Historia

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Isabel de Austria: la hija de Juana la Loca que fue reina sin ventura

En su biografía de la esposa de Cristian II de Dinamarca, Manuel Lobo ha sabido, con finura de mano experta, narrar la vida de una mujer educada en el humanismo flamenco, de gran generosidad y sentido de la justicia, que murió arruinada en 1526, con 24 años

En el exilio, Isabel siempre apoyó a Cristian II de Dinamarca. Incluso capitaneó las entrevistas con Enrique VIII y su tía Catalina
En el exilio, Isabel siempre apoyó a Cristian II de Dinamarca. Incluso capitaneó las entrevistas con Enrique VIII y su tía Catalinalarazon

En su biografía de la esposa de Cristian II de Dinamarca, Manuel Lobo ha sabido, con finura de mano experta, narrar la vida de una mujer educada en el humanismo flamenco, de gran generosidad y sentido de la justicia, que murió arruinada en 1526, con 24 años

El libro que hoy comentamos tiene importancia historiográfica. Trata de un personaje desconocido en España; está muy bien escrito y documentado y la edición es cuidadísima. ¿Cuáles son las razones que nos podrían mover a ocuparnos de esta muchacha?; ¿acaso que fue la tercera hija de Juana I y Felipe (recordemos: Leonor, Carlos, Isabel, Fernando, María y Catalina)?; ¿acaso que fue reina de Dinamarca y acompañando a su marido hubo de vivir, padecer y morir en el exilio? Ambas son razones más que suficientes para prestarle atención tal y como ha hecho Manuel Lobo; ambas son razones más que suficientes, pero también el traer a España tan azarosa existencia. Por definir de alguna manera el texto, diría que es la primera biografía en español de esta mujer de la que se sabían algunos datos que Manuel Lobo, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, corrobora, amplía y desarrolla. Isabel de Austria nació en Malinas el 27 de julio de 1501 y murió en Zwyngarde el 19 de enero de 1526. Vivió, pues, 24 años y medio. Desgranemos el libro dedicado a una Isabel de Austria que «no tuvo ventura», como reza nuestro autor en el subtítulo. El primer capítulo está dedicado al nacimiento y la infancia de la infanta. Dos o tres circunstancias marcaron los primeros años de su vida. El que apenas conoció a su madre, Juana la Loca, que hubo de venir a Castilla para ser jurada reina (amén de otros viajes previos), trayecto que hizo sin esta criatura de apenas cuatro años de edad y que ocasionó que se quedara en Flandes –como Carlos– al cuidado de Margarita (la viuda del príncipe don Juan) la regente de Flandes, esmerada dama del Renacimiento que supo inculcar a los críos que tenía a su alrededor los principios básicos del humanismo y del buen gobierno. Otro rasgo definitorio de la vida de Isabel fue que –como todas las infantas– estuvo predestinada para casarse con algún desconocido, aunque rey o príncipe, y así a los 14 años abandonó Flandes para consumar su matrimonio con Cristian II de Dinamarca. A ese país iba una muchacha esmeradamente educada por lo mejor del humanismo flamenco, ese humanismo que tanto marcó a Carlos V, ese humanismo intimista, moral, que aunque tuvo en Erasmo a su príncipe contó con otros personajes de primera magnitud, cuyos resultados son palpables en la personalidad intelectual de Carlos V: músicos, filósofos, didactas como Luis Vives, Adriano de Utrecht y otros, cuya nómina reconstruye Lobo Cabrera.

La enseñanza del abuelo Maximiliano

Advierto que los preceptores de esta muchacha son los mismos que los de Carlos V. Dedúzcase de ello la admirable mentalidad de Margarita que repartió enseñanzas por igual a los niños y niñas que tenía a su cargo o, también, cómo no ocultaba la admiración por el arte flamenco de van Eyck o de Van der Weyden, de Strigel o de Cranach, del genial Sittow, artistas de los que Isabel, y Carlos, empaparon sus retinas en sus primeros años de vida y adolescencia. El segundo capítulo está dedicado a los pretendientes y al matrimonio. En esta ocasión, el ejercicio del «poder suave», el de la guerra pacífica de los ejércitos conyugales cuyas acciones se libraban en los campos de batalla que eran los lechos maritales, la vida de Isabel es trazada por el abuelo Maximiliano, toda vez que el padre Felipe está muerto ya y la madre Juana... ¡ay la madre Juana! Como pasaba siempre, hubo varios pretendientes que tenían un objetivo común, el de asegurar el Círculo de Borgoña cerca de Flandes. Vencidas otras reticencias, u otras pretensiones que arrancaban de la más tierna edad de Isabel, esta muchacha pareció un buen diamante para asegurar una fructífera alianza flamenco-danesa-noruego-sueca en detrimento de las ciudades hanseáticas no imperiales o de Polonia: en último término Isabel podría ser la garante de la paz proimperial en el Báltico. Y así fue cómo se le casó con Cristian II de Dinamarca, Noruega y Suecia, el cabeza de la vieja Unión de Kalmar. Este Cristian había recibido «una educación más bien pobre». De hecho se dice que se educó en casa de un encuadernador. También estudió latín. Manuel Lobo se hace eco de la convicción en ese sentido de Grönwold; y bendice la latinidad de Cristian al hallar la invitación para su boda mandada a su futura cuñada Catalina, hológrafa suya en la lengua de Cicerón. No obstante lo cual, y parangonando al autor, «en la juventud Cristian tuvo más bien un comportamiento asilvestrado y violento». Menos mal que compartía con su futura esposa «la afición a la música». Movido pues, por los impulsos asilvestrados, Cristian conoció a la hija de un comerciante neerlandés, a la que apodaron como «Dy Veke», o «La Palomita» poco antes de 1510, en Noruega. Le revoloteó bien en el nido la Palomita, porque logró que incluso su madre fuera consejera personal del por entonces príncipe. Mientras todo eso sucedía, se estaba negociando el matrimonio con Isabel. Cristian fue coronado el 11 de junio de 1514. Las capitulaciones matrimoniales se habían firmado el 29 de abril. Uno de los compromisos verbales habidos durante las negociaciones matrimoniales fue el de que Cristian abandonaría a la Palomita al firmarse el acuerdo marital. La tarea no debía ser fácil, pues llevaban por lo menos cuatro años de relación y ahora tocaba matrimonio con una niña de trece años...

En el tercer capítulo del libro Lobo Cabrera narra el viaje a Dinamarca de Isabel, a donde llegó en agosto de 1515 (¡cuánta desazón de la madre en Laredo y de la hija saliendo de Vere!). Es el tiempo en que ante las dificultades de romper la relación con la hija del mercader, esta apareció un día de junio de 1517 envenenada tal vez por orden de Maximiliano I; aunque la madre de ella siguió ejerciendo de consejera de palacio de Cristian II. Todo un sinfín de dislates, o de acciones comunes a la época. En este capítulo se nos narra con primor la vida en Copenhague de Isabel y Cristian, quien tras la muerte de su Palomita se rindió a los encantos de su legítima con la que tuvo el primer hijo a los tres años de matrimonio... o sea, que hasta que no desapareció la hija del mercader no hubo relaciones carnales entre los esposos. Isabel, la Lisístrata del Renacimiento, la llamaré a partir de hoy. Isabel fue muy bien acogida en Dinamarca y en Noruega. Ella supo practicar las enseñanzas recibidas aumentadas con grandes dotes de caridad y generosidad. Se aunaban en ella, en su nombre, como si fuera una Isabel la Católica, su capacidad de impartir justicia, de oír a los más necesitados y de socorrerles con limosnas.

Además, a todos maravillaba su don de lenguas: si al principio no podía comunicarse, pronto aprendió a hablar en danés. Cristian e Isabel tuvieron seis hijos, de los que solo sobrevivieron tres. En cualquier caso, Suecia había abandonado la Unión de Kalmar y Cristian II se decidió a reincorporarla. Para ello, agotadas las negociaciones, entró en guerra y tuvo lugar la conquista de Estocolmo y su proclamación como rey de Suecia en el otoño de 1520. Pero el disgusto entre los suecos era superior a las muestras de felicidad. Además, Cristian usó de la violencia contra los oponentes en el «Baño de sangre de Estocolmo» (¡cuántos episodios similares: Comunidades, Tribunal de los Tumultos en Flandes, Matanza de San Bartolomé...!) que se cebó fundamentalmente sobre las clases medias de Estocolmo. El «Nerón del Norte» se ganó la enemiga de los suecos. En febrero de 1521 Gustavo Vasa se sublevó contra los daneses. En junio de 1523 tras dos años de guerra, el Parlamento Sueco proclamó a Gustavo Vasa rey de Suecia, con lo que finalizó la historia de la Unión de Kalmar.

Un rey imprudente

Durante la guerra, Cristian había acudido a pedir socorro a Carlos V. Necesitaba dinero y ejércitos. Pero Cristian II era un rey imprudente donde los hubiera. Mientras todos los acontecimientos anteriores iban teniendo lugar, además rompió los pactos jurados con sus ciudades hanseáticas e intentó aminorar los privilegios de la nobleza y el clero... y Dinamarca se le sublevó. Su tío, Federico I de Holstein, acaudilló la revuelta, que las revueltas entonces no eran campesinas, o artesanales, que las había de todo tipo. Suecia en armas, Dinamarca sublevada... Cristian II tomó el camino del exilio para pedir ayuda para recomponer su trono y su monarquía. En este ambiente, abandonó Dinamarca y salió hacia Flandes. Entonces se pronunció una frase de las que hacen historia, como el «Vini, vidi, vici», y esta es la que sentencia Isabel de Austria, «Ubi rex meus, ibi regnum meus». Toda una lección de responsabilidad personal y conyugal. Isabel dejó atrás también Dinamarca. Como concluye Lobo Cabrera «el 13 de abril de 1523, el rey Cristian, con sus archivos, joyas y cuantos tesoros pudo reunir, abandonó Copenhague con su familia...».

Durante los años siguientes, no paró en mantener entrevistas con el Emperador, con príncipes, gentes de poder y dinero y aun con el mismísimo Lutero, tan proclive a que los monarcas mandaran sobre sus nobles y que estos exterminaran a sus campesinos, con el fin de recuperar, desde el exilio, sus tronos perdidos. Isabel siempre le apoyó. Es más, ella capitaneó las entrevistas con Enrique VIII y su tía Catalina. Ella misma hipotecó sus joyas, cuyo inventario se conserva, para cooperar con un ejército imperial reunido en Colonia; Cristian acudió a ver a Federico el Sabio (y conoció entonces a Lutero) y se conservan cartas de Isabel a Cristian que a mi modesto entender recuerdan mucho las de la Emperatriz Isabel a Carlos V, cartas de amor más allá del cortés. En estos viajes de Cristian trabó contactos con Lutero y con otros heresiarcas como Melanchton, Milkensen (traductor de la Biblia al danés), Cranach... Lutero, que era como era, y no siento ni envidia ni piedad por él, afirmó que Cristian le había comunicado que en la agonía Isabel había mudado de religión. Tal simiente ha tenido sus consecuencias. Ahora volveremos sobre ello. Mientras Cristian viajaba, Isabel vivía en Berlín. En 1523 se reunió la Dieta Imperial en Nüremberg y allí conoció a su hermano Fernando (el de Alcalá, 1503).

Los príncipes, enterados de los devaneos de Cristian con los reformadores, desconfiaban de él y el discurso a la Dieta lo pronunció Isabel, ya admirada acá y también en Dinamarca, a pesar de todo. Pasado un tiempo y como no consiguieran dineros para ejércitos ni para nada, pidieron socorro a Margarita, que los recogió en el palacio de Lierre en Malinas, desde 1524. Sin embargo, la salud de Isabel se empezó a resentir por todas partes. Enferma, arruinada... Sus pertenencias se empeñaban en montes de piedad, aunque Margarita hacía cuanto estaba en sus manos por los reyes de Dinamarca. Para alivio de todos, le asistía un sacerdote católico antes de entregar su alma a Dios el 19 de enero de 1526 (¡cuántas dudas en el óbito: Carlos V y Carranza; Emperatriz María y Maximiliano II!). Isabel fue enterrada en San Pedro de Gante y tras diversos avatares, en 1883 se trasladaron sus restos junto a los de Cristian II, a la iglesia de San Canuto (!) en Odense, en Dinamarca. La noticia de la muerte llegó a España en plenas celebraciones de la boda imperial en Sevilla. Hubo que guardar luto. De todo esto ha ido dando cuenta Manuel Lobo.

De esto y de más: en el capítulo V, expone los últimos días de Cristian (y en especial su inconmensurable torpeza en 1531 y los años siguientes: gracias a Carlos V pudo desembarcar en Noruega en ese año en una desastrosa campaña; pero a la vez se alió con los protestantes de la Liga de Esmalcalda para echar a su tío Federico I de Dinamarca, fue capturado y hecho prisionero; volvió a profesar el luteranismo y el catolicismo; continuaron las inestabilidades en Dinamarca, con vacíos en el trono y con nuevas invasiones, hasta que finalmente y desde 1544 Carlos V se desentendió del voluble Cristian II y pactó con su primo Cristian III un tratado de no injerencia). Cristian II permanecía encarcelado y aunque se le concedió un feudo para poderse mover a sus anchas, nunca fue hombre libre en sentido estricto. Murió en 1559. El epitafio a Cristian II que Lobo Cabrera ha encontrado en El Escorial y que le ha traducio el doctorAntonio M. Martín Rodríguez es digno de encomio. El sexto de los capítulos está dedicado a los tres hijos que sobrevivieron: Juan (1518-1532), Dorotea (1520-1580) y Cristina (1521-1590). Juan me recuerda, con su muerte a los 14 años, no sé si al Juan de los RRCC o al Baltasar Carlos de Felipe IV. El capítulo VII está dedicado a los retratos de la familia real danesa. El libro tiene 349 notas a pie de página, 10 páginas de bibliografía y un maravilloso encarte con 22 cuadros que hay que tener presentes. No puedo menos que alegrarme de que a esta joven desventurada se le haya dedicado una biografía en la que el autor ha sabido con finura de mano experta, unir los dispersos mimbres de un canasto multilingüe para fabricar un canasto resistente que ha llenado de sabiduría y de sensibilidad. Isabel de Austria inicia una nueva andadura en su vida, de la mano de un historiador riguroso, como el profesor Manuel Lobo. Un historiador y no un fabulista.