Vidas extraordinarias
Imhotep: el egipcio que construyó la eternidad
Hace cinco milenios un hombre se adelantó a la medicina y la arquitectura científicas; se le recuerda como mago, dios y villano de terror. Imhotep, un hombre común convertido en inmortal
Las grandes pirámides de Egipto se alzan sobre el desierto de Giza desde hace 4600 años, lo que ha dado lugar a innumerables teorías populares sobre su construcción, desde la intervención extraterrestre hasta la magia pura. Pero en la historia real, su revolucionaria ingeniería fue idea de un plebeyo egipcio. Su genio le valió el cargo más alto del país y un legado inmortal como médico, arquitecto y hacedor de milagros, aunque el nombre deImhotep se asocia hoy a la magia, al misterio y hasta al cine de terror.
Imhotep nació alrededor del 2650 a.C., probablemente en la bulliciosa ciudad de Menfis, al borde del delta del Nilo. Su nombre en egipcio significa «el que viene en paz», un augurio de su destino como mediador entre lo humano y lo divino. El Egipto de su infancia vivía marcado por los ciclos del río. Cada año, el Nilo anegaba las tierras, cubriéndolas de limo negro que permitía la agricultura (Los egipcios llamaban a su país Kemet, «la tierra negra», en contraste con el desierto rojo y árido). Los campesinos habitaban casas de adobe, mientras en la necrópolis de Saqqara se elevaban mastabas –tumbas rectangulares de nobles y reyes que parecen mesetas–. Imhotep concibió la idea de llevarlas más alto, de transformarlas en escaleras hacia el cielo.
No pertenecía a la nobleza: las inscripciones no mencionan linaje aristocrático. Entonces, ¿cómo llegó a ser la mano derecha del rey de Egipto? Aquí nos basamos en conjeturas: la familia de Imhotep pudo haber enviado a su hijo a la escuela, a una de las «Casas de la Vida», escuelas sacerdotales donde aprendió geometría, medicina y escritura. Las habilidades en ingeniería o medicina siempre estaban muy demandadas, y un genio precoz podría haber llamado la atención de un poderoso funcionario. Quizás Imhotep se ganó la atención del rey gracias a un trabajo largo y minucioso o quizás fue suerte. No lo sabemos pero el momento decisivo llegó con el faraón Djoser, fundador de la III dinastía. Imhotep ya era su escriba y consejero, pero le propuso construir una tumba de piedra a gran escala, no de adobe ni de madera. Durante más de una década, Imhotep dirigió la construcción de la primera pirámide escalonada. Su idea inicial era apilar mastabas cada vez más pequeñas, creando una escalera colosal. Pero la innovación trajo problemas: grietas, colapsos parciales, cálculos que no cuadraban. Una y otra vez, Imhotep rediseñó, reforzó y corrigió. Ideó rampas para elevar los bloques, trajo piedras usando trineos lubricados con agua, perfeccionó el ángulo de las paredes inclinadas para aliviar la presión.
Cuando la obra terminó, la pirámide se alzaba 60 metros sobre el desierto: la estructura más alta jamás construida por el hombre. Más de 4.600 años después, la tumba de Djoser, la primera pirámide, sigue en pie. Imhotep transformó la manera en que los egipcios concebían la eternidad.
«El primer médico»
El éxito arquitectónico catapultó a Imhotep a la élite egipcia. Inscripciones lo nombran «Gran Canciller de Egipto», «Jefe de los Constructores» y «Sumo Sacerdote de Heliópolis». Además de arquitecto, los textos posteriores lo recuerdan como médico y pionero de un enfoque racional. Algunos estudiosos creen que sus enseñanzas inspiraron el «Papiro de Edwin Smith», un manual quirúrgico de hace 3.700 años que describe fracturas craneales, suturas y pronósticos clínicos sin recurrir a la magia. No es casual que William Osler, uno de los padres de la medicina moderna, lo llamara «el primer médico verdadero que emerge de la bruma de la historia».
Mil años más tarde, los egipcios lo veneraban como un semidiós de la curación y la sabiduría, hijo del dios Ptah, patrón de los artesanos. Durante el Imperio Nuevo se le dedicaron templos y se le ofrecían estatuillas de bronce que lo muestran sentado, con un papiro abierto sobre las rodillas: símbolo de sabiduría y estudio.
Con la llegada de los griegos, la fusión cultural lo volvió a inmortalizar. Imhotep fue identificado con Asclepio, dios griego de la medicina, mientras Ptah se confundió con Hermes. De esa unión nació la tradición hermética, un conjunto de escritos filosóficos y místicos que influyó en la alquimia, la ciencia y la espiritualidad de Occidente durante siglos.
Hoy, su nombre ha sobrevivido a dinastías, religiones y lenguas. Se lo recuerda hasta en películas de aventuras, convertido en villano en «La Momia» de 1999. Pero detrás de esas reinvenciones populares está el verdadero Imhotep: un hombre común que, no solo construyó un camino hacia la eternidad para su faraón, sino también para sí mismo.