Jesús Cisneros: «Hay que tener más moral que el Alcoyano para ser productor»
Hace doblete en el Teatro Amaya con «No te vistas para cenar» y «La curva de la felicidad».
Obrero del teatro, como dice con orgullo, a Jesús Cisneros el verano le pilla trabajando, Quizá por ello no pierde la sonrisa y cuenta que le da tiempo a disfrutar. Con su compañía, Descalzos Producciones, defiende cada noche el vodevil. Este mes está en el Teatro Amaya con «No te vistas para cenar», una comedia de enredos e infidelidades de Marc Camoletti. Y, los viernes y sábados, en la siguiente sesión, coprotagoniza además con el Monaguillo y otros actores «La curva de la felicidad», una comedia escrita y producida por Eduardo Galán sobre la crisis de los 40.
–Ni playa, ni montaña, lo suyo va a ser salón y más salón...
–Pero somos especialistas en hacer comedias en verano. Ya nos ha pasado otras veces. Justo cuando terminamos la función del domingo salimos y volvemos el jueves por la mañana. Siempre aprovechamos dos o tres días en la playita. Se aprecia mucho más: vuelves con ganas.
–A las cenas, ¿va bien vestido o en pijama?
–Me gustaría ir totalmente desnudo y a ver qué sorpresas encontraba. Es un sueño: que una fémina te invite por teléfono a una cita a ciegas (risas). Todo de forma lúdica.
–¿Y en su «cena», en la función?
–Es muy complejo, porque está llena de malentendidos y confusiones, con lo cual no sabes muy bien qué ponerte. Me estoy cambiando todo el rato y al final acabo en pijama. Es una cena que te deja con más ansiedades que satisfecho.
–En un escenario, ¿con un par de puertas puede pasar de todo?
–Pues sí, los maestros de la comedia y el vodevil buscan situaciones muy complejas, con malentendidos y giros inesperados. Puede ocurrir cualquier cosa... y con cualquier pareja.
–Siempre hay mujeres de por medio...
–Siempre. Son la pimienta de la vida, ¿no?
–Es que, al menos de puertas para afuera, da usted la imagen del galán clásico...
–Sí, pero casado y bien casado, y con dos hijas que tengo de «vigilantas». Estoy pendiente continuamente y a disposición de ellas. A veces, me siento más conductor que padre y marido.
–Y eso que no para de ser infiel en escena.
–Totalmente, creo que es para quitarme la espinita. Es terapia, diría. La haces encima del escenario y luego vives un poco más tranquilo.
–Para que una comedia sea alta, ¿cuánto tiene que medir?
–Pues por lo menos tiene que tener a una «tipa» de 1,76 como Cuca Escribano, con tacón, y luego mujeres como Yolanda [Aristegui, su esposa] y Goizalde [Núñez], que es una delicia trabajar con ellas.
–¿Qué tienen en común Ray Cooney, Santiago Moncada o Marc Camoletti?
–Son los maestros de la comedia de situación, los antecesores de lo que ahora vemos en televisión que tantos éxitos están dando a las series españolas. Cuando «La curva...» se tome un descanso veraniego, seguramente estrenaremos «Dinero negro», de Cooney, que tiene mucho que ver con lo que estamos viviendo.
–Siempre hace comedia. ¿Lo de cortarse las venas en escena no le va?
–Me va cuando me contratan otros. He estado en el CDN haciendo «La pechuga de la sardina», de Lauro Olmo, y me ha encantado. De hecho, como lector, me gustan todo tipo de obras. Pero como actor que tiene que girar y trabajar para todos los públicos, hemos decidido, ante todo, hacer reír, que la gente disfrute del teatro por el teatro.
–¿La evasión es sana?
–¡Es fundamental! Lo digo yo, que mi trabajo me hace muchas veces vivir un bucle continuo, haciendo siempre lo mismo. Y a veces hay que disfrutar el momento y hacer cosas que no tienen nada que ver con tu vida laboral. Quien está en una oficina, dando clases o esforzándose en una fábrica o un comercio, te agradece muchísimo la risa.
–¿Hace falta buen humor para ser productor de teatro en España?
–Muchísimo (risas). Hay que tener más moral que el Alcoyano. Los exhibidores nos lo están poniendo muy difícil a los productores. No hablo de la producción oficial, que es una cosa que se supone que no va a morir, porque hay unos prespuestos destinados a promover a autores vivos, y es bonito. Pero los exhibidores del teatro comercial están acabando con las posibilidades de los productores. Soy de los pocos que se pueden salvar porque soy capaz, como me dijo Cornejo, de compaginar muchas cosas: hacer cuentas, presupuestar, resolver técnicamente, saber qué compañero me puede sustituir... Soy un obrero del teatro, con una capacidad técnica y artesanal que pocos tienen. Y aun siendo así, también yo me estoy asfixiando. No es normal ver en un teatro 15 o 19 funciones diferentes. Eso no se puede mantener; así no pueden vivir una compañía y unos técnicos con sueldos y Seguridad Social.
–¿Hay que revisar el modelo de exhibición y programación teatral?
–Totalmente. Nosotros estamos dando algo que nos diferencia mucho: el cuidado de las escenografías y el vestuario. Cuando hay talento, una maestría brutal, quizá no necesitas más que unos actores hablando, un texto y unas luces, y en ese caso chapó. Pero eso ocurre muy pocas veces; en la mayoría de las ocasiones se hace así por necesidad y se le está dando muy poco al público. No vendemos melones, sino algo especial. Hay que lograr que la gente venga al teatro como una celebración para luego compartir con los amigos. El teatro es un hecho social.
–Todo actor espera una llamada. ¿Cuál es la suya?
–Yo creé mi empresa para no seguir haciéndolo. Lo que espero es que cada espectáculo que estrenamos conecte una vez más con el público. Ésa es mi llamada. Hombre, y si me llama Almodóvar, por decir un fenómeno, me busco un «cover».
–¿Cómo anda de crisis de los 40?
–¡La viví hace diez años! Y me hacen confesarlo. La tuve y se me pasó en parte por el éxito de la obra. Es cierto que los actores, sobre todo los empresarios, estamos siempre muy pendientes del éxito de la taquilla. En este momento estoy atravesando una gran crisis de los 50. El paso del tiempo está ahí. Siempre he sido un Peter Pan y me encantaría seguir siendo un adolescente.
–O ser como Arturo Fernández, que cumple años hacia atrás...
–¿Dónde hay que firmar? Tiene más de 80 y sigue haciendo doble función los sábados y llenando teatros. ¡Él sí que ha hecho un pacto con el diablo! No sé cuál es su receta. Supongo que no comer...
–Y usted, ¿se cuida?
–Mucho, todo lo que puedo. Hago bicicleta, voy al gimnasio... Aunque a veces estoy tan cansado que me relajo con un chapuzón en la piscina. Pero trato siempre, por muy agotado que esté, de no mostrarlo.