La Gloriosa de 1868, la revolución que no obró el milagro, pero que sí remontó la economía
Del 19 al 28 de septiembre se conmemora la sublevación militar que puso fin al reinado de Isabel II
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Del 19 al 28 de septiembre celebramos que en el 1868 se puso en marcha la Gloriosa, una sublevación militar que puso fin al reinado de Isabel II. Los impulsores fueron el Partido Progresista, el democrático y la Unión Liberal. Sus impulsores Juan Prim, Francisco Serrano y Juan Bautista Topete. Aquel periodo trajo consigo el reinado de Amadeo de Saboya, la I República, la III Guerra Carlista y la Restauración con Alfonso XIII. Los impulsores de la Gloriosa querían crear en España un nuevo sistema de gobierno, pero fracasaron. Ahora bien, ¿cómo se llegó a la revolución de 1868?
Durante la segunda Década Moderada volvieron aquellos políticos que fueron perseguidos durante el Bienio Progresista. Desde 1856 a 1868, la política española se subdividió en tres períodos que, a pesar de la diferenciación inicial de ideas, acabaron formando un único ideario político, sustituyéndose mutuamente hasta la caída de la monarquía isabelina.
La etapa moderada se inició el 12 de octubre de 1856 y finalizó el 30 de junio de 1858. El primer jefe del ejecutivo fue Ramón María Narváez. Permaneció en el cargo hasta el 15 de octubre de 1857. Lo sustituyeron Francisco Armero, hasta el 14 de enero de 1858, y Francisco Javier de Istúriz, hasta junio.
El momento de la Unión Liberal se caracterizó por la larga jefatura de gobierno de Leopoldo O’Donnell. Se inició el 30 de junio de 1858 y finalizó el 2 de marzo de 1863. Al acabar la presidencia de O’Donnell, se abrió una etapa de gobiernos breves. El primero lo presidió el Marqués de Miraflores, desde el 2 de marzo de 1863 al 17 de enero de 1864. Le siguió el de José de Sierra Cárdenas, hasta el 17 de enero de 1864; el de Lorenzo Arrazola, hasta el 1 de marzo de 1864; y el de Alejandro Mon, hasta el 16 de septiembre de 1864.
La última etapa tuvo como desencadenante la revolución de septiembre de 1868 y el final de la monarquía isabelina. Se inició el 16 de septiembre de 1864 y finalizó el 30 de septiembre de 1868. El primer jefe del ejecutivo fue Ramón María Narváez, hasta el 21 de junio de 1865. Lo sustituyó Leopoldo O’Donnell, hasta el 10 de julio de 1866; Narváez, hasta el 23 de abril de 1868; Luís González Bravo, hasta el 19 de septiembre de 1868; y José Gutiérrez de la Concha, hasta el 30 de septiembre de 1868.
Al llegar Narváez al poder, 1856, decretó la suspensión de la Ley de Desamortización establecida por los progresistas y anuló las disposiciones establecidas por Espartero que sometían a secretos los bienes de la reina madre. Se volvió a suprimir la Milicia Nacional y se restableció la Constitución de 1845. De nuevo volvieron a la vida pública todos los políticos moderados que, como consecuencia del levantamiento y posterior pronunciamiento, habían permanecido escondidos o exiliados. La inestabilidad política todavía era un hecho. Por este motivo Narváez fue sustituido, al cabo de un año, por un oficial de la marina ya retirado, Francisco Armero y, poco después, la reina eligió a Istúriz.
Con Leopoldo O’Donnell las expectativas económicas eran realmente buenas. Recordemos que nos encontramos en un período que ha quedado inscrito como la fiebre del oro, que duró hasta la crisis de 1886. Debemos mencionar la crisis de 1866, que fue muy perjudicial para los moderados-liberales, pues provocó el declive de las instituciones establecidas en 1833. No obstante, O’Donnell estaba esperanzado. Creía que el bienestar económico y la guerra con Marruecos devolvería al espíritu de los españoles aquel aliento de patriotismo, perdido desde hacía tiempo y todo volvería a la tan deseada normalidad, es decir, el país se uniría y lucharía para reconstruir y crear un nuevo estado. La guerra con Marruecos, a pesar del entusiasmo inicial, no consiguió la tan deseada unión entre los españoles. Se ha de destacar, con referencia a la política interior española, que el gobierno de la Unión Liberal y los moderados, ampliaron las bases electorales; reforzaron la Administración Pública; e incrementaron las obras públicas con el fin de dotar al país de una mayor modernidad. En Historia de España escribe Manuel Truñón de Lara: “La fragilidad de la monarquía isabelina era cada vez mayor y la sociedad opulenta perdía sus oropeles, para dejar ver la desnuda realidad: una sociedad regida por una limitada oligarquía, con evidentes desigualdades y atrasos técnico-económicos; con un estado liberal burgués (con la menor dosis posible de esos dos atributos) de muy defectuoso funcionamiento y con una sociedad civil cuyas manifestaciones reflejaban notoria inmadurez”.
A partir de ese momento, y hasta el destronamiento de Isabel II, la vida política española se vio inmersa en una política vulgar y mediocre, agradada por la crisis económica de 1866, la entrada en acción del general Prim y la muerte de O’Donnell y Narváez.
Al finalizar la crisis de 1854, España se encontró inmersa en una euforia económica que duraría cerca de treinta años. En Cataluña se le llama la fiebre del oro. En aquellos años los industriales se hicieron ricos, las inversiones crecieron como nunca antes lo habían hecho y el dinero circuló en abundancia. Los fabricantes textiles se enriquecieron en doce años, desde 1854 a 1866.
Nada hacía pensar en la quiebra de todo el sistema económico. La causa estuvo motivada por la guerra de Secesión norteamericana. Las importaciones de algodón retrocedieron y se resintió la economía mundial. La bolsa no pudo resistir mucho tiempo aquella crítica situación y se produjo el crac de 1866. Los valores ferroviarios se desplomaron y, al año siguiente, se produjo una crisis de subsistencia, como consecuencia del sector agrícola, que sufrió una muy mala cosecha.
En el año 1868 se volvieron a repetir los mismos hechos. El pueblo sufrió: hambre, paro y miseria. La clase burguesa sufrió tanto o más que el pueblo, al sufrir el hundimiento de las cotizaciones bursátiles, la crisis de los valores ferroviarios, los bajos precios agrarios para la exportación y el crac bancario. En resumen, la economía española estaba en ruinas. La revolución de 1868 no ofreció milagros pero, consiguió remontar la economía y le dio una cierta estabilidad que duró veinte años.
La Gloriosa fue el mal menor, que de poco sirvió teniendo en cuenta los ideales por los que se levantaron Prim y Serrano. Esto ya lo tuvo claro el último cuando exclamó: “¡Encontrar a un rey democrático en Europa es tan difícil como encontrar un ateo en el cielo!”. Con la llegada de Alfonso XII las cosas no fueron a mejor, pero esto es otra historia.