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Federico el Grande: el mito psicópata

El historiador José Ignacio Ruiz Rodríguez descubre a una figura y una época rodeadas de «un desconocimiento cósmico», asegura
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Cicerón decía que la historia era la maestra de la vida. «¿Cree que los que hoy pilotan el Estado, si tuvieran el más mínimo conocimiento histórico, harían lo que están haciendo?». Quien lanza esta pregunta a LA RAZÓN es José Ignacio Ruiz Rodríguez, catedrático en Historia Moderna por la Universidad Autónoma de Madrid: «Desconocen los fundamentos del Estado, de las instituciones y su dinámica histórica, no saben ni de sus fortalezas ni de sus debilidades, por eso hoy carecemos de hombres de Estado». Reclama la educación histórica y, por ello, publica ahora «Federico II y la Prusia del siglo XVIII» (Síntesis), una obra que aborda una figura y una época rodeadas de «un desconocimiento cósmico».
Federico II o El Grande «siempre ha sido un personaje atractivo por su simbolismo como paradigma de la Ilustración y del despotismo ilustrado», continúa el autor, «no son pocos quienes consideran que sentó las bases del levantamiento del Estado alemán». No obstante, es su propia figura lo que le otorga una importancia clave para el amante de la Historia: «Su personalidad fue incuestionable y su vida, sin duda, singular», relata Ruiz, «de niño era maltratado por su padre, huyó siendo príncipe heredero, fue obligado a presenciar la ejecución de su más íntimo amigo, era de dudosa sexualidad, pues se casó por decisión paterna con la princesa Isabel Cristina de Brunswick, con quien nunca yació y casi no la volvió a ver tras la ceremonia. Y fue un hombre de una enorme cultura, artista, músico, aunque murió solo y sin que se respetara su voluntad».

Odioso y zafio

Admite el experto que a Federico II de Prusia se le ha sobrevalorado como hombre de Estado: «Jugó el papel necesario de mito fundante, propio del romanticismo germánico. Es cierto que Prusia y el patrimonio dinástico de la Casa Hohenzollern nucleó una monarquía que llegaría a alumbrar ese Estado Nacional del que se dotó el carácter imperial de Guillermo II». Sin embargo, «en ese proceso no fueron menos importantes su bisabuelo el Gran Elector, su abuelo Federico I de Prusia y su padre Federico Guillermo I, el Rey Sargento». De ahí que en el libro reivindica no solo la figura de El Grande, sino también la de todos ellos.
«No se puede escribir sin documentarse», afirma el escritor, por lo que para dar forma a este libro «he utilizado fundamentalmente, además de lo que ya conocía, la bibliografía existente y documentos editados». Todo ello, desde una perspectiva crítica, tal y como se comprueba en la imagen de Federico II que muestra el volumen: «No sería exagerado decir que fue un psicópata. Un hombre contradictorio, psíquicamente inestable y, más que un autócrata, era un tirano y un megalómano con ansias ilimitadas de gloria», explica Ruiz. Y, por si fuera poco, «era odioso y zafio, el estudio de su figura me ha permitido calificarlo de vanidoso, narcisista, obsesivo, misógino y, sobre todo, lo que se imponía era su pasión por la gloria». Un afán de poder que se aprecia con tan solo conocer el nombre autoimpuesto de Federico el Grande.
Aunque no todo en la obra estriba en destapar estos aspectos, pues «lo primero que he intentado ha sido explicar que en la Prusia del siglo XVIII no todo fue el resultado de la acción política de Federico II». Destaca de este periodo «el espíritu reformador y la voluntad política de los Hohenzollern por construir un Estado Moderno centralizado». Una historia que hoy, «que nos hallamos en una crisis de los valores que alumbró aquel movimiento ilustrado, nos hace entender mejor lo que nos pasa. Hoy, que asistimos a una crisis del Estado, si conociéramos bien su genealogía y evolución podríamos detectar mejor la etiología de sus males y, así, continuar».