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Libros

John Boyne: «Hoy sería difícil publicar “El niño con el pijama de rayas”»

El novelista publica «Todas las piezas rotas», la segunda parte de su famosa novela sobre el Holocausto, y una reflexión sobre la expiación y las consecuencias del sentimiento de culpa

El escritor John Boyne
John Boyne, escritorRich GilliganPenguin Random House

John Boyne ha escrito la secuela de uno de los grandes «best seller» de los últimos años: «El niño con el pijama de rayas», un libro tan célebre que puede decirse, sin caer en ningún margen de error, que forma parte de esa colección de títulos que nos permite entablar conversaciones con desconocidos desde San Petersburgo hasta Pekín, Sidney o Anchorage. Ha vendido más de once millones de copias y su fama ha trascendido fronteras con una adaptación cinematográfica que ha ampliado el ancho de banda de su éxito en unos cuantas megas. «Sería muy difícil publicar hoy “El niño con el pijama de rayas” y en gran parte se debe a las redes sociales. En 2006, apenas tenían fuerza y cuando lo publiqué, la recepción fue muy buena por los lectores. La gente que lo leía lo hacía con el corazón abierto. Estaba permitido que conmoviera. Hoy vivimos en una época en que los escritores son criticados desde la misma línea de salida, casi antes de que el público haya leído su libro, son puestos en cuestión ellos y su trabajo».

El escritor revela que su «relación con las redes es inexistente. Tengo una cuenta en Instagram con fotos de lugares bonitos y mis agentes manejan una cuenta en Twitter para anunciar las obras que voy publicando y todo lo relacionado con ellas, pero no veo ninguna razón para tener interacciones “online” porque la gente ahí solo chilla. Con mi novela “Mi hermano se llama Jessica”, me di cuenta de que estos usuarios no querían hablar, no querían tampoco escuchar. Por eso no leo nada ahí. Las redes sociales pueden arruinarte el día y yo ya no permito que nadie me arruine la vida».

"Cambiar el texto de un autor muerto, como se ha intentado con Roald Dahl, es vandalismo"

John Boyne, que acaba de sacar en España «Todas las piezas rotas» (Salamandra), la continuación de «El niño con el pijama de rayas», comenta que esta experiencia con las redes se ha repetido también en este caso: «No había terminado el primer borrador y ya estaba siendo criticado. Hay esta respuesta inmediata de querer derribar a las personas, de quejarse constantemente». En este punto, menciona lo que está sucediendo, debido a esta presión social, con los cuentos de Roald Dahl y la corrección política, que se ha intentado modificar para adecuar sus textos para que no puedan molestar «a las nuevas sensibilidades»: «Los libros no deberían cambiarse jamás, sobre todo después de que su autor haya muerto. Si un autor decide introducir correcciones es su prerrogativa, pero aquellos títulos que ya están editados y sus autores muertos, no debería poderse modificar sus palabras. Eso es la cultura del vandalismo y los lectores no tienen que aceptarlo».

John Boyne ya decidió hace unos años abordar la segunda parte de esta historia, que le dio fama mundial. Él mismo reconoce que «“El niño con el pijama de rayas” fue el libro que me cambió la vida. Sigue siendo algo sobre lo que me preguntan a diario». Por eso explica que «cuando empecé este libro no quería destruir el legado del anterior. Si escribía una segunda parte tenía que ser tan buena o mejor que la primera». La diferencia en este caso, como él mismo acude a aclarar, es que el anterior libro lo escribió cuando tenía 30 años «y ahora espero ser una persona más inteligente que entonces. Estoy más consolidado. En aquel título toda la ingenuidad del personaje es la mía. Ahora este personaje, Gretel, la hermana de Bruno, tiene 91 años y en parte refleja mi propia madurez, porque mi vida ha cambiado».

El sentimiento de culpabilidad

Uno de los motivos que explica por qué ha regresado a este universo es que «deseaba volver a Gretel para explorar cómo es pasarse una vida entera sabiendo que tu familia estaba implicada en crímenes como los del Holocausto y cómo eso crea una sombra sobre tu vida y también en cómo te sientes». Uno de los temas principales de la novela es la culpa y cómo afecta a los hijos de quienes participaron en los campos de concentración. «Tengo amigos alemanes y hay que ser muy delicado con esto. Ellos que saben que sus padres o abuelos estuvieron en la Wehrmacht, trabajaron en un campo, formaron parte de las SS y estuvieron involucrados de alguna manera en la guerra. Su relación con el pasado es muy compleja. Soy consciente cuando hablo con ellos. No quiero que se sientan culpables por algo que ellos no han hecho y de lo que no son culpables, pero es curioso que el público alemán es muy receptivo a debatir este tema. Es una manera de afrontar el pasado y lo hacen de esta manera para asegurarse de que la gente no olvide. No te pueden culpar por algo que no hiciste, pero es legítimo que uno pueda sentir sensación de vergüenza si está en tu herencia familiar y se pregunte cómo fue posible esto».

"Yo ya no sé donde está mi hogar político, porque la izquierda se ha convertido en igual de brutal y totalitaria"

El otro asunto que articula la historia es la expiación, una idea crucial en esta novela que se diferencia de la anterior en un punto concreto: está dirigido a adultos, no a niños. «Gretel está huyendo de su pasado. Cuando empieza la historia tiene 91 años. En ese momento, una familia se muda a su edificio. Comprende enseguida que el hijo de ese matrimonio está sufriendo. Es como si la vida le diera la oportunidad de hacer algo positivo. Si logra salvarlo, al menos hará algo positivo en su vida y habrá aprendido algo. La vida le ha ofrecido esta posibilidad de redención y ella tendrá que decidir si la aprovecha o no».

John Boyne ha publicado este libro coincidiendo con el inicio de una nueva contienda en Europa: la guerra de Ucrania. Un hecho que no ha pasado desapercibido. «Este ha sido el periodo más largo sin guerras que ha habido en Europa. Parece muy sorprendente y chocante que en 2023 se estén comportando así los rusos y que provoquen tanto dolor y destrucción a ucranianos. Está muy bien que la comunidad internacional se haya unido a esta conducta bárbara. Deberíamos haber dejado atrás esta época en que se podía arrasar otro país. No entiendo que no hayan derrocado a Putin». Otro asunto que le preocupa, y que no estaba vigente cuando publicó «El niño con el pijama de rayas» es el auge de la ultraderecha. «Es nuestra responsabilidad como ciudadanos, y también tiene que ver con nuestra conciencia, plantarnos frente a los populismos de derecha. Mi preocupación es que la izquierda se ha convertido también en una derecha. Cuando veo a algunos partidos de izquierda actuales son también autoritarios, cancelan la cultura y tratan de destruir a las personas solo por expresar su opinión. Yo ya no sé donde está mi hogar político, porque la izquierda se ha convertido en igual de brutal y totalitaria».

"Para mí, lo lógico, si te piden que no hagas fotos en los campos de concentración, es que cumplas con lo que te dicen"

Quizá por lo anterior, el novelista asegura que «la memoria de la sociedad es muy corta. Es como sucede con las matanzas en Estados Unidos. Se produce una y todos levantan la voz para prohibir las armas, pero a los tres días se han olvidado. En esta sociedad solo hablamos y no hacemos nada. A veces deberíamos actuar más. Con el Holocausto, escritores, cineastas o historiadores se esfuerzan por mantener vivo lo que ha ocurrido, igual que en el futuro habrá personas que se esfuercen por homenajear o memorializar lo que ha pasado con sus víctimas».

En este punto no puede evitar hablar del comportamiento de algunos visitantes en los campos de concentración: «Recuerdo que cuando visité Auschwitz había veinte y treinta personas. Un guía nos lo mostró y agradeció que no hiciéramos fotos o vídeos. Yo no los hice, pero vi a un hombre con una cámara de vídeo que la tenía en marcha todo el rato. ¿Qué vas a hacer con esta película luego? ¿Vas a estar viéndola en tu casa? ¿Experimentándola todo el rato? No hace falta que lo cuelgues todo en Instagram. Me pareció raro. No sé qué haría con esas imágenes. Para mí, lo lógico, si te piden que no hagas fotos en los campos de concentración, es que cumplas con lo que te dicen. Es la manera de acercarse a esos memoriales».