Historia

La revolución de las agujas

Durante siglos, la costura se hacía con hueso y, en la Edad Media, con agujas de metal, hasta que la máquina de coser revolucionó la industria del tejido, pero la mano sigue zurciendo

Muchacha cosiendo a máquina
«Muchacha cosiendo a máquina», Edward Hopper, hacia 1921Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

La aguja es una herramienta compleja con un diseño que ya se empleaba en la Prehistoria y que pervive en nuestros días. Se realizaban de diferentes materiales, hueso o asta, que eran partidos regularizando su forma por abrasión practicando un pequeño orificio en la parte superior por donde después pasaría le hilo, normalmente alguna fibra vegetal. La aguja de coser más antigua fue encontrada en la cueva de Potok en las montañas de Karavanke en Eslovenia con una antigüedad de 41.000 años. En la Península Ibérica son frecuentes en los yacimientos cantábricos tanto en los niveles del Solutrense, como los de la cueva de Las Caldas (Priorio, Oviedo), y los niveles del Magdaleniense como la Cueva de Garma (Omoño, Ribamontán), un yacimiento que tiene un periodo amplio de ocupación, desde el 18.000 a.C, al 11.000 a.C. En la Edad de Hierro se encuentran agujas de bronce y de diferentes tipologías en yacimientos del noroeste peninsular, en muchos casos decoradas.

A pesar de la existencia de agujas de bronce en la Roma, las agujas, acus, eran mayoritariamente de hueso. Se clasifican según la morfología de su remate, espatulado, redondeado, cónico, triangular, aplanado, pudiendo tener uno o más orificios en función del tipo de cosido y el número de hilos utilizados por las costureras o zurzidoras, sarcinatrix o por una modista, que desarrollaban su trabajo en las mansiones aristocráticas. Conocemos la existencia de estos oficios a través de epígrafes como la inscripción funeraria encontrada en Córdoba, datada del siglo I d.C. donde una de las mujeres de la familia de libertos vinculados a los Afinii aparece como costurara o zurzidora, Latinia... sarcinatrix. En al-Ándalus se utilizaron agujas y dedales de metal, que utilizaban las mujeres en sus labores domésticas. A lo largo de la Edad Media, las mujeres de las clases sociales más elevadas realizaron labores textiles, fundamentalmente bordado, un arte prueba de su virtud y decoro, además de supervisar el trabajo de sus doncellas y siervas adiestradas para la costura. Entre las damas nobles, los cronistas mencionan reinas como notables bordadoras que realizaban piezas litúrgicas para ofrecer a templos en su nombre o en el de sus esposos, o incluso prendas civiles como la reina Edith, esposa del rey inglés Eduardo el confesor, quien bordaba los mantos que su marido exhibía en ceremonias públicas. A la reina Matilde se le atribuyó el bordado del Tapiz de Bayeux, un tejido de 70 metros que narra la conquista de Inglaterra por Guillermo el Conquistador, aunque lo más probable es que fuese encargado por el Obispo Odón de Bayeux, hermanastro del rey, en los talleres de bordado de Canterbury. Las mujeres, en talleres de aprendizas, se ocupaban de los arreglos y remiendos, así como de indumentaria de hogar y camisas.

Corte y máquina

La aguja de metal siguió siendo el arma de los sastres durante la edad moderna, periodo en el que se complican aún más los vestidos de las damas, existiendo un protocolo de vestimenta preciso para los hombres. Uno de los sastres con una carrera más dilatada del que tenemos referencias sirviendo en la Casa del Rey fue Juan Rodríguez Varela, sastre de Felipe IV. Mateo Aguado fue sastre de Cámara de la Reina, y diseñó las icónicas prendas de los retratos de Isabel de Borbón y Mariana de Austria pintados por Velázquez, trajes que definieron el estilo de la corte española. Un siglo más tarde, la modista Rose Bertin diseñó los vestidos de Maria Antonieta y de Maria Luisa de Parma. A finales del siglo XVIII y principios del XX, Madrid experimentó el auge de oficios de la confección surgiendo en su seno la industria de «ropa lista para llevar», siendo el trabajo de la aguja una labor fundamentalmente femenina.

Con la primera Revolución Industrial, la costura y confección dejó de ser una actividad exclusiva de hogares y talleres y los vestidos se producían a gran escala gracias a la invención de la máquina de coser. En 1830 el sastre Barthelemy Thimonier inventó una máquina de coser funcional, en 1834, el inventor estadounidense Walter Hunt creó una máquina de puntada cerrada, al mismo tiempo que Elias Howe quien inscribió la patente. Todas ellas eran máquinas lentas que mejorarían con la patente de Isaac Merry Singer, cuyo diseño podía dar 900 puntadas por minuto en 1851. Unos años después llegó a la vida de Singer Edward Clark, inversor y socio de la empresa quien propuso un sistema de alquiler de las máquinas, manuales y accionadas con una pedaleta, podían ser adquiridas. La electricidad fue una revolución en el siglo XX. Las máquinas electrónicas actuales tienen pantallas táctiles y patrones de costura descargables. Su historia aún se está escribiendo.