La otra memoria

La guerra inventada: así España perdió Cuba

La Prensa americana, con Pulitzer y Randolph Hearst a la cabeza, lanzaron una campaña de desinformación para dañar la imagen de España y justificar su invasión a la isla

Imagen del navío estadounidense hundido, Maine
Imagen del navío estadounidense hundido, MaineLa Razón

Pocos temas son más habituales últimamente, sea en un debate televisivo o en la barra de un bar, que las llamadas «Fake news». Estas noticias, muchas de ellas inventadas o modificadas, buscan crear en el lector una imagen falsa de la realidad. Aprovecharse de la credibilidad de un medio o de la incapacidad de la gente de saber de todo para inculcar una idea concreta y aprovecharse de ello. Muchos podrían pensar que es algo reciente, y si bien ha existido durante toda la Historia, lo cierto es que pocas veces se ha visto con la misma fuerza que durante la Guerra de Cuba (1895-1898). Y es que en este conflicto la Prensa americana inventó constantemente noticias para denigrar la imagen de los españoles y justificar su invasión a la isla.

Los grandes protagonistas de esta historia son dos: William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer. Estos dos hombres fueron magnates de los medios de comunicación de finales del siglo XIX en los Estados Unidos. Dueños de innumerables periódicos y con fuertes conexiones políticas, ambos entraron en una guerra en la ciudad de Nueva York, pues sus sedes y principales periódicos se encontraban en esa ciudad.

En sus periódicos era habitual que las noticias se manipularan al extremo, enfocándose en los detalles más escabrosos e incluso llegando a inventarse completamente los sucesos con el objetivo, bien de vender más periódicos, bien de apoyar o denigrar una causa. Tanto era así, que incluso en su propio país eran bien conocidos por sus prácticas. Ya el «New York Times» acuñó el término «prensa amarilla» para sus publicaciones, pues ambas contaban con una tira común titulada «The yellow Kid», donde se parodiaba la actualidad. Término este que ya ha quedado para la posteridad como sinónimo de sensacionalismo y manipulación.

Fantasías y crueldades

No obstante, el momento de mayor enfrentamiento entre ambos por las ventas se produjo durante la Guerra de Cuba. Con un conflicto tan cerca de sus fronteras, sería fácil vender periódicos sensacionalistas al público asustado y superar a su rival. Pese a esto, esta contienda no resultaba tan violenta, ni sucedían grandes cosas o agravios, por lo que había que crearlos. De hecho, como recalca la profesora Ángela Pérez del Puerto, los americanos sólo recibieron noticias de «fantásticas batallas que nunca habían sucedido y exageradas crueldades españolas». Todas las noticias se acompañaban de ilustraciones (también falsas) de los supuestos sucesos. Imágenes creadas en Nueva York cargadas de sangre, violaciones y los actos más terribles que el dibujante pudiese imaginar. Tanto era así, que cuando el conflicto parecía calmarse por los acuerdos entre Madrid y los revolucionarios, a finales de 1897, los periódicos de los dos magnates comenzaron a desarrollar una narrativa que situaba a España como un imperio con deseo de dañar Estados Unidos y que debía ser frenada. Se puede leer en un titular de Pulitzer de esa época que «Los americanos todavía no han sido atacados, pero posiblemente nuestra flota sea enviada a Cuba en cualquier momento».

No obstante, el mayor acto sensacionalista del momento se produce tras la explosión del Acorazado Maine en 1898. El gobierno americano, con el objetivo de salvaguardar a sus ciudadanos, había enviado un barco hasta la Habana para presionar a Madrid. Sin que se sepa muy bien por qué (aunque se cree que fue volado por los propios americanos), el navío explotó. En ese momento, estos periódicos dieron la estocada final a su campaña de difamación. En grandes titulares por todo el país se podía leer: «La destrucción del barco de guerra Maine fue obra de un enemigo». Aunque no se mencionase directamente, todos ya sabían de qué enemigo estaba hablando. La pérfida España, la nación bárbara y atrasada. Esa invención que durante años habían creado en sus periódicos.

Ante todos estos sucesos, el gobierno de Mckinley, presionado tanto por los intereses económicos como por la población, enardecida ante los testimonios que había leído, cede y entra en guerra contra España por la isla de Cuba. Debido a la ira de la población americana el gobierno de Washington no sólo reclama Cuba, sino que, en nombre de los crímenes nunca cometidos, se arrebataron a España también Puerto Rico, Guam y las Filipinas. Un castigo brutal que quebró lo poco que quedaba del Imperio Español por hechos que nunca sucedieron. Y un episodio más de la leyenda negra que, esta vez, costó a España sus últimas posesiones en ultramar.