cultura
José Bretón confiesa en un libro: "Disolví las pastillas en agua con azúcar antes de echarles al fuego"
El "monstruo de las Quemadillas" relata en unas misivas que intercambió con Luisgé Martín cómo asesinó a sus hijos
Fue un suceso que conmocionó España. Un crimen cruel y despreciable cometido contra dos menores indefensos. José Bretón cumple 25 años de condena por asesinar a sus hijos, hechos que conocido como "monstruo de las Quemadillas" siempre ha negado, pero que ha acabado confesando en un intercambio de cartas con el escritor Luisgé Martín, que está a punto de publicar un libro con el contenido de sus conversaciones. Se titulará "El odio" y estará editado por Anagrama.
El autor ha publicado el contenido de estas misivas en un artículo de "El Confidencial" en el que relata parte de las conversaciones: «Empecé a sentir mucha angustia. No por la separación de Ruth, que me parecía lógica y aceptable, sino por mis hijos. Una separación siempre tiene consecuencias con los hijos». Bretón niega que estuviera en desacuerdo con el divorcio de su ex mujer pero asegura que «me obsesionaba la idea de que se educaran al lado de la familia de mi mujer, que a mí me parecía una familia tóxica».
Así, como confiesa más delante, cometió los asesinatos "por la impaciencia. Necesitaba que esa situación se acabara, que desaparecieran las dudas y la incertidumbre. Es como si se me hubiera metido un monstruo dentro de la cabeza que no me dejara dormir ni pensar en otra cosa. No podía encontrar soluciones. Y cada día era peor que el anterior».
Incluso confiesa cómo llevó a cabo aquellos hechos atroces: «Disolví las pastillas machacadas en agua con azúcar y se la di para que bebieran. Antes de poner los cuerpos en el fuego comprobé que no respiraban, estaban ya muertos. No se enteraron de lo que iba a pasar. Confiaron en mí. No hubo miedo ni dolor ni ningún tipo de sufrimiento», dice en otra de las cartas. «No busqué información en ninguna parte, no hice ninguna investigación. Había dos condiciones que tenían que cumplirse: que murieran sin sufrimiento y que los cuerpos desaparecieran luego para que no los encontraran. Sin cadáveres no hay crimen, eso está en cualquier novela policiaca. Tenía los medicamentos y tenía la leña en la finca, solo tuve que comprar el gasóleo», confiesa.
En otro momento, asegura con cinismo que sintió arrepentimiento: «Allí mismo, al pie de la hoguera, en cuanto los cuerpos empezaron a arder me dije: ¡Pero qué has hecho! ¡Qué has hecho! Ojalá hubiera podido dar marcha atrás en ese momento. Pero ya no había remedio. Creía que estaba protegiendo a mis hijos de un futuro terrible».