María Amalia de Sajonia, la reina efímera
Está lejos del imaginario popular, pero su figura, entre otras, logró popularizar en España tradiciones como la del Belén de Navidad
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Esposa de Carlos III, María Amalia reinó nada más que un año en España. Sin embargo, su presencia es relevante incluso hoy en día, pues gracias a ella se logró popularizar en España tradiciones como la del Belén de Navidad. Nacida en 1724, a los doce años fue acordado su matrimonio con el rey de Nápoles y Sicilia, Carlos (futuro Carlos III de España). Ella, al ser hija del elector de Sajonia, que gracias a su victoria en la guerra de sucesión polaca pasará a ser rey de Polonia, partió de Dresde, capital de Sajonia, rumbo a Nápoles. En su viaje, atravesando Austria e Italia, fue recibida allí por donde pasaba de la manera más apropiada posible. Los que la conocían tan solo contaban delicias sobre la joven, lo que animaba a Carlos, que tenía muchas ganas de verla y así se lo hacía saber en su correspondencia. Junto con María Amalia viajaba su hermano Federico Cristián, quien tenía una enfermedad que le atrofiaba las piernas y no le permitía caminar. Se desplazó hasta Italia al lado de ella para poder tomar unos baños (algo bastante común en la época), que los médicos creían que le haría mejorar o al menos aliviar su padecimiento.
Al conocer Carlos a María Amalia se enamoró totalmente de ella: le gustaba su personalidad, su belleza y, además, ¡era una buena cazadora! El complemento perfecto para este monarca. En definitiva, encontró en ella la compañera que necesitaba, pues Carlos se había sentido algo solo desde que partió de España. Por otro lado, María Amalia, a pesar de enamorarse del espíritu de su marido, no le sucedió lo mismo con su aspecto: en un primer momento la enorme nariz de Carlos le impresionó desfavorablemente, aunque años más tarde dirá que se sentía agradecida a sí misma por no dejarse llevar por aquellas tonterías. Así pasaron los años de María Amalia y Carlos, en una armonía conyugal en la que, a pesar de que se amaban profundamente, no les faltaron disgustos. Para empezar, un tiempo después de conocerse, María Amalia cayó enferma de viruelas, la enfermedad más mortífera del siglo XVIII, aunque en este caso la pudo superar. Y es que, afortunadamente, a principios del siglo siguiente tuvo lugar la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, auspiciada por el hijo de María Amalia, el futuro Carlos IV de España.
Catorce hijos
Ella, que junto a su marido tuvo catorce hijos, debió vivir la desgracia de ver morir a la mitad de ellos, lo que naturalmente le supuso un terrible golpe pues era muy maternal, según contó su marido. Se encargaba de la educación de los niños de manera personal, algo bastante inusual entonces, y se centraba en que estos fueran futuros príncipes de vida virtuosa. Siguiendo la doctrina católica, el ejemplo era la manera primordial con la que estos padres enseñaban a sus hijos. Gracias a María Amalia, siendo reina de Nápoles y Sicilia, se produjo un descubrimiento asombroso: las antiguas ciudades romanas de Herculano y Pompeya. En realidad, antes de que su marido fuera rey, un noble austriaco ya había descubierto algunos restos de Herculano. Sin embargo, debido a la insistencia de María Amalia en continuar las obras, pues estaban detenidas, se logró realizar uno de los mayores hallazgos arqueológicos de todos los tiempos.
En 1759 muere Fernando VI de España, quien era hermanastro de Carlos, el marido de María Amalia. Al fallecer sin descendencia, Carlos debió partir aquel mismo año del puerto de Nápoles junto con la mayoría de su familia rumbo a España para ser su nuevo monarca. Digo, junto con la mayoría de su familia puesto que el matrimonio tuvo en primer lugar a un varón que tenía alguna enfermedad que le incapacitaba mentalmente para reinar y, en segundo, a su hijo Fernando se le dejó en Nápoles para ser rey. Su madre tendrá una atención especial hacia ellos, ya que le dolió tener que abandonarlos.
Si somos sinceros, la verdad es que a María Amalia no le gustó mucho España. Ella soñaba con retornar a su querido Nápoles. No le apasionaban ni el clima, ni la comida, ni mucho menos su suegra, Isabel de Farnesio, aunque tampoco la debería sufrir mucho, puesto que María Amalia morirá al año de llegar. Su marido, el rey Carlos, dijo tras fallecer que este era el primer disgusto serio que le causaba.