cultura
Respuesta a la banalización del mal y la inestabilidad generada por el turismo en Auschwitz
En la era de las redes sociales y la sobrecarga de información, muchos jóvenes se sienten perdidos
En un mundo saturado de estímulos superficiales y desinformación, el poder de la educación emerge como un faro para construir sociedades más justas y comprometidas. Más que nunca, necesitamos herramientas que despierten la conciencia crítica, fortalezcan nuestra memoria colectiva y nos preparen para defender valores fundamentales como la democracia, los derechos humanos y la solidaridad.
¿Puede la educación cambiar vidas? La respuesta está en manos de quienes apuestan por formar ciudadanos y entiendan el pasado como una herramienta poderosa para construir un futuro diferente. No basta con acumular datos o delegar la responsabilidad en las instituciones: como individuos, tenemos el deber de actuar, de alzar la voz y de asumir un papel activo en nuestra sociedad. La lucha por la democracia no se libra solo en los parlamentos; más bien se gesta en las aulas, en los espacios donde los jóvenes forjan su visión del mundo. La educación en pensamiento crítico es una condición indispensable para garantizar la construcción de sociedades libres y democráticas.
En la era de las redes sociales y la sobrecarga de información, muchos jóvenes se sienten perdidos. Sin referencias claras, sin raíces sólidas, se enfrentan a un mar de contenidos fragmentados que no ofrecen una brújula. Es aquí donde la educación basada en la memoria histórica, la cultura y los valores democráticos cobra vida. Porque sin un sentido de pertenencia, sin un conocimiento de lo que nos ha hecho quienes somos, estamos condenados a repetir errores del pasado.
Los totalitarismos del siglo XX lo entendieron bien: borrar la memoria era su arma más poderosa. Destruyeron patrimonios, manipularon la historia y silenciaron a quienes se resistían. Pero hoy, en un tiempo que valora tanto la inmediatez, tenemos la oportunidad de devolver significado a la historia y usarla como herramienta de transformación.
Un ejemplo brillante de este enfoque lo encontramos en la Cátedra de Derechos Humanos y Cultura Democrática de la Universidad de Burgos. En colaboración con el Instituto Auschwitz-Birkenau España, esta iniciativa combina el aprendizaje académico con experiencias vitales en lugares cargados de memoria histórica, como el Memorial de Auschwitz. Estos viajes no son simples excursiones: son inmersiones profundas en la historia, diseñadas para que los estudiantes no solo conozcan los hechos, sino que los sientan, los reflexionen y los transformen en acción.
Caminar por un campo de concentración, sentir el peso del pasado, escuchar los ecos de las historias que ocurrieron allí, reflexionar sobre las decisiones humanas que llevaron a esas tragedias. No es solo historia; es un encuentro cara a cara con lo que significa la humanidad en su extremo más oscuro, y también con lo que podemos hacer para que no vuelva a suceder.
La cátedra ha dado un paso más allá, estructurando estos viajes como cursos universitarios que combinan teoría y práctica. No se trata de mirar desde la distancia; se trata de involucrarse. Cada experiencia está diseñada para fomentar el pensamiento crítico y la reflexión profunda, ayudando a los jóvenes a conectar la historia con los desafíos actuales de nuestra sociedad.
Uno de los itinerarios más impactantes incluye visitas a países como Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Alemania. Lugares como Wannsee, donde se decidió la Solución Final, son testigos de cómo unas pocas ideas, llevadas al extremo, pueden generar una destrucción inimaginable. Pero estos viajes no son solo sobre el pasado; son una llamada de atención sobre nuestro presente y el poder que tienen nuestras decisiones diarias.
El Instituto Auschwitz en España complementa este trabajo con exposiciones y talleres diseñados para sensibilizar a las nuevas generaciones. Según Álvaro Enrique de Villamor y Soraluce, presidente del Instituto y director de la cátedra, «la educación no termina en las aulas; comienza allí y se enriquece en los lugares donde la historia dejó sus huellas más profundas». Este enfoque ayuda a los jóvenes a ver la historia no como algo lejano, sino como una fuerza viva que moldea sus vidas.
Un aspecto clave de estas iniciativas es la humanización de la historia. En lugar de centrarse solo en estadísticas o decisiones políticas, invitan a los estudiantes a conectar con las historias individuales detrás de los grandes eventos. Las vidas de quienes sufrieron, resistieron o actuaron con valentía frente a la adversidad son un recordatorio poderoso de la capacidad humana para enfrentar la injusticia.
«No podemos construir un futuro más justo pensando de forma individualista. Solo juntos, desde una responsabilidad colectiva, podemos cambiar el mundo», afirmó Piotr Cywinski, director del Museo Estatal Auschwitz-Birkenau. Estas palabras reflejan la esencia de estas experiencias: aprender juntos, reflexionar juntos y actuar juntos.
Enrique de Villamor lo expresa de manera inspiradora: «Cada uno de nosotros es único, una obra de arte en bruto. Nuestro deber es pulir esa obra día a día, para que al final de nuestra vida podamos ofrecer al mundo lo mejor de nosotros mismos». Este mensaje resuena especialmente entre los jóvenes, a quienes se les anima a no temer ser diferentes, a cuestionar lo establecido y a actuar con valentía.
Recuperar la dignidad de los lugares de memoria es también recuperar nuestra humanidad. Cada visita, cada reflexión, cada conversación que surge en estos espacios es un paso hacia una sociedad más consciente. La educación que combina la teoría con la experiencia no solo transforma a los estudiantes, sino también a los profesores, que ven cómo estas vivencias generan un impacto duradero.
Estas experiencias son un recordatorio poderoso de que la historia no está escrita en piedra. Cada decisión, cada acción cuenta. Y la educación, basada en memoria, valores y solidaridad, es la llave para un futuro donde la dignidad y la justicia prevalezcan.