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La historia rescatada

El día que Durruti desafió a Stalin

Nunca formó parte del culto hacia la figura del líder ruso, le obviaba, y jugó con fuego al rechazar un viaje a Moscú

Buenaventura Durruti archivo

El líder anarquista Buenaventura Durruti tuvo ocasión de desatar la cólera de las autoridades soviéticas y de su policía secreta, la NKVD precursora del KGB, que campaba a sus anchas en la Guerra Civil española. Le bastó con redactar y rubricar de su puño y letra un texto dirigido a los obreros rusos, con motivo del aniversario de la Revolución de Octubre en Moscú.

Lejos de exaltar la figura de Stalin, como hacían entonces los comunistas españoles con el «hombre de acero», Durruti la obviaba por completo, como si no existiese, desafiando así al idolatrado dictador soviético con un «no hay peor desprecio que el silencio».

En la fiesta de la cultura física de 1935, cinco mil pioneros de Moscú inauguraron el desfile con una inscripción hecha de flores naturales, que decía: «Salud al camarada Stalin, el mejor amigo de los pioneros». Los aviones dibujaban en el cielo la palabra «Stalin». Había otro grupo que cerraba la manifestación con un colosal retrato de Stalin. Su nombre era todo un símbolo que designaba también a numerosas ciudades: Stalino, Stalinograd, Stalinsk, Stalinogorsk, Stalinbad, Stalinsi, Staliniri; e incluso fenómenos naturales como Monte Stalin, el pico más alto de la URSS, Bahía Stalin, la Cordillera Stalin... Igual que existían los Laboratorios Químicos Stalin, los dirigentes del partido fueron también homenajeados con la Fábrica de Tejidos Voroshilov, la Fábrica de Vidrio Bujarin o las Fábricas de Papel Zinoviev. Para Serguei Kirov, Stalin era «el más grande hombre de todos los tiempos y de todas las épocas», mientras la Academia comunista proclamaba: «Las dos cimas de la inteligencia humana son Sócrates y Stalin». Semejantes piropos no partían más que de mentes aduladoras. Y Buenaventura Durruti no formaba parte de esa deshonrosa nómina.

Bandera roja

Juzgue si no el lector, a la luz de su manifiesto dirigido al proletariado ruso: «Compañeros: Sirvan estas líneas para mandaros un fraternal saludo desde el frente de Aragón, donde miles de hermanos vuestros luchan, como vosotros luchasteis hace veinte años, por la emancipación de una clase ofendida y humillada durante siglos y siglos. Hace veinte años que los trabajadores rusos izaron en Oriente la bandera roja, símbolo de la fraternidad entre el proletariado internacional, en el cual depositasteis toda vuestra confianza, para que se os ayudara en la magna obra que habíais emprendido; depósito del que supimos todos los trabajadores del mundo hacernos cargo, respondiendo abnegadamente con las posibilidades que el proletariado posee.

«Hoy es en Occidente donde renace una revolución, y ondea también una bandera que representa un ideal, el cual, triunfante, unirá con lazos fraternales a dos pueblos que fueron escarnecidos por el zarismo por un lado y la despótica monarquía por otro. Hoy, trabajadores rusos, somos nosotros los que depositamos en vuestras manos la defensa de nuestra revolución; no confiamos en ningún político sedicente demócrata o antifascista; nosotros confiamos en nuestros hermanos de clase, en los trabajadores; ellos son los que tienen que defender la Revolución española, lo mismo que hicimos nosotros hace veinte años, cuando defendimos la Revolución rusa. Confiad en nosotros; somos trabajadores auténticos, y por nada del mundo abandonaremos nuestros principios, y menos humillaremos la herramienta símbolo de la clase trabajadora. Vuestro camarada: B. Durruti. Frente de Osera, 23 de octubre de 1936».

¿Se dio acaso Stalin por aludido ante esta provocadora frase de Durruti: «No confiamos en ningún político sedicente demócrata o antifascista; nosotros confiamos en nuestros hermanos de clase, en los trabajadores»?

Leyese el manifiesto o no, Stalin debió enterarse de la negativa de Durruti a viajar a Moscú para participar en la celebración del citado aniversario, lo cual representaba ya de por sí un terrible desafío. Durruti jugaba con fuego y corría el grave peligro de quemarse.

El cónsul soviético en Cataluña, Vladimir Antonov-Ovseenko, había comentado a Lluís Companys el gran golpe de efecto que constituiría la presencia de Durruti en la delegación catalana anarquista para conmemorar el aniversario de la Revolución rusa en Moscú. Companys trasmitió luego la propuesta del cónsul soviético al Comité Regional de la CNT, el cual intentó convencer a Durruti para que viajase a la URSS. Pero éste declinó el ofrecimiento con esta contundente respuesta: «Quizá, para la propaganda, convenga a la CNT enviar un delegado en el conjunto de esa delegación colectiva; pero pensar que eso va a dar ocasión de decir al pueblo ruso lo que significa nuestra revolución y sus necesidades, es desconocer la realidad soviética... Pienso, pues, que es un error enviar delegados de la CNT y, desde luego, inútil enviar un delegado de la Columna».

LA VERSIÓN DE PÍO BAROJA

La versión del disparo proveniente de las mismas filas de Buenaventura Durruti que acabó con la vida del líder anarquista, respaldada por el doctor Ansart, llegó a oídos del insigne escritor Pío Baroja, que así la hizo constar en la segunda parte de sus memorias tituladas «Desde la última vuelta del camino». Los detalles no correspondían a lo que en realidad sucedió, pero sí el fondo del asunto, es decir, la bala salida de la bocacha de un miliciano de la propia Columna Durruti:

«La muerte de Durruti fue trágica –escribía el novelista de Vera de Bidasoa–. En la Ciudad Universitaria recibió un tiro en la espalda, disparado por alguno de los que iban en su tropa. La bala entró por la escápula izquierda y le cruzó el cuerpo y se le alojó en el hígado. Se le trasladó al Hotel Ritz, y allí terminó, después de muchas horas de agonía».