Patrimonio Nacional

El misterio de los globos terráqueos de El Escorial de los que no se sabe (casi) nada

La Real Biblioteca del Monasterio ya luce impolutas las esferas del siglo XVII que acaban de ser intervenidas por los restauradores de Patrimonio Nacional

Restaurandores de patrimonio nacional realizan una intervención en unas esferas de los globos terráqueos que están ubicadas en la biblioteca del Monasterio de El Escorial. © Alberto R. Roldán / Diario La Razón. 20 02 2024
Rubén Sánchez trabajando en el globo terráqueo de la Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial Alberto R. RoldánFotógrafos

«Intervención», que «no restauración». Las palabras importan y Teresa Martín González lo sabe. La restauradora apuntala los términos antes de empezar a contar su enésimo trabajo en Patrimonio Nacional. En esta ocasión, su oficina es un «privilegio», reconoce quien lleva más de treinta años con estos menesteres. «Esto es un lujo, igual que lo es trabajar en el Palacio de Riofrío y poder mirar por la ventana y ver todos aquellos montes».

El viaje de hoy ha sido algo más corto, aunque Riofrío, en Segovia, no dista mucho de estas tierras. Cincuenta minutos separan el Taller de Libros y Documentos (en el Palacio Real) del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Es lunes y la Real Biblioteca, como el resto de los aposentos, está cerrada al público. Martín y su compañero Rubén Sánchez Romero tienen la sala entera para ellos. Hace frío en el interior y dan buena fe de ello: «Vamos forrados porque si no no entramos en calor en todo el día».

Si nos alejamos, se ven dos batas blancas en mitad de un escenario que podría ser el de un crimen o el de un plató de televisión. Todo permanece a oscuras... salvo dos piezas escoltadas por las Cantigas de Santa María, la Relación de Michoacán, la Vida de Santa Teresa de Jesús, el Capitulario... En una sala que de costumbre es imponente, ahora, la atención solo es para dos esferas. Unos focos blancos las iluminan por completo. Son globos, uno terráqueo y otro celeste; y como dos satélites, Martín y Sánchez se mueven a su alrededor mientras trastean con sus pinceles, pinzas, papeles, plegadores de teflón «que no deja brillos», jeringuillas con adhesivo... «Es nuestro mini kit de herramientas de restauración». Miran con distancia, se acercan, tocan, retocan, prueban, vuelven a mirar.

Ni José Luis del Valle, el hombre que más sabe del Salón Principal, conoce la historia de las piezas

Rodeados de miles de libros y bajo el cielo de las siete Artes Liberales (Trivium: Gramática, Retórica y Dialéctica; y Quatrivium: Aritmética, Música, Geometría y Astrología) se encuentran estos mellizos sobre los que no suele reparar un visitante abrumado por los frescos y las estanterías/vitrinas. Llevan años en la Real Biblioteca, pero quizá, si de esferas hablamos, todo el protagonismo es para la Armilar, que no solo se aprovecha de su situación, es quien recibe en la entrada, también gana en dimensiones a sus «hermanas»: «Una de las piezas más conocidas del Salón Principal», escribe Patrimonio sobre esta representación del sistema solar según las teorías de Ptolomeo. Su fin era el de estudiar los movimientos de los astros y fue construida por Antonio Santucci, en Florencia (hacia 1582), para el cardenal Fernando de Medici, quien, en el mismo año, la envió como presente diplomático a Felipe II. El instinto del monarca le hizo, en principio, colocarla en sus aposentos del Alcázar de Madrid, pero terminó enviándola al Monasterio, donde aparece formando parte del mobiliario de la Biblioteca a partir de 1593.

Teresa Martín González lleva más de 30 años en el Taller de Libros y Documentos de Patrimonio Nacional
Teresa Martín González lleva más de 30 años en el Taller de Libros y Documentos de Patrimonio NacionalAlberto R. Roldán

Pero esa es otra historia. El protagonismo en febrero de 2024 es para las dos esferas que el Taller de Libros y Documentos acaba de intervenir, que no restaurar: «Eso se hizo hace 30 años, cuando se desmontaron», puntualiza Martín. Dos piezas, por otra parte, de las que poco se sabe. Ni siquiera el director de la Real Biblioteca, José Luis del Valle, tiene demasiada información. «Me vais a suspender», ríe un tipo que sacaría «matrícula de honor en cualquiera de las otras piezas del Salón». Le da hasta vergüenza soltar las apenas «cuatro cosas» que se saben. «Podría preguntar a la conservadora, pero le aseguro que sabe tanto como yo».

¿Y qué es eso que sabemos? Que son dos esferas del siglo XVII de unos 110 centímetros de alto y los 90 de diámetro. «Son piezas que solían ir de dos en dos, pero no podemos certificar que sea el caso». Existen datos más precisos de la celeste, atribuida a Tycho Brahe y Willem Blaeu y datada entre 1645 y 1648. «En ella están representadas las constelaciones con dibujos de animales y personajes. En el ecuador, un anillo con los meses del año y los signos del zodiaco. Se apoya en un círculo meridiano de latón y descansa en un pie circular con cinco patas helicoidales», lee Del Valle. Su técnica, «dibujo coloreado y torneado»; sus materiales, «yeso, papel maché, latón y madera de roble».

La terrestre, a unos diez metros de la otra, también cuenta con un anillo meridional y del horizonte en el que se representan los signos del zodiaco y los meses del año; y sus cinco patas helicoidales se apoyan en bolas, al igual que la celeste. «Grabado, coloreado y torneado» –continúa–, vuelven a ser las técnicas empleadas, y los elementos de construcción se mantienen. Si bien los deterioros en la esfera terráquea se detallan como «pérdidas de papel en el aro y en la superficie del globo», en la celeste se amplía el trabajo a «huellas de anteriores restauraciones. Papel muy ácido en parte superior del aro y riesgo de saltar, faltas de papel, pérdidas de pigmento en el globo, latón sucio, huellas de detritus de pájaro, parte inferior de una pata de madera con huellas de salpicaduras de líquido».

"Lagunas" del globo terráqueo antes de ser reparadas
"Lagunas" del globo terráqueo antes de ser reparadasAlberto R. Roldán

[[H2:«Nadie nota nada»]]

Es el panorama al que se ha enfrentado ese equipo Martín-Sánchez en cuatro sesiones de trabajo. Eso sí, «intensivas de mañana y tarde». «Básicamente se ha intervenido esta zona», dice Teresa Martín señalando al anillo del globo terráqueo, «aunque también hay pequeñas zonas que han saltado en el globo». Ellos detectan las «lagunas» en la pieza y, a partir de ahí, comienza su cometido: aplicar un adhesivo para pegar posibles desconchones o cubrir esos espacios con papel japonés. «Una, dos, tres capas. Las que necesite», dice Sánchez mientras coloca una pizca de papel con sus pinzas.

Luego toca la integración cromática, donde la restauradora persigue cada error armada con un pincel y un estuche de acuarelas que juega con los marrones y los ocres: «Parece que lo tienes, empiezas a fijarte y ves una cosa, y otra y otra...». «La mayor dificultad está en la compatibilidad de los elementos que emplearon en la restauración de hace 30 años con los de ahora. No queremos desmontar la pieza porque puede ser contraproducente en muchos casos. Lo importante es ser lo menos invasivo posible», explica Martín.

Ha sido su labor durante los últimos lunes. «Nadie nota nada». Su trabajo debe ser imperceptible al público. Se ruborizan ambos si se les compara con artistas. «No, nosotros no somos eso, pero sí debemos tener una sensibilidad especial para el color o la luz». Rubén insiste en los principios del buen restaurador: que sus intervenciones sean «reversibles» y «compatibles». «Deben poder identificarse, que se vean si te fijas, y a su vez, que esté integrado en el conjunto. A cierta distancia se ve bien, pero al acercarte compruebas que hay un tono más bajo», defiende Sánchez en su papel de notario del paso del tiempo. «Que se sepa lo que es original y lo que no. Se podría falsificar, claro, se podría hacer prácticamente igual, pero no es la idea».

Kit de herramientas de restauración
Kit de herramientas de restauraciónAlberto R. Roldán

Los restauradores trabajan, y a su alrededor, José Luis del Valle mira con extrañeza las esferas. Casi como si nunca hubiera reparado en ellas pese a las décadas que lleva entrando y saliendo del Salón. «Estos elementos científicos vienen muy bien en una biblioteca para estudiar y contrastar las cosas que dicen los libros». En su caso, apunta a la estantería número 15: «Ahí hay un montón de mapas de ciudades y del mundo».

EL MAPA QUE SE QUEDÓ VIEJO EN SU ESTRENO

►Existe una norma muy sencilla para saber si un globo terráqueo es anterior o posterior a la llegada de Colón al Nuevo Mundo: mirar precisamente a este, a América. Todo mapa que no cuente con las costas a las que llegaron los españoles es de antes de que la noticia llegase al Viejo Continente. Y resulta «asombroso», en boca del director de la Real Biblioteca de El Escorial, «el detalle con el que trazaron los litorales», se sorprende al mirar la esfera del siglo XVII. Es este tipo de mapa una herencia que debemos a Martín Behaim (o Martín de Bohemia), cosmógrafo alemán e ilustre de la segunda mitad del XV. A él pertenece el globo terráqueo más antiguo que se conserva, datado justo en 1492. Fue el año en el que dio a conocer un trabajo en el que incluyó, empujado por su amigo Georg Holzschuher, los últimos conocimientos geográficos que para entonces habían adquirido los portugueses. Renunciaba así a las ideas de la cartografía medieval, pero, entre otros fallos (como el cabo de Buena Esperanza), no tardó en quedarse viejo en el momento que Cristóbal Colón cruzó el océano Atlántico.