Florence Nightingale, la primera enfermera de la historia
Cambió el mundo con sus estudios sobre la higiene en hospitales y fue la fundadora de la Enfermería: su labor inspiró la creación de la Cruz Roja
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Mientras en el extremo oriental de Europa se libra una de las primeras guerras que pueden considerarse modernas, la de Crimea (1853-1856), una mujer está a punto de cambiar el mundo. La noche es cerrada y silenciosa, si omitimos las quejas de los soldados enfermos, prácticamente moribundos. No fallecen tanto por heridas de combate sino por las insalubres condiciones sanitarias en los hospitales de campaña. Una lámpara ilumina la noche, serpenteante, llevando esperanza. Su portadora, Florence Nightingale, llamada «la dama de la lámpara», hace la ronda de noche, inspeccionando a sus pacientes. Será la primera enfermera en hacerlo. Es más, ella fundará esa especialidad sanitaria, sentará las bases de la higiene moderna en los hospitales y contribuirá a salvar a cientos de personas que necesitan cuidados desde sus hogares.
Nightingale (1820-1910), nació en Florencia, capital del Gran Ducado de Toscana, en el núcleo de una familia británica. Por nombre lleva su lugar de nacimiento. Lo impresionante de Florence es que tuvo una educación atípica y avanzada para una época en la que la moral victoriana constreñía a la mujer al cuidado de su casa y a su labor como madre. Las mujeres no accedían al sistema educativo, ni pretendían aspirar a carreras profesionales. En cambio, Florence aprendió italiano, latín, griego, filosofía, historia y matemáticas. Era una polímata en un tiempo en donde a las mujeres de las clases pudientes se las reservaba un rol esencialmente familiar. Atípica en todos los sentidos, en 1837 decidió dedicarse a ayudar a salvar vidas, en lo que ella denominaría una «llamada de Dios».
Comenzó su periplo educativo, viajando a múltiples ciudades alrededor del Mediterráneo, tras lo cual llegó a Alemania. En Kaiserswerth aprende del pastor luterano Theodor Fliedner cómo cuidar a los enfermos, lo que constituiría el modelo a partir del cual ella desarrolló sus métodos. De vuelta a Londres, en 1854, se la permite viajar a la guerra de Crimea junto a 38 de sus alumnas, todas voluntarias. En este contexto bélico escaseaba desde las medicinas hasta los cuidados. La enfermedad se propagaba a través de infecciones debido a la falta de higiene y comida. Tifus, fiebre tifoidea, cólera y disentería eran las causas de muerte comunes, que competían y ganaban la batalla a las balas. Seis meses después, la comisión sanitaria del gobierno británico limpió los hospitales de campaña y la situación mejoró. Esa experiencia la motivó a su retorno a escribir diversas obras que inspirarían tanto los modernos diseños de los hospitales centrados en la higiene, como los ideales morales que deberían seguir las enfermeras en su trabajo. Sus aportaciones no se limitaron en exclusiva al campo de la salud, sino que también demostró una alta competencia como comunicadora pericial, mezclando su formación como estadística con su experiencia en Crimea. Desarrolló el diagrama de área polar, conocido como «diagrama de la rosa de Nightingale» para facilitar la comprensión de las causas de muerte en los informes de guerra.
Su trabajo inspiró profundamente a Henri Dunant, promotor de la Convención de Ginebra, a la hora de fundar la Cruz Roja. Florence formó parte del comité de damas de la Cruz Roja Británica hasta su fallecimiento. Su fama le mereció que se le concediera un fondo de 45.000 libras y que ella destinó a la fundación de la Escuela de Entrenamiento Nightingale («Nightingale Training School») en el hospital Saint Thomas en Londres. En este mismo lugar es donde escribiría los manuales que asentarían las primeras bases de la enfermería como una profesión basada en el cuidado diligente y compasivo. También comprendió que las personas que por cuestiones económicas no podían acceder al cuidado ofrecido en los hospitales, no deberían de ser meramente atendidas por familiares, quienes, aunque sanos, desconocían cómo habían de proceder. Procuró que sus enfermeras entrenadas no solo trabajasen en los centros hospitalarios, sino que también realizaran visitas en barrios humildes. Sus discípulas contribuyeron a difundir este nuevo paradigma más allá de Inglaterra, como Linda Richards en Estados Unidos y Japón.
A pesar de que apenas se conservan documentos gráficos de ella –rehusaba que le sacasen fotografías porque estimaba que su trabajo era más revelador que su imagen–, Florence Nightingale ha pasado a constituir un símbolo por su papel decisivo en el surgimiento de un aspecto que a día de hoy consideramos crucial en la medicina. Tan solo debemos recordar el papel que los enfermeros, junto con el resto de sanitarios, desempeñaron en la reciente pandemia del coronavirus. Florence murió hace más de cien años, pero esta dama nos sigue iluminando con la misma lámpara con la que en medio de la oscuridad de Crimea cuidaba de sus pacientes.