es una biografía, sino un texto de historia del despotismo ilustrado prusiano. El lector encontrará cómo la casa de Hohenzollern logró el título de «Rey en Prusia», convirtiendo un ducado elector imperial en reino. Rey en Prusia para que no hubiera ambiciones de serlo de Prusia, enormemente fragmentada por territorios polacos y extraimperiales. Si alguien ambicionara ser «Rey de Prusia», alteraría el tablero frágilmente estable de aquella parte de Europa. Como así ocurrió y de lo que trata este libro. Lo lograron gracias a un potentísimo ejército y a una administración al servicio de la nueva monarquía y no delas fragmentaciones postfeudales. Ambos pilares se usaron exitosamente en las políticas interior y exterior (sorprendente, desde luego, por sus ambiciones expansionistas o de presencia entre las grandes potencias europeas, nuevas o de viejo cuño). De igual modo y manera que el apoyo a una nueva cultura secularizada que se imponía sobre la religiosa, hasta el punto de dar apoyo a la masonería, pero fue más allá de lo meramente anecdótico pues en su reinado se cimentan las nuevas ciencias y pensamientos germánicos que florecerán impresionantemente a lo largo del XIX. No obstante lo cual, su francofilia le llevó a admirar todo lo que llegaba desde Francia…, despreciando vomitivamente lo germánico, tanto la lengua, como sus cultivadores, bien fueran Goethe o Schiller.
Hay páginas dedicadas, naturalmente a los acontecimientos vividos por Federico II, y merece la pena destacar lo que Ruiz Rodríguez dedica a la educación del muchacho, con unos métodos que le resultaron tan odiosos que huyó, literalmente huyó, de su padre, aunque este hecho tuvo después trágicas consecuencias. Además de las que se ejecutaron en su ayudad de cámara, probablemente sus rasgos psicóticos tan deleznables procedieran de la severidad con que su padre quiso educarlo. Rasgos de la personalidad que aplicó y de qué manera tan ¿monstruosa? En Silesia, Polonia y por donde pasaron sus decisiones. Era un individuo con una imagen ilustrada, que actuaba con una frialdad obsesiva.
La muerte de Federico II, o por mejor decir, el regocijo que causó su muerte, así como el incumplimiento de sus mandas sobre su propio sepelio, dejan bien a las claras lo «amado» que fue el rey Grande, el viejo Fritz, aquel rey que hizo de Prusia y de los prusianos sus dominios en la tierra, sus dominios pues él era el mesías de ellos.
Cierran el libro veinte textos políticos y filosóficos de Federico II, que son una exquisita selección para rubricar los contenidos de este estudio. Proceden de una obra de Jaime Villa-López, publicada en la Imprenta Real en Madrid, en 1785, con el fin de glorificar al rey prusiano. Una cronología y una bibliografía selecta (que podemos sumar a los mapas y tablas estadísticas intercalados en el libro) sirven para invitar al lector a recapacitar sobre lo leído, o para profundizar en sus inquietudes. Te invito, cordial y respetuosamente a que leas esta historia de Federico II, el «tirano» que fue «monarca absoluto del despotismo ilustrado».
  • «Federico II y la Prusia del siglo XVIII» (Síntesis), de José Ignacio Ruiz Rodríguez, 244 páginas, 24,50 euros.

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